—Por supuesto —dijo Adolf—. Fue Karl, que sabe conducir esos trastos, pero por mas que busco no encontro ni rastro.

—?Creen que se lo llevaron los bandidos?

—Tenian demasiada prisa. Ademas, tendrian que haber sabido donde estaba…

Dejando a Adalbert haciendo unas cuantas preguntas mas sobre detalles, Morosini se alejo para ir a contemplar las ruinas. ?Era posible que el cuerpo de Simon reposara bajo ese amasijo de escombros? Le costaba creerlo; era evidente que Aronov habia preparado el recibimiento que reservaba a sus enemigos. Incluso se habia ocupado de alejar a Wong y el coche, que sin duda pensaba utilizar. ?Conocia algun medio de salir de ese refugio antes de destruirlo para siempre, puesto que ya era conocido? ?Un pasadizo subterraneo quiza?

—Me apuesto lo que quieras a que estas pensando lo mismo que yo —dijo Adalbert, que en ese momento llegaba a su lado—. Resulta dificil creer que Simon se haya inmolado, abandonando su mision sagrada, por el simple placer de escapar de la banda de Solmanski. Porque supongo que el «apuesto joven moreno» no es otro que el inefable Sigismond. Para empezar, ?por que razon iba a pedirle a Wong que se quedara con el coche en la granja en ruinas? Tenia en mente reunirse alli con el, seguro.

—Pero ?como salio? Yo estaba pensando en un pasadizo subterraneo…

—Eso es lo primero que se piensa siempre tratandose de un viejo castillo, pero segun Adolf no hay ninguno. Claro que yo tengo una extrana impresion…

—La impresion de que Wong tambien tiene dudas acerca de la muerte de su patron, pero que por nada del mundo hablaria de ello delante de Adolf, por mas grande que sea la fidelidad y la amistad de este hacia Simon, ?no? Para eso solo hay una solucion: cuando nos vayamos de aqui, debemos llevarnos al coreano con nosotros.

—?Adonde?

—A mi casa, a Venecia, despues de pasar por el hospital de San Zaccaria para que lo curen a conciencia. De todas formas, este Simon vivo o muerto, no podemos dejar a su fiel sirviente abandonado. Si ha muerto, tomare a Wong a mi servicio, y si esta vivo, algo me dice que quizas el sea el unico que pueda conducirnos hasta Simon.

—No es mala idea. Intentemos encontrar ese maldito rubi y vayamos a ver de nuevo las aguas azules del Adriatico. Mientras la piedra no este en tu posesion, no pienso separarme de ti.

8. El reprobo

Herr Doktor Erbach no se parecia nada a los bibliotecarios que Morosini e incluso Vidal-Pellicorne habian visto hasta entonces. En realidad, incluso podia resultar sorprendente que hubiera obtenido todos los titulos, o casi, de la Universidad de Viena, teniendo en cuenta lo mucho que su aspecto evocaba el de un maestro de danza o un clerigo cortesano del siglo XVIII: cabellos blancos y alborotados revoloteando sobre el cuello de terciopelo de una levita acampanada, puesta sobre unos pantalones con trabillas y una camisa con chorreras y punos de muselina —todo ello espolvoreado con un fino polvo de tabaco—, gafas con montura metalica apoyadas en la punta de una nariz ligeramente respingona, mirada chispeante y sonrisa afable, el encargado de los libros parecia permanentemente a punto de esbozar un paso de baile apoyandose en el baston, alrededor del cual, mas que caminar, giraba.

Recibir a un egiptologo acompanado de un principe anticuario no parecio sorprenderle mas de la cuenta. Lo hizo de tan buen grado y con tanta solicitud que Morosini penso que debia de aburrirse mucho en aquel inmenso castillo que el punado de criados que vieron no conseguia llenar.

—Han tenido suerte de encontrarme aqui —dijo al reunirse con sus visitantes en el encantador salon chino al que habian conducido a estos—. Tambien me ocupo de las bibliotecas de los otros castillos Schwarzenberg: la de Hluboka, donde la familia reside casi siempre, esta y la de Trebon, cuya importancia es menor. He venido a Krumau para clasificar la ingente correspondencia del principe Felix cuando era embajador en Paris en 1810, en el momento de la boda de Napoleon I con nuestra archiduquesa Maria Luisa. ?Una tragica historia! —anadio, suspirando, sin pensar ni por un instante en ofrecer asiento a sus visitantes—. Usted que es frances —dijo, volviendose hacia Adalbert—, seguro que conoce el drama que vivio la familia en esa terrible epoca: el incendio de la sala de baile improvisada en los jardines de la embajada, en la calle Mont-Blanc, durante la recepcion ofrecida en honor de los nuevos esposos, que provoco un horrible panico y en el que nuestra desdichada princesa Paulina, la mas exquisita de las embajadoras, perecio entre las llamas buscando a su hija… ?Que suceso tan abominable!

Habia soltado todo aquello sin respirar, pero despues de «abominable» se permitio exhalar un profundo suspiro que Aldo aprovecho sin vacilar:

—A nosotros tambien nos interesa la Historia, como debe de imaginar —dijo—, pero nuestro proposito no es preguntarle sobre la gloriosa andadura de los principes Schwarzenberg, tan esplendida que…

—?Y que lo diga! La princesa Paulina incluso ha entrado en la leyenda. Dicen que, justo en el momento en que expiraba, su fantasma se aparecio aqui, en Krumau, al aya que se ocupaba de su hijo pequeno. ?Pero los tengo de pie! Por favor, caballeros, tomen asiento.

Mientras senalaba dos elegantes silloncitos Luis XVtapizados en saten azul y blanco, el se instalo en un tercero y prosiguio:

—?Por donde ibamos? ?Ah, si, la desdichada princesa Paulina! Si lo desean, podran admirar su retrato con traje de baile en los grandes aposentos donde muchos soberanos. Feliz de tener publico, se disponia a comenzar una interminable digresion cuando Adalbert decidio intervenir y pillo la ocasion al vuelo:

—Precisamente hemos venido y nos permitimos molestarlo, Herr Doktor, por sus soberanos. Creo que ha llegado el momento de que le exponga el motivo de nuestra visita: mi amigo el principe Morosini, aqui presente, y yo mismo deseamos recopilar documentos sobre las residencias imperiales y reales del antiguo Imperio austro- hungaro.

Las cejas del bibliotecario, que habia aprovechado la interrupcion para coger una pizca de tabaco de una preciosa tabaquera, se alzaron hasta la mitad de la frente mientras el levantaba en senal de advertencia una mano blanca y cuidada, digna de un prelado.

—?Permitame, permitame! Por vasto y noble que sea, Krumau no ha sido nunca residencia imperial, aunque sus principes hayan sido soberanos.

—?No pertenecio al emperador Rodolfo II?

El amable rostro se transformo en una mascara de dolor.

—?Dios mio! Tiene razon, y lo se de sobra, pero lo cierto es que tanto los habitantes de este castillo como los de la ciudad se esfuerzan en olvidarlo. ?De verdad insisten en que les hable de el?

—Es indispensable para nuestra obra —dijo Aldo—. Pero, si le resulta demasiado penoso relatar la horrible historia del bastardo imperial, no se preocupe, porque ya la conocemos. Lo que nos falta son sobre todo fechas y emplazamientos. El castillo, evidentemente, no era como es ahora, ?verdad?

—Evidentemente —dijo Erbach, aliviado—. Enseguida los llevare a visitar lo que queda de esa epoca. En cuanto a las fechas, el emperador solo fue propietario de Krumau una decena de anos. En 1601 obligo al ultimo de los Rozemberk, Petr Vork, cargado de deudas, a venderle la propiedad, y en 1606 se la regalo a… don Julio, a raiz de un escandalo sin precedentes. Deberia decir mas bien que se la asigno como residencia confiando en que el alejamiento bastaria para hacer olvidar su conducta. Y puesto que saben lo que paso, me limitare a decirles que, despues del horrible drama del que fue triste protagonista, el bastardo, encerrado en sus aposentos transformados en prision, murio subitamente el 25 de junio de 1608. Tras su muerte, el emperador conservo el castillo hasta 1612, fecha en la que se lo regalo a uno de sus fieles amigos y consejeros, Johann Ulrich von Eggenberg…

—Once anos, en efecto —lo interrumpio Adalbert—. Pero, volvamos un instante, por favor, a ese Julio al que yo no conozco tan bien como el principe Morosini. Tenemos entendido que fue enterrado en su capilla y nos gustaria que nos mostrara su tumba.

El bibliotecario puso cara de disgusto.

—Hace mucho que ya no esta aqui. Como imaginaran, el nuevo propietario no tenia ningun interes en

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