—?Ellos? Ah, no me acordaba de que hace dos o tres dias me encontre al joven Sigismond y a su esposa y los invite. Somos viejos amigos, ya lo sabes: estaba con el cuando nos encontramos en Varsovia. Lo que no sabia era que su hermana estaba aqui y que pensaba traerla. Pero, ahora que caigo, ?tu no sabias que tu mujer estaba en Zurich?

—No, no lo sabia. Dianora, debes de estar loca para haber invitado a esa gente. ?No es a ti a quien vienen a ver, sino lo que llevas en el cuello!

La senora Kledermann miro unos instantes con inquietud la mascara subitamente tensa y palida de su companero de baile, al tiempo que acercaba una mano al collar.

—?Estas asustandome, Aldo!

—?Por fin!

—Perdona…, debo ir a recibirlos. Es… es mi deber.

Adalbert tambien habia visto al grupo y se abria paso entre la multitud formada por los bailarines para reunirse con su amigo.

—?Que vienen a hacer esos aqui? —murmuro.

—Es una pregunta a la que debes de poder contestar tan bien como yo. En cualquier caso —anadio Morosini con sarcasmo—, lo que si puedes constatar es que, para tratarse de una pobre criatura secuestrada y en peligro de muerte, Anielka no tiene muy mal aspecto.

—Pero ?por que te dijo Ulrich que la habia secuestrado?

—Porque creyo que podia decirlo y porque a su manera es una especie de ingenuo. Es probable que esta sorpresa no le haga mas gracia que a mi. De todas formas, voy a aclarar esto enseguida.

Y, sin querer escuchar nada mas, se dirigio hacia la puerta dando un rodeo bastante largo para permitir a Dianora acompanar a sus invitados hasta un bufe y dejarle asi el campo libre. Aldo no tenia ningunas ganas de intercambiar saludos de cumplido con sus peores enemigos en nombre de no se sabe que codigo de buenas maneras cargado de hipocresia.

Encontro a Ulrich junto al arranque de la escalera, con un pie en el primer escalon como si quisiera subir pero no se decidiera a hacerlo. Tenia el semblante sombrio y la mirada llena de inquietud, lo que no hizo sino animarlo a acercarse con mas determinacion.

—?Venga! —dijo entre dientes—. Tenemos que hablar.

Intento conducirlo hacia el exterior, pero el bandido se resistio.

—?Por ahi no! Hay un sitio mejor.

Los dos hombres se adentraron en las profundidades del guardarropa, practicamente desierto despues de que Ulrich le hubiera pedido a uno de sus ayudantes que lo sustituyera. En el lugar reinaba la calma, los ruidos de la fiesta quedaban amortiguados por el grosor de los abrigos, las capas y demas prendas. Cuando se hubieron alejado lo suficiente, Morosini se abalanzo sobre su companero y lo agarro por las solapas.

—?Quiero una explicacion!

—?No hace falta que me zarandee! ?Hablare igualmente aunque no lo haga!

El hombre estaba molesto, pero no le temblaba la voz, y Morosini lo solto.

—?Por que no? ?Vamos, estoy esperando! Expliqueme como es que mi mujer, a la que tenia secuestrada, acaba de entrar en el baile luciendo un vestido de fiesta.

Mientras hablaba, Morosini habia sacado su pitillera y extraido un cigarrillo, al que dio unos golpecitos contra el estuche de oro antes de encenderlo. Ulrich carraspeo.

—?No tendra uno para mi? Llevo horas sin fumar.

—Cuando me haya contestado.

—Pues es muy sencillo. Ya le dije que Sigismond no me inspira mucha confianza, y desde que el viejo esta mas o menos fuera de servicio desconfio de todo. Asi que decidi pensar un poco en mi. Como me habian encargado vigilarlo, se me ocurrio presionarlo de alguna manera y arramblar, gracias a usted, con la mayor parte del botin. Por eso le hice creer que tenia a su esposa, y parecio funcionar.

—Solo lo parecio. Por si le interesa saberlo, estuve en un tris de decirle que se la quedara, pero dejemos eso a un lado. ?Como es que ha venido con los Solmanski?

—Eso no lo se. Cuando la he visto, he pensado que el techo se me venia encima.

—?Y ellos lo han visto a usted?

—No, me he quitado de en medio enseguida. ?Ya no va a ayudarme a coger lo que hay ahi arriba? — pregunto, dirigiendo una mirada hacia el techo.

—No, pero quiza pueda ofrecerle una… compensacion.

Los ojos sin vida del ganster se animaron un poco.

—?Que?

—Un precioso collar de rubies que esta en la caja fuerte del hotel y que habia traido para cambiarlo por la piedra que Kledermann le compro a su amigo Saroni.

—?Menudo imbecil! ?Mira que intentar actuar por su cuenta!

—Eso es justo lo que esta usted haciendo. Pero le propongo salir bien parado de esta… y llevarse mi collar, si me ayuda a echar el guante a la banda. Para empezar, ?que han venido a hacer los Solmanski aqui esta noche?

—Le juro que el primer sorprendido he sido yo. Aunque no es muy dificil de adivinar: van a intentar apoderarse del rubi. Ahora que ademas esta rodeado de un monton de diamantes, el negocio es redondo.

—Eso es ridiculo. Kledermann no se chupa el dedo y debe de tener policias de paisano por todas partes.

—Yo le digo lo que pienso. Oiga, ?y ese collar es interesante?

—Acabo de decirle que pensaba cambiarlo por el rubi. Vale como minimo cien mil dolares.

—Si, pero no lo lleva encima. ?Que me garantiza que lo tendre si le ayudo?

—Mi palabra. Jamas he faltado a ella, pero soy capaz de matar a cualquiera que la ponga en duda. Lo que quiero saber…

Una detonacion lo interrumpio, seguida casi inmediatamente de una tormenta de gritos y exclamaciones. Los dos hombres permanecieron inmoviles y se miraron.

—Ha sido un disparo —dijo Ulrich.

—Voy a ver que ha pasado. Quedese en el guardarropa, volvere.

Salio corriendo, pero tuvo verdaderas dificultades para abrirse paso entre la multitud que se agolpaba delante de uno de los bufes de refrescos y a la que tres sirvientes se esforzaban en hacer retroceder. Lo que descubrio al final de su recorrido lo dejo sin respiracion: Dianora estaba tendida sobre el parque, con la cara contra el suelo y la espalda ensangrentada. Varias personas estaban inclinadas a su alrededor, entre ellas su esposo, doblado en dos de dolor y sujetando la cabeza de su mujer con las manos.

—?Dios mio! —susurro Aldo!—. ?Quien ha hecho eso?

Alguien a quien ni siquiera vio le contesto:

—Le han disparado desde el exterior a traves de esa ventana. ?Es horrible!

Uno de los sirvientes parecia estar tomando las riendas de la situacion. Cuando hubo declarado que pertenecia a la policia, nadie se opuso. Empezo por apartar a los que se habian agachado junto al cuerpo, entre los que estaba Anielka. Al levantarse, la joven se encontro cara a cara con Aldo.

—?Vaya! ?Tu aqui?

—Lo mismo te pregunto yo: ?que haces aqui?

—?Por que no iba a estar, puesto que estas tu?

—Callense de una vez —ordeno el policia—. No es ni el lugar ni el momento adecuados para discutir. ?Quienes son ustedes?

Aldo se identifico y a continuacion identifico a su mujer, pero esta tenia algo mas que decir:

—Deberia preguntarle a mi querido marido donde estaba cuando han disparado a la senora Kledermann. Casualmente, no se encontraba en la sala.

—?Que intentas insinuar? —gruno Aldo, dominado por un irreprimible deseo de abofetear aquel rostro insolente.

—No insinuo nada. Digo que podrias muy bien ser tu el asesino. ?Acaso no tenias motivos de sobra para matarla? En primer lugar, para apoderarte del collar…, o por lo menos del gran rubi que forma parte de el. No quiso vendertelo cuando viniste a verla hace diez dias, ?verdad?

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