Aldo miro a la joven furia con estupor. ?Como demonios podia saber eso? A no ser que hubiera en casa de los Kledermann un espia a sueldo de Solmanski…
—Cuando una dama me invita a tomar el te, suelo aceptar. En cuanto a ti, recuerda el apellido que llevas y no te comportes como una cualquiera.
—?El te? ?En serio? ?Tenias la costumbre de tomarlo cuando eras su amante?
El policia ya no trataba de interrumpir a aquella pareja que se decia cosas tan interesantes, pero al pronunciarla joven la ultima palabra, Kledermann levanto la cabeza y, dejando el cuerpo inerte en manos de un medico que se encontraba en la sala, se acerco. En su mirada sombria, la desesperacion dejaba paso a un estupor indignado:
—?Usted era su amante? ?Usted…, a quien…?
—Lo fui cuando era la condesa Vendramin, pero la guerra nos separo. Definitivamente.
—Yo puedo atestiguarlo —dijo Adalbert, que acababa de llegar—. No tiene nada que reprocharle, Kledermann, ni a el ni a su mujer. Lo que ocurre es que la senora… Morosini obsequia a su marido con su rencor desde que el ha solicitado la anulacion de su matrimonio. Diria cualquier cosa para perjudicarlo.
—Se nota que es su amigo —dijo Anielka, mas venenosa que nunca—. Pero usted tambien queria el rubi, asi que su virtuoso testimonio…
—?El rubi? ?Que rubi? —intervino el policia.
—?Pues este! —dijo el banquero, volviendose hacia el cuerpo—. Pero…
Se arrodillo y deslizo una mano por debajo de los cabellos de su mujer para apartarlos del cuello. Con una infinita dulzura, ayudado por el medico, le dio la vuelta al cuerpo: el collar habia desaparecido.
—?Han matado a mi mujer para robarle! —grito, dominado por la furia—. ?Quiero al asesino y quiero tambien al ladron!
—Es facil —dijo Anielka—. Tiene a los dos delante de usted. Uno ha disparado y el otro ha aprovechado el tumulto para apoderarse del collar.
—Si se refiere a mi —salto Vidal-Pellicorne—, estaba en el salon de juego cuando ha sucedido. Usted estaba mas cerca, usted o… su hermano. Por cierto, ?donde se ha metido?
—No se, estaba aqui hace un momento, pero mi cunada es muy impresionable y ha debido de acompanarla fuera.
—Comprobaremos todo eso —intervino de nuevo el policia—. Caballeros, con su permiso voy a cachearlos.
Aldo y Adalbert se dejaron registrar de muy buen grado y, por supuesto, no les encontraron nada.
—Yo en su lugar —dijo Morosini— iria a ver si la condesa Solmanska se encuentra mejor y a comprobar lo que su esposo lleva en los bolsillos.
—Enseguida nos ocuparemos de eso. Pero primero debo senalarle que no me ha dicho donde estaba en el momento en que han disparado contra la senora Kledermann.
—Estaba conmigo, inspector.
Ante los ojos maravillados de Aldo, Lisa habia salido de detras de una columna y avanzaba hacia su padre, a quien asio una mano con ternura.
—?Tu aqui? —dijo este—. Creia que no querias asistir a la fiesta.
—Cambie de opinion. Estaba bajando la escalera para ir a darle un beso a Dianora cuando vi a Aldo…, quiero decir al principe Morosini, salir de la sala con la clara intencion de ir a fumar un cigarrillo fuera. Me sorprendio verlo, y me alegre porque somos viejos amigos. Nos saludamos y salimos juntos.
—?Estaban fuera y no vieron nada? —refunfuno el policia.
—Estabamos en el lado opuesto al salon de baile. Ahora, inspector, le ruego que deje a todas estas personas regresar a su casa. No tienen nada que ver con el asesinato y desde luego su autor no esta entre ellas.
—Antes de dejarlos irse, les preguntaremos si han visto algo. Mire, ya llegan mis hombres —anadio mientras un grupo de policias entraba en la sala.
—Comprenda que mi padre necesita tranquilidad, que queremos estar solos y que quiza seria preferible no dejar a su esposa tendida en el suelo.
El tono de Lisa era severo. El inspector cedio inmediatamente.
—Trasladaremos a la senora Kledermann a sus aposentos y podra ocuparse de ella… Yo me encargo de todo lo demas. Caballeros —anadio, volviendose hacia Aldo y Adalbert—, haganme el favor de quedarse un momento para aclarar ciertos detalles. Usted tambien, senora, por supuesto… Pero ?donde esta? —exclamo al constatar que Anielka habia desaparecido.
—Ha dicho que iba a buscar a su hermano —dijo un sirviente.
—Esta bien, la esperaremos.
Dos agentes se acercaban para retirar el cuerpo de la desdichada Dianora, pero su esposo se interpuso:
—?No la toquen! La llevare yo.
Con una fuerza que parecia incompatible con su largo cuerpo delgado, el banquero levanto la forma inerte y se dirigio con paso decidido hacia la gran escalera. Su hija se dispuso a seguirlo, pero Aldo intento retenerla:
—?Lisa! Quisiera decirle…
Ella le dirigio una debil sonrisa.
—Se todo lo que podria decirme, Aldo, pero no es el momento. Ya nos veremos. Por ahora, el que me necesita es el.
Con el corazon encogido, Morosini miro como su delgada figura blanca seguia la cola de terciopelo negro que se deslizaba detras de Kledermann. El inspector se acerco a Morosini.
—?Hace mucho tiempo que conoce a la senorita Kledermann?
—Unos anos, pero llevaba meses sin verla y me he alegrado mucho de encontrarla aqui esta noche.
El policia, que sin duda jamas imaginaria lo feliz que le habia hecho la aparicion de la joven, no insistio en esa cuestion.
—Su mujer tarda mucho en volver —dijo—. Voy a buscarla.
Aldo no se atrevio a acompanarlo. Junto a la puerta, varios agentes anotaban los nombres de los invitados y hacian constar la ausencia de testimonios antes de dejarlos marchar. Estos, resignados, formaban una larga cola que poco a poco se reducia. Aldo cogio un cigarrillo despues de haber ofrecido otro a su amigo. Los dos hombres, conscientes de estar rodeados de policias, no decian nada. Cuando por fin el inspector —se llamaba Gruber— regreso, estaba de un humor de perros.
—?No he encontrado a nadie!… ?A nadie!… Y en el guardarropa me han dicho que la dama del vestido de lentejuelas negras habia recogido su abrigo hacia un momento. En cuanto a la cunada, no se si se encontraba mal, pero en el guardarropa tambien han visto, poco despues del disparo, a un apuesto joven moreno acompanado de una dama con un vestido azul cielo que lloraba desconsoladamente pero no parecia a punto de desmayarse. Y han salido de la casa como alma que lleva el diablo.
«Tenian sus motivos —penso Aldo—. Llevaban el collar que Sigismond o la propia Anielka han birlado.» No obstante, se guardo mucho de expresar su opinion, pues eso solo le habria servido para incrementar las sospechas que recaian sobre el. De todas formas, no se libro de las preguntas de Gruber.
—En cualquier caso —dijo este, sacando un cuaderno de notas—, es su familia, asi que deme sus direcciones.
—La unica direccion que conozco de un cunado que no cuenta con mi aprecio es el palacio Solmanski, en Varsovia. Su mujer es norteamericana y creo recordar que en la otra orilla del Atlantico viven en Long Island, en Nueva York. En cuanto a… mi «mujer», vive en Venecia, en el palacio Morosini.
El policia se puso colorado.
—?No se burle de mi! Lo que quiero es la direccion de aqui.
—?La mia? Hotel Baurau-Lac —contesto Aldo con la mayor calma del mundo—. Pero no piense que ellos estan instalados tambien ahi. Ignoro donde se alojan.
—?Quiere hacerme creer que su mujer no vive con usted?
—Tendra que creerlo, porque es un hecho. Ya ha visto hace un momento las relaciones tan afectuosas que mantenemos. Yo he sido el primer sorprendido de verla aqui; creia que estaba en los lagos italianos con una