pero no encuentro el camino.

Un resto de desconfianza se distinguia aun en la mirada del judio, pero este comprendio que debia arriesgarse.

—?Su… suelteme! —balbucio—. Les llevare.

Inmediatamente se encontro libre.

—Vengan por aqui —dijo, adentrandose en el pasadizo del que habia salido.

Aldo lo agarro de la levita.

—Este no es el camino. Yo no he pasado nunca por aqui.

—Hay dos, y este es el mas corto. Yo tengo que confiar en ustedes. Podrian corresponder.

Los gritos de dolor continuaban.

—Vamos —decidio Adalbert—. Te seguimos, pero ojo con lo que haces.

Tras recorrer un centenar de metros, de pronto se abrio una grieta en la pared y desembocaron en la bodega llena de escombros que Aldo recordaba. El desconocido indico entonces la escalera de hierro oculta por los montones de cascotes. Arriba estaba la puerta, de hierro tambien, que databa de los tiempos de los antiguos reyes. No estaba cerrada. Alli, el grito era un largo gemido. Desentendiendose del guia, que aprovecho para escapar, Aldo y Adalbert subieron precipitadamente la pequena escalera cubierta por una alfombra purpura que estaba al otro lado de la puerta. Alli no habia nadie, y tampoco habia nadie en la corta galeria que seguia: los bandidos estaban muy seguros de que no irian a molestarlos. Pero el espectaculo que los dos hombres descubrieron en la antigua capilla les puso los pelos de punta: sobre la gran mesa de marmol con patas de bronce, a la luz del candelabro de siete brazos, estaba tendido Simon Aronov, desnudo. Sus manos y sus pies estaban atados a las patas de la mesa con una increible agresividad: le habian partido de nuevo la pierna deforme, que formaba un angulo tragico. Dos hombres estaban inclinados sobre el: un coloso que le arrancaba jirones de carne, armado con unas tenazas calentadas al rojo vivo en un brasero, y al otro lado, Sigismond, que, con una alegria sadica, repetia sin parar la misma pregunta:

—?Donde esta el pectoral? ?Donde esta el pectoral?

Todo estaba revuelto en las bibliotecas, que los miserables debian de haber registrado a fondo, y en el alto sillon de ebano del Cojo estaba sentado el viejo Solmanski con el collar de Dianora entre sus manos crispadas. Junto a el, un tipo miraba y reia.

—?Habla! —decia el conde—. ?Habla, viejo demonio! Despues te dejaremos morir.

Los dos disparos sonaron al mismo tiempo: Sigismond, con la frente atravesada por la bala de Aldo, y el verdugo, con la cabeza medio destrozada por el disparo de Adalbert, murieron sin siquiera darse cuenta de lo que les pasaba. En cuanto a Solmanski padre, apenas pudo proferir un grito de horror: Aldo lo amenazaba con su arma mientras Vidal-Pellicorne, despues de abatir al hombre que se divertia tanto, iba corriendo a atender al torturado, cuyo cuerpo no era ya sino una herida, pero que permanecia consciente. Su voz se elevo, debil, susurrante, pero todavia imperiosa:

—?No lo mate, Morosini! ?Todavia no!

—A sus ordenes, amigo. Pero hacerlo seria simplemente enviarlo a donde deberia estar, porque ?acaso no murio en Londres hace unos meses? —Luego, dejando a un lado la ironia, exclamo—: ?Malnacido! ?Deberia haberlo matado sin explicaciones cuando manchaba mi casa con su presencia!

—Habrias hecho mal —observo Vidal-Pellicorne mientras intentaba hacer beber un poco de agua a Simon —. Merece algo mejor que una bala o un nudo corredizo al amanecer. Confia en mi, nos ocuparemos de eso.

—El Eterno ya se ha ocupado —murmuro Simon—. No puede andar, han tenido que traerlo sus hombres. Queria ensenarme el mismo el rubi, demostrarme que lo tenia…, al igual que poseia el zafiro… y el diamante.

—Esos dos —dijo Vidal-Pellicorne— ya puede tirarlos a la basura: son copias.

Esperaba oir protestas furiosas, pero Solmanski solo veia una cosa: el cadaver de Sigismond y el agujero en medio de la frente de su bello y cruel rostro.

—Mi hijo… —balbucia—. Mi hijo… ?Habeis matado a mi hijo!

—?Ustedes han matado a otros, y sin ningun pesar! —repuso Morosini, asqueado.

—Esas personas no eran nada para mi. A el lo queria…

—?Vamos! Usted no ha conocido jamas otra cosa que el odio… ?No me lo puedo creer! ?Esta llorando?

En efecto, unas lagrimas corrian por las mejillas blancas y lisas de Solmanski, pero no conmovieron a Aldo. Con un gesto negligente, este cogio el collar y se acerco a Simon, al que Adalbert acababa de desatar pero que, despues de tan larga y dolorosa resistencia, no podia moverse. Aldo miro a su alrededor.

—?Hay una cama a la que podamos llevarlo?

—Si…, pero no vale la pena. Quiero morir… aqui mismo. En el lugar donde ellos me han puesto…, donde he suplicado… al Altisimo que me liberara… Soy… mas fuerte… de lo que creia.

Los dos amigos le pusieron un cojin bajo la cabeza y cubrieron con la bata de seda arrancada por los verdugos el cuerpo quebrado. Con una gran delicadeza, Aldo le cogio la mano.

—Vamos a sacarlo de aqui…, a curarlo. Ahora ya no hay peligro y…

—No… Quiero morir… He terminado mi trabajo y sufro demasiado. Ustedes dos han cumplido su mision; ahora deben concluirla.

—?Quiere entregarnos el pectoral?

—Si…, para que anadan ese… magnifico rubi. Pero no esta aqui. Voy a decirles…

—?Un momento! —lo interrumpio Adalbert—. Dejeme matar a este viejo miserable. No querra decirle ahora lo que no ha podido arrancarle por la fuerza…

—Si, eso es justo lo que quiero. Se sentira todavia peor cuando… coloquen… aqui la bomba de relojeria que siempre he tenido preparada en mis diferentes residencias para activarla en caso de necesidad. Nos iremos juntos… y comprobare si el odio… puede seguir existiendo en… la eternidad.

—?Quiere hacer saltar por los aires una parte de la ciudad? —pregunto Aldo, horrorizado.

—No…, tranquilicese… Estamos… en pleno campo. Lo veran cuando salgan… por esa puerta.

Levanto una mano para senalar el fondo de la antigua capilla, pero la dejo caer enseguida, sin fuerzas, sobre las de Aldo. Este intento decir algo, pero el Cojo se lo impidio.

—Dejeme hablar… Van a llevar ese collar… Iran a Praga: alli es donde esta el gran pectoral…, en una tumba del cementerio judio… Deme algo de beber… Conac… En el armario de la derecha hay una botella.

Adalbert fue a buscarlo, lleno un vaso y, con cuidados maternales, hizo beber unas gotas al herido, cuyas mejillas lividas recobraron un poco de color.

—Gracias… Alli buscaran la tumba de Mordechai Meisel, que fue alcalde de nuestra ciudad en la epoca del emperador Rodolfo. Lo enterre ahi… despues de haber huido de mi castillo de Bohemia… Jehuda Liwa los ayudara cuando se lo hayan contado todo…

—Ya sabe muchas cosas —dijo Aldo— que me gustaria contarle a usted. Le hemos seguido de cerca y…

Un destello de interes aparecio en el unico ojo, de un azul tan intenso antes pero ahora casi sin color. La boca desgarrada, con los dientes rotos, casi esbozo la sombra de una sonrisa.

—Es verdad…, todavia no se… donde estaba el rubi. ?Como lo encontraron?… Sera mi ultimo placer…

Sin preocuparse del viejo Solmanski, al que Adalbert habia atado al sillon con las cuerdas que habia quitado a su victima, Morosini relato la aventura desde la noche de Sevilla hasta el asesinato de Dianora. Aronov lo siguio con una pasion que parecia actuar como un balsamo en sus carnes desgarradas.

—Entonces, ?mi fiel Wong… ha muerto? —dijo—. Era mi ultimo sirviente, el mas fiel junto con Elie Amschel. De los demas me separe cuando tuve que esconderme. En cuanto a ustedes dos…, nunca les agradecere bastante… lo que han hecho. Gracias a ustedes, el gran pectoral volvera a ver la tierra de Israel…, pero desgraciadamente no me queda dinero para darles…

La desagradable voz de Solmanski se elevo:

—Te hemos desplumado bien, ?eh, viejo miserable? El dia que mi hijo dio con Wurmli y se gano su amistad fue un dia bendito. ?Te hemos arruinado, perseguido, acosado, casi matado!

—No estes tan orgulloso —le espeto Morosini con desprecio—. Vas a morir y ni siquiera has conseguido ver el pectoral. Tu vida ha sido un fracaso.

—Todavia queda mi hija…, tu mujer, y creeme, siempre ha sabido lo que hacia. Ahora esta en tu casa; lleva en su vientre un hijo que recibira tu apellido y todos tus bienes, y al que ni siquiera veras nacer porque ella

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