prima.
—Los encontraremos. ?Tienen amistades aqui?
—No lo se. En cuanto a las mias, se reducen a la familia Kledermann.
—?Perfecto! Puede regresar a su hotel, pero seguramente tendre que volver a verlo. No se marche de Zurich sin mi autorizacion.
—?Podemos despedirnos de la senorita Kledermann antes de irnos?
—No.
Los dos hombres se dieron por enterados y fueron a buscar sus abrigos. Fue Ulrich quien le dio el suyo a Morosini.
—?Sabe donde viven? —pregunto este ultimo.
—Si. Dentro de una hora nos vemos en su habitacion.
El ganster medio arrepentido cumplio su palabra. Una hora mas tarde, llamaba a la puerta de la habitacion, donde los dos amigos lo esperaban tras haber prevenido al recepcionista de que esperaban una visita y pedido una botella de whisky. Cuando le abrio la puerta, Aldo temio que se desvaneciera entre sus brazos. Ulrich, habitualmente palido, estaba mas blanco que el papel, y Morosini, despues de indicarle un sillon, le tendio un vaso bien lleno que el ganster vacio de un trago.
—?Buenas tragaderas! —exclamo Adalbert—. Pero un malta puro de veinte anos mereceria otro tratamiento.
—Le prometo que degustare el segundo —dijo el hombre tratando de sonreir—. Le juro que lo necesitaba.
—Si no me equivoco, usted no estaba al corriente de lo que iba a pasar.
—Asi es. Ni siquiera sabia que los Solmanski iban a ir a la fiesta. ?Asi que, lo del asesinato…!
—No era tan sensible cuando nos conocimos en Vesinet —observo Aldo.
—Que yo sepa, aquella noche no mate a nadie. Enterese de que yo solo mato en defensa propia. Me horroriza el asesinato gratuito.
—?Gratuito? —repuso Adalbert en tono ironico—. No parece el termino mas apropiado estando en juego un collar que debe de valer dos o tres millones. Porque, evidentemente, han sido sus amigos los que lo han birlado.
—Dejemonos de charla —corto Aldo—. Me ha dicho que sabe donde estan, asi que tomese otra copa y llevenos.
—?Eh, un momento! Hablando de collares, usted me ha prometido uno. Me gustaria verlo.
—Esta en la caja fuerte del hotel. Cuando volvamos se lo dare. Se lo repito: tiene mi palabra.
Ulrich solo observo un instante la mirada de frio acero del principe anticuario:
—OK, cuando volvamos. Otra cosa: les aconsejo que vayan armados.
—Tranquilo, sabemos a quien nos enfrentamos —dijo Adalbert, sacando un imponente revolver del bolsillo del pantalon.
Cuando habian llegado al hotel, Aldo y el habian cambiado el traje de etiqueta por unas prendas mas apropiadas para una expedicion nocturna.
—?Vamos?
Apretujados en el Amilcar del arqueologo, los tres hombres se dirigieron hacia la orilla meridional del lago.
—?Esta lejos? —pregunto Aldo.
—A unos cuatro kilometros. Si conocen la zona, esta entre Wollishofen y Kilchberg.
—Lo que me sorprende —dijo Aldo— es que usted conozca tan bien Zurich y sus alrededores.
—Mi familia es originaria de por aqui. Ulrich no es un nombre americano, y mi apellido es Friedberg.
—?Acabaramos!
Estaban dando las tres en la iglesia de Kilchberg cuando el coche llego a la entrada del pueblo. Un olor inesperado acaricio la nariz de los viajeros.
—?Huele a chocolate! —dijo Adalbert, aspirando con fruicion.
—La fabrica Lindt y Sprungli esta a un centenar de metros —lo informo Ulrich—. Mire, ahi esta la casa que buscan —anadio, senalando a orillas del lago un gran chale antiguo cuya estructura entramada, embellecida por una decoracion pintada, se podia admirar gracias a la claridad de la noche.
Un bonito jardin lo rodeaba. Adalbert se limito a echar un vistazo y fue a aparcar el coche, bastante ruidoso, un poco mas lejos. Regresaron andando y se quedaron mirando la casa, cuyas contraventanas cerradas parecian indicar que sus habitantes estaban durmiendo.
—Es curioso —observo Ulrich—. No hace mucho que han vuelto, y no son de los que se van corriendo a la cama.
—Sea como sea —dijo Morosini—, yo no he venido aqui para contemplar una casa vieja. La mejor forma de saber lo que pasa dentro es ir a verlo. ?Alguno sabe abrir esa puerta?
Por toda respuesta, Adalbert se saco del bolsillo un estuche que contenia diversos objetos metalicos, subio los dos escalones de la entrada y se agacho delante de la hoja. Ante la mirada admirativa de Aldo, el arqueologo hizo una brillante demostracion de sus talentos ocultos abriendo sin hacer ruido y en unos segundos una puerta bastante imponente.
—Podemos entrar —susurro.
Guiados por la linterna confiada a Ulrich, los tres hombres avanzaron por un pasillo embaldosado que daba, a un lado, a una vasta estancia amueblada en cuya gran chimenea de piedra aun ardian algunas brasas. Al otro lado del pasillo estaba la cocina, donde flotaban olores de
—No hay nadie —concluyo Adalbert—. Acaban de irse.
—Es la mejor prueba de que tienen el collar —gruno Morosini—. Han tenido miedo de que la policia los descubriera.
—Habria podido pasar bastante tiempo antes de que los encontraran —observo Ulrich—. Zurich es grande, y los alrededores todavia mas.
—Tiene razon —dijo Aldo—. ?Por que esta huida precipitada? ?Y con que destino?
—?Por que no a tu casa? ?Tu querida esposa estaba empenada en que te detuvieran! Quiza lleve el collar, con o sin el rubi, a tu noble morada, donde, cuando hayas vuelto, podria ingeniarselas para que la policia lo encontrara.
—Es muy capaz —dijo Aldo, pensativo—. Quiza seria mejor que volviera a casa lo antes posible.
—No olvides lo que nos ha dicho ese inspector: prohibido salir de Zurich hasta nueva orden.
En ese momento llego Ulrich, que habia ido a inspeccionar la cocina mas a fondo.
—?Vengan a ver! He oido ruido en la bodega. Como un gemido… Se baja por una trampilla.
Por prudencia, decidieron que Ulrich pasara primero, puesto que conocia la casa. Aldo y Adalbert se precipitaron tras el americano, que al llegar abajo acciono el interruptor de la luz. Lo que descubrieron les hizo retroceder de horror: un hombre cuyo cuerpo era una pura llaga marcada por huellas de quemaduras yacia en el suelo. El rostro tumefacto, ensangrentado, apenas era reconocible, pero aun asi los dos amigos identificaron sin vacilar a Wong. Aldo se arrodillo junto al desdichado, tratando de averiguar por donde habia que empezar a socorrerlo.
—?Dios mio! —murmuro—. ?Como lo han dejado esos miserables! Pero ?por que?
Ulrich, decididamente cada vez mas util, ya habia ido a buscar agua, un vaso, panos limpios e incluso una botella de conac.
—Ademas del rubi, tenian otra idea fija: averiguar donde se encontraba un tal Simon Aronov. Pero este no se de donde ha salido.
—De una villa que esta a tres o cuatro kilometros de aqui —contesto Adalbert—. Yo fui a verlo, pero encontre la casa vacia. ?Y ahora se por que! Una vecina incluso me dijo que lo habia visto marcharse una noche en un taxi con una maleta.