bohemios pero que no dejan de ser originarios de Franconia. Sin contar con que han dado a Austria muchos de sus mas grandes servidores.

—Gracias por la clase magistral —lo interrumpio Morosini en tono burlon—. Conozco el almanaque Gotha. No aprendi a leer en el por muy poco.

Adalbert se encogio de hombros, fastidiado.

—?Mira que puedes ser esnob cuando te lo propones!

—En algunos casos va bien.

No dijo nada mas, atrapado de pronto por la belleza en la que penetraba. Ya desde Tabor admiraba el paisaje casi salvaje de bosques profundos, colinas abruptas a menudo coronadas por ruinas venerables, rios tumultuosos que formaban una densa espuma en gargantas profundas, pero Krumau, encerrado entre los meandros del Moldava, le dio la sensacion de ser un lugar en el que el tiempo se habia detenido. La ciudad, con sus altos tejados rojo coral o pardo aterciopelado, parecia surgida directamente de la imagineria de la Edad Media. La torre arrogante que la dominaba, y que apuntaba como un dedo hacia el cielo, reforzaba esa impresion a pesar de que las antiguas murallas y otras obras de defensa hubieran sido destruidas: por si sola bastaba para crear la atmosfera.

El albergue anunciado por Adalbert estaba junto a la iglesia. Su dueno se asemejaba mucho mas, por su larga nariz puntiaguda y sus ojillos redondos, a un pajaro carpintero que al pajaro imperial que aparecia en el rotulo del establecimiento. Era muy moreno, en contraste total con su esposa, Greta. Esta tenia el aspecto de una valquiria, con su porte imponente y sus gruesas trenzas rubias. Solo le faltaba el casco alado, la lanza y, por supuesto, el caballo, que para ella habria sido sin duda una molestia, pues era imposible encontrar una persona mas placida. Una sumision casi bovina se leia en su mirada azul permanentemente clavada en su menudo esposo, como la aguja de una brujula en el norte magnetico. Pero poseia grandes virtudes domesticas y desde la primera noche demostro ser una excelente cocinera, cosa que sus huespedes le agradecieron. Se ocupo tambien de que a estos les dieran dos habitaciones de las que antiguamente sabian construir en una casa grande, cuyo alto tejado de cuatro alas debia de haber sido terminado alrededor del siglo XVI.

En esa epoca del ano —finales de la primavera— habia pocos viajeros y los recien llegados recibieron toda clase de atenciones, tanto mas cuanto que los dos hablaban aleman. El dueno, Johann Sepler —un austriaco que se habia casado con la hija de los propietarios—, era hablador y, seducido por la amabilidad de aquel principe italiano, se empeno en hacerle probar, despues de la cena, un aguardiente de ciruela que casaba de maravilla con un cafe tan bueno como el de Viena. Y puesto que nada desata tanto la lengua como el aguardiente de ciruela, Sepler se sintio enseguida en confianza.

Habian ido a Krumau, explicaron los viajeros, con la idea de obtener autorizacion para visitar un castillo que interesaba sobre todo a Morosini, deseoso de documentarse sobre los tesoros desconocidos de la Europa central con vistas a escribir un libro —ese pretexto siempre funcionaba—, y despues, de ir a ver a un viejo amigo cuya residencia se encontraba en los alrededores de la ciudad.

—Tal como esta situado, debe de conocer usted toda la region e incluso mas alla —dijo Aldo— y seguramente podra indicarnos donde vive el baron Palmer.

El hospedero puso cara de consternacion.

—?El baron Palmer? ?Dios mio!… Entonces…, ?no lo saben?

—?Saber que?

—Su casa se quemo hace unos quince dias y el desaparecio en el incendio.

Morosini y Vidal-Pellicorne intercambiaron una mirada en la que asomaba un amago de panico.

—?Esta muerto? —susurro el primero.

—Bueno… debe de estarlo, aunque no han encontrado el cuerpo. En realidad, no han encontrado absolutamente nada: la pareja de sirvientes que vive en la propiedad con el jardinero solo rescato al sirviente chino, herido e inconsciente.

—?Como se prendio fuego?

Johann Sepler se encogio de hombros en senal de ignorancia.

—Lo unico que puedo decirles es que esa noche habia tormenta. Los truenos no dejaban de rugir y se veian relampagos, pero hasta poco antes de amanecer no empezo a llover. Cayo un verdadero torrente y eso apago el incendio, pero de la casa ya no quedaba gran cosa. ?El baron era… amigo suyo?

—Si —dijo Aldo—, un viejo amigo… y muy querido.

—Siento muchisimo darles esta mala noticia. Aqui no veiamos mucho a Pane Palmer, [18] pero estaba bien considerado; se le tenia por generoso. ?Un poco mas de aguardiente? Esto ayuda a pasar los golpes duros.

Era un ofrecimiento hecho de todo corazon. Los dos amigos aceptaron y, efectivamente, sintieron un poco de consuelo que los ayudo a superar el choque brutal que acababan de sufrir. La idea de que el Cojo hubiera dejado de respirar el aire de los hombres les resultaba insoportable tanto a uno como a otro.

—Iremos a dar una vuelta por alli manana por la manana —dijo Morosini—. Supongo que podra indicarnos el camino. Es la primera vez que venimos.

—Es muy facil: salen de aqui por el sur remontando el curso del rio y a unos tres kilometros veran a la derecha, entre los arboles, un camino cerrado por una vieja verja entre dos pilares de piedra. Esta un poco herrumbrosa, la verja, y nunca esta cerrada. No tienen mas que entrar y seguir el camino. Cuando esten delante de las ruinas ennegrecidas, sabran que han llegado… Pero ?no han dicho que querian ir al castillo?

—Si, es verdad —dijo Adalbert, haciendo visiblemente un esfuerzo—, pero confieso que se nos habia ido un poco de la cabeza. Esperemos que el principe quiera recibirnos.

—Su alteza esta en Praga, o en Viena. En cualquier caso, no en Krumau.

—?Esta seguro?

—Es facil saberlo; no hay mas que mirar la torre: si su alteza esta aqui, izan su bandera. Pero no se preocupen; siempre hay alguien alli arriba. El mayordomo, por ejemplo, y sobre todo el doctor Erbach, que se ocupa de la biblioteca; el les dara toda la informacion que quieran… Ah, disculpenme, por favor, me necesitan.

Una vez que su anfitrion se hubo ido, Aldo y Adalbert subieron a sus habitaciones, demasiado preocupados por lo que acababan de saber para hablar. Los dos sentian la necesidad de reflexionar en silencio, y esa noche ninguno de los dos durmio mucho.

Cuando se encontraron al dia siguiente para desayunar en el comedor, intercambiaron pocas palabras, y no muchas mas durante el corto trayecto que los condujo al escenario del drama. Porque realmente lo era: la casa renacentista —se podia determinar la epoca gracias a algunas piedras angulares y a un fragmento de pared que conservaba restos de aquellos sgraffite [19] tan apreciados en los tiempos del emperador Maximiliano— practicamente habia desaparecido. Lo poco que quedaba de ella era un amasijo de escombros ennegrecidos, alrededor del cual un circulo de grandes hayas parecia montar una guardia funebre. A cierta distancia, los establos y una construccion reservada al servicio contrastaban por la serenidad de sus ventanas abiertas al sol, al otro lado de un jardin florido. El alegre murmullo del rio anadia encanto al lugar y Morosini recordo que aquella morada habia pertenecido a una mujer. Una mujer que habia querido a Simon Aronov y le habia legado su casa como ultima prueba de amor.

Atraido seguramente por el ruido del motor, un hombre salia al encuentro de los visitantes todo lo deprisa que le permitian sus pesadas botas cenidas con una correa. Llevaba unas calzas de terciopelo marron bordadas, bajo un chaleco cruzado rojo y una chaqueta corta con muchos botones, segun la moda de los campesinos bohemios acomodados, atuendo que realzaba un indudable vigor apenas desmentido por el cabello y el largo bigote gris.

Los dos extranjeros notaron de inmediato que no eran bien recibidos. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, el hombre les espeto:

—?Que quieren?

—Hablar con usted —dijo Morosini con calma—. Somos amigos del baron Palmer y…

—?Demuestrenlo!

?Como si fuera facil! Aldo hizo un gesto de impotencia, pero luego se le ocurrio una idea.

—En Krumau nos han dicho…

—?Quien?

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