cigarrillos, Aldo y Adalbert, envueltos en sendos impermeables identicos —el tiempo, ya frio, era gris y lluvioso—, se embarcaron en una nueva y peligrosa aventura.
—Iremos a pie —decidio Morosini—. No esta muy lejos.
Con la gorra calada hasta los ojos, el cuello del Burberry's levantado, la espalda inclinada y las manos metidas en los bolsillos, partieron bajo una llovizna que parecia un cernidillo y que ni ralentizaba la actividad de la ciudad ni le restaba belleza. Adalbert, que no habia estado nunca, admiraba los palacios y los edificios de la Roma del norte. El Rynek, con sus casas renacentistas de largos tejados oblicuos, le encanto, y de forma especial la celebre taberna Fukier, de la que Aldo le hizo algunos comentarios antes de anadir:
—Si salimos vivos de esta y no nos vemos obligados a escapar corriendo, nos quedaremos dos o tres dias y te prometo la tajada de tu vida en Fukier. Tienen vinos que se remontan a las cruzadas. Sin ir mas lejos, yo bebi alli un tokay fabuloso.
—Quiza deberiamos haber empezado por ahi: el ultimo trago del condenado. De esta manera, corro el riesgo de morir sin haberlos probado.
—?Derrotista tu? ?Lo ultimo que me quedaba por ver! Mira, ahi esta la entrada del gueto —anadio Aldo, senalando las torres que marcaban el limite del viejo barrio judio.
El mal tiempo hacia que ya estuviera empezando a anochecer, y en las garitas donde se reunian los vendedores de tabaco, las lamparas de petroleo se encendian una tras otra. Sin vacilar, Morosini se adentro en la calle principal, la mas ancha del antiguo nucleo marcado por los railes del tranvia, pero no tardo en dejarla para meterse en una callejuela tortuosa que recordaba a causa de su aspecto de falla entre dos acantilados y de la presencia, en la entrada, de una chamarileria. Hasta el momento, todo iba bien; el sabia que la calle en cuestion desembocaba en una plazuela con una fuente donde estaba la casa de Elie Amschel, cuya bodega escondia la entrada secreta de los sotanos.
Alli estaba, en efecto, muda y oscura, con sus peldanos gastados y la pequena hornacina de la
—Esperemos que la puerta no oponga demasiada resistencia y que podamos entrar sin despertar sospechas —mascullo Vidal-Pellicorne—. No hay nadie a la vista; aprovechemos el momento.
—De todas formas, hay que entrar. Si tiene que ser por la fuerza, que le vamos a hacer. Nos tomaran por policias y ya esta.
Pero la puerta les evito ese mal trago abriendose con facilidad bajo los dedos agiles del arqueologo, y los dos hombres penetraron en el vestibulo estrecho y oscuro, cerraron cuidadosamente y pasaron a la vasta estancia de la planta baja que Morosini habia encontrado acogedora en su primera visita, con sus grandes bibliotecas, sus sillones tapizados y, sobre todo, la estufa cuadrada que en aquella ocasion difundia un agradable calor. Nada semejante esta vez. No solo no habia nadie, sino que la casa parecia abandonada. Lo unico que recibio a los visitantes fue el frio, el olor de moho producido por la humedad, las telaranas y el correteo de unos pocos ratones. Nadie habia sucedido al desdichado Elie Amschel, asesinado por los Solmanski.
La electricidad no funcionaba, pero las potentes linternas de Aldo y Adalbert suplieron su falta.
—Seria mejor que solo llevaramos una encendida para ahorrar pilas —dijo el segundo—, puesto que, segun dices, debemos efectuar un camino subterraneo bastante largo.
—Es posible que no necesitemos encender ninguna.
En un rincon habia lamparas de petroleo que iluminaban bien.
Las encontro sin dificultad sobre un viejo arcen y cogio una cuyo deposito estaba lleno. La encendio y se la tendio a Adalbert.
—?Ten, sujetala! Yo voy a levantar la trampilla.
Tras apartar la alfombra raida, tiro de la anilla de hierro y dejo al descubierto la escalera que conducia a la bodega.
—Hasta ahora no he cometido ningun error —dijo Aldo—. Esperemos que siga asi y que recuerde el botellero que Amschel manipulo.
Una vez abajo, Morosini se detuvo, sorprendido: el botellero y la pared a la que este estaba sujeto habian sido manipulados; el paso estaba abierto. Alguien habia pasado por alli, quizas hacia poco, y, temiendo no poder accionar el mecanismo desde el otro lado, habia preferido dejar abierto. Los dos hombres cruzaron una mirada y sacaron las armas al unisono. A partir de ese momento iban a avanzar por terreno minado y habia que evitar dejarse sorprender.
—En estas condiciones —murmuro Adalbert—, es mejor dejar la lampara y utilizar la linterna; por lo menos asi no correremos el riesgo de arder si nos disparan.
Aldo asintio con la cabeza y el viaje subterraneo comenzo. Con mas tension que antes. Tal vez en ese mismo instante estaban matando a Simon Aronov. Morosini no podia permitirse cometer un error.
—Trata de relajarte —le aconsejo Adalbert—. Si estas muy nervioso, te liaras.
Desgraciadamente, aquello era mas facil de decir que de hacer. Una sucesion de galerias se abria ante ellos, unas con el suelo de ladrillo y otras de tierra batida. Aldo recordaba haber caminado en linea bastante recta detras del hombre del sombrero redondo. Con cierto alivio, vio una ojiva de piedra medio derruida que se le habia quedado grabada en la memoria. Tambien recordaba haber andado mucho rato, pero, cuando se encontro ante una encrucijada, se vio obligado a detenerse, con el corazon en un puno. ?Habia que tomar el camino de la derecha, el de la izquierda, o seguir recto? Habia muy poca distancia entre los tres pasillos y el se habia limitado a seguir a su guia.
—Tomemos el del centro —aconsejo Adalbert— y avancemos un poco mas. Si tienes la impresion de que nos equivocamos, volveremos atras para intentarlo por otro pasillo.
Asi lo hicieron, pero Aldo se percato casi enseguida de que no iban por el buen camino. Este descendia, y el recordaba haber tenido la impresion de ascender hacia la superficie, de modo que volvieron a la encrucijada.
—?Y ahora que? —susurro Adalbert—. ?Por cual te decides?
—Hay que encontrar una puerta baja… a la derecha. Era la primera que se veia desde hacia un buen rato…
Si bien al principio habian encontrado a ambos lados varias puertas cerradas, fuera con rejas o con hojas de madera, que eran bodegas privadas, Aldo recordaba haber recorrido una especie de tunel sin aberturas.
—Es una puerta vieja con pernios de hierro de la que Amschel tenia la llave. No sera facil abrirla sin ella.
—Eso dejalo de mi cuenta.
Se pusieron de nuevo en marcha esforzandose en ir lo mas deprisa posible. El corazon de Aldo latia con fuerza en su pecho, oprimido por un terrible presentimiento. De pronto, alguien salio de un pasadizo lateral, o mas bien surgio. Era un judio pelirrojo que llevaba barba y trenzas bajo un gorro mugriento. Al toparse con los dos hombres, profirio un grito de terror.
—No tenga miedo —dijo Morosini en aleman—. No queremos hacerle ningun dano.
Pero el hombre meneo la cabeza. No entendia lo que le decian y su mirada seguia reflejando una desconfianza temerosa.
—Lo siento —dijo Adalbert en su propia lengua—. No hablamos polaco.
Un claro alivio se pinto en el rostro barbudo.
—Yo… hablo frances —dijo—. ?Que buscan aqui?
—A un amigo —respondio Aldo sin vacilar—. Creemos que esta en peligro y venimos a ayudarlo.
En ese preciso momento, amortiguado por la distancia pero completamente identificable, un quejido de dolor llego hasta sus oidos. El hombre salto como si le hubieran dado un latigazo.
—?Tengo que ir a buscar ayuda! ?Dejenme pasar!
Pero Aldo lo tenia agarrado por el cuello de la levita.
—?Ayuda para quien?… ?No se llamara Simon Aronov por casualidad?
—No se cual es su nombre, pero es un hermano.
—El que buscamos es tambien un hermano para nosotros. Vive en un sitio que parece una capilla…
Llego otro lamento. Aldo zarandeo al hombre con mas violencia.
—?Hablas, si o no? Dinos para quien quieres ayuda.
—Ustedes…, ustedes tambien son enemigos.
—No. Por mi vida y por el Dios al que adoro, juro que somos amigos de Simon. Hemos venido a ayudarlo,