conservar semejante vecindad, sobre todo porque algunas de sus sirvientas estuvieron a punto de morir de miedo al ver el fantasma ensangrentado de un hombre desnudo. Hablo del asunto con el superior de los minoritas, cuyo convento esta abajo, en el barrio de Latran, y le rogo que se hiciera cargo del difunto, a quien la proximidad de hombres santos quiza convenceria de permanecer tranquilo, pero este temia provocar un tumulto en la ciudad, cosa que a buen seguro se produciria si los restos del loco asesino fueran a reposar alli. El drama era todavia demasiado reciente.

—Entonces, ?que hicieron con el? —pregunto Morosini, preocupado—. ?Lo arrojaron al rio?

—?Oh, principe!… ?Ese miserable era, pese a todo, de sangre imperial! Despues de mucho reflexionar, el superior tuvo una idea: a cierta distancia de la ciudad habia un pequeno priorato dependiente de su convento, que ya no estaba habitado pero donde todavia se celebraba misa en fechas senaladas. La tierra, por supuesto, era tan sagrada como podia serlo la de nuestra capilla de San Jorge o la del monasterio. A Johann Ulrich von Eggenberg le parecio una idea excelente, pero acordaron actuar en el mas estricto secreto. De modo que el pesado ataud de madera de teca fue transportado de noche al cementerio del priorato, donde no se enterraba a nadie desde hacia mucho tiempo…

—Y que se encargarian de que volviera al estado salvaje —dijo Vidal-Pellicorne, sarcastico—. Asi, el muerto desapareceria de la faz de la tierra.

—No se atrevieron a llegar hasta ese extremo. Segun lo que he leido en los archivos del castillo, pusieron sobre la tumba una lapida con su nombre en latin grabado: Julius. Pero se las arreglaron para que la vegetacion creciera a su alrededor a fin de que el secreto quedara mejor preservado. Se trataba de evitar que la sed de venganza turbara el sueno del difunto… Bien, les he contado todo lo que se —se apresuro a anadir Erbach, enjugandose el rostro con un gran panuelo.

Decididamente, el tema le desagradaba sobremanera.

—No todo —dijo Morosini con suavidad—. ?Donde se encuentra el priorato en cuestion?

—No creo que eso pueda tener ningun interes para su obra, excelencia. En la actualidad esta en ruinas.

—Pero esas ruinas, ?donde se encuentran?

—En la carretera del sur, a menos de una legua…, pero les ruego que hablemos de otra cosa. ?Quieren visitar el castillo?

Para evitar un tema que lo aterrorizaba, Ulrich Erbach estaba dispuesto a abrir ante sus visitantes todas las puertas que quisieran. Como ya no podia informarles de nada mas, los dos hombres lo siguieron de buena gana y admiraron sin reservas las maravillas de esa extrana morada en la que, como en Praga, los siglos convivian unos con otros: el precioso patio renacentista, el triple puente tendido sobre una profunda falla entre dos rocas para unir las estancias a un asombroso teatro construido en el siglo XVIII y cuyo escenario giratorio, el unico de Europa en esa epoca, se habia adelantado unas decadas. La biblioteca, aunque hubiera sido despojada de parte de sus tesoros en beneficio de la de Hluboka, no carecia de atractivos, y su conservador acabo por confesar, suspirando:

—En el fondo, aqui es donde me siento mas feliz porque este castillo tiene alma.

—?Hluboka no?

Erbach encogio sus escualidos hombros cubiertos de terciopelo negro.

—Es un remedo de Windsor. Un castillo para Alicia en el pais de las Maravillas construido hace poco por una princesa que habia leido demasiado a Walter Scott. La biblioteca es magnifica, desde luego, pero yo prefiero esta.

Se despidieron como los mejores amigos del mundo.

Despues de que el atento personaje los hubiera acompanado hasta el puesto de guardia, Aldo y Adalbert se dirigieron de vuelta a la ciudad en silencio, hasta que Aldo lo rompio para decir lo que pensaba:

—?Que te parece? ?Simon vivia a unos cientos de metros del rubi y ni siquiera lo sospechaba!

—Si es que la piedra todavia esta aqui. ?Quien te dice que los que trasladaron el ataud no lo abrieron?

—Eran monjes, y esa gente respeta a los muertos, aunque se trate de un loco asesino. Ademas, ya debia de imponer bastante el hecho de contravenir las ordenes de un emperador difunto…, por no hablar del intenso miedo que el tal Julio parece provocar todavia. Yo juraria que a nadie se le ha pasado por la cabeza abrir el feretro.

—Lo admito, pero ?como vamos a arreglarnoslas para encontrar la tumba?

—Hay que contar con la suerte. De todas formas, sera mas facil que ir a excavar la capilla del castillo. ?Tu has visto esa maravilla barroca? Si hubiera sido preciso perforar el suelo o excavar una de las tumbas, habriamos tenido problemas. ?Por no hablar de la vigilancia! Sinceramente, prefiero esto. En cualquier caso, el fantasma del emperador no debia de estar al corriente de adonde fue a parar el cuerpo de su hijo.

—Los fantasmas no lo saben todo. ?Que hacemos ahora?

—Coger el coche y hacer una primera exploracion. Es pronto y disponemos de todo el tiempo hasta la hora de la cena.

Media hora mas tarde, el pequeno Fiat se adentraba en el sendero que conducia a las ruinas donde Simon Aronov habia ordenado a Wong esconder la limusina, y la primera impresion de sus ocupantes fue desalentadora.

—?Es como buscar una aguja en un pajar! —mascullo Vidal-Pellicorne.

En efecto, al otro lado de lo que debia de ser una valla, se encontraba el enorme monton de piedras que tiempo atras fue la capilla, de la que solo quedaba la poderosa ojiva y algunos fragmentos de muralla todavia en pie, todo cubierto de malas hierbas, de zarzas y de un cornejo que habia conseguido abrirse paso.

—Ha habido un incendio —observo Adalbert senalando las huellas visibles del fuego—. De todas formas, no tenemos nada que buscar en el interior de la capilla. Supongo que el cementerio estaba al otro lado.

—Hay casi tantas piedras como en lo que queda de los edificios conventuales. No lo conseguiremos nunca. Es un trabajo de titanes.

—?No exageremos! Es, ante todo, un trabajo de arqueologo. Si te parece bien, empezaremos por delimitar el terreno que nos interesa. En otras palabras, intentaremos determinar el emplazamiento del antiguo cementerio.

Durante dos horas, recorrieron el campo de ruinas levantando una piedra aqui y moviendo otra alla. A medida que avanzaban, la vegetacion se hacia mas densa, y cuando por fin encontraron una antigua estela que debia de senalar una tumba, habian llegado a la linde de un bosque a traves de cuyas ramas los ultimos rayos del sol se reflejaban en las aguas muertas de un pequeno estanque. Adalbert, sin embargo, saco de ello una conclusion:

—No cabe duda: el cementerio esta entre este punto y el verdadero comienzo de las ruinas. Debe de hallarse oculto bajo esta abundante vegetacion. Vamos a necesitar instrumentos de trabajo. Volvamos a la ciudad. Con un poco de suerte, encontraremos una tienda abierta.

—?Y no temes que el vendedor se pregunte para que los queremos? Te recuerdo que ibamos a pedirlos en casa de Simon.

—Lo se, pero vamos a trabajar tan cerca de la casa de Adolf que puede resultar incomodo. Vendra a ver que hacemos. Las distracciones deben de escasear por aqui, ?y que crees que dira si nos sorprende violando una tumba?

—En ese caso, lo mejor sera que vayamos a aprovisionarnos a Budweis. Es mucho mas grande que Krumau y solo esta a veinticinco kilometros.

—No es mala idea, pero es demasiado tarde para ir hoy. Iremos manana a primera hora.

Durante cuatro dias, armados de cizallas, podaderas, una horca, una pala y un pico, Adalbert y Aldo trabajaron a destajo en el perimetro marcado por el primero y lograron localizar varias tumbas, pero ninguna coincidia con las indicaciones de Erbach. Era un trabajo agotador y el calor lo hacia todavia mas penoso.

—Empiezo a pensar que vamos a pasarnos aqui el verano —dijo Aldo, secandose con la manga arremangada la frente cubierta de sudor—. En Venecia van a darme por muerto.

Vidal-Pellicorne sonrio a su amigo con expresion burlona.

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