—Vio que se marchaba alguien, pero seguro que no era el —dijo Aldo mientras mojaba un poco con agua el rostro herido—. Ya imaginaras que, cuando lo raptaron, no convocaron a los vecinos para que presenciaran la escena.
—?Como esta?
—?Dejeme ver! —dijo Ulrich—. En mi… profesion, estamos acostumbrados a toda clase de heridas, y ademas, soy un poco medico.
—Hay que ir a buscar una ambulancia para que lo lleven a un hospital —dijo Aldo—. ?En Suiza hay montones!
El americano meneo la cabeza.
—Es inutil. Esta a punto de morir. Lo unico que podemos hacer es tratar de reanimarlo por si tuviera algo que decirnos.
Con infinitas precauciones, sorprendentes en aquel hombre dedicado a actividades violentas, le limpio al moribundo la boca, cubierta de sangre seca, y le hizo tragar un poco de alcohol. Aquello debio de quemarle, pues profirio un debil gemido, pero abrio los ojos. Wong reconocio el rostro ansioso de Aldo inclinado sobre el. Trato de levantar una mano y el principe la tomo entre las suyas.
—?Deprisa! —susurro—. ?Ir deprisa!
—?Adonde quiere que vayamos?
—A Var… Varsovia… ?El senor! Saben… donde esta.
—?Se lo ha dicho usted?
En los ojos apagados se encendio una debil llama, una llama de orgullo.
—Wong… no ha hablado, pero ellos saben… Un traidor… Wurmli. Los espera… alli.
La ultima palabra salio junto con el ultimo suspiro. La cabeza se deslizo un poco entre las manos de Aldo, que la sostenia. Este alzo hacia el americano una mirada interrogativa.
—Si. Se acabo —dijo este—. ?Que piensan hacer? ?Avisar a la policia?
—?Desde luego que no! —dijo Adalbert—. Vamos a tener que marcharnos por las buenas, cuando nos han dicho que no salgamos de la ciudad. Ya nos las arreglaremos para avisarla cuando estemos lejos.
—Eso es muy sensato. ?Y ahora que hacemos? Yo no tengo muchas ganas de eternizarme aqui.
—Es comprensible —dijo Morosini—. Le propongo volver al hotel con nosotros y esperar a que sea una hora decente para pedir que abran la caja fuerte. Mientras tanto, prepararemos la partida. Luego yo le doy lo que le he prometido y nos separamos.
—Un momento —dijo Adalbert—. ?Sabe por casualidad quien es ese tal Wurmli, cuyo nombre acaba de pronunciar Wong?
—Ni idea.
—Yo se quien es —dijo Aldo—. Ahora, vayamonos, aunque te aseguro que lamento no poder rendirle algunos honores a este fiel servidor que era Wong. Es horrible tener que dejarlo aqui.
—Si —dijo Adalbert—, pero es mas prudente.
Poco despues de las ocho de la manana, Vidal-Pellicorne y Morosini salian de Zurich por la carretera en direccion al lago Constanza. Ulrich habia partido hacia un destino desconocido, llevando en el bolsillo el precioso collar de Julia Farnesio acompanado de un certificado de venta que le habia firmado Aldo para evitar cualquier problema. Las maletas habian sido hechas rapidamente; luego, mientras Aldo escribia una carta a Lisa a fin de explicarle que partian en busca de los ladrones y sin duda tambien de los asesinos de Dianora, Adalbert procedia a la puesta a punto de su pequeno bolido con vistas a un largo trayecto. Habia calculado que, turnandose al volante, Aldo y el podrian llegar a Varsovia antes que Sigismond.
—Debe de haber mil doscientos o mil trescientos kilometros. No es nada del otro mundo, y si te sientes con animos…
—No me lo diras dos veces. Quiero la piel de los Solmanski. O ellos o yo.
—Deberias decir «o ellos o nosotros», porque no tengo intencion de quedarme atras. Por cierto, antes has dicho que sabias quien es Wurmli.
—Si. Y tu tambien lo sabes, lo que pasa es que lo has olvidado: es el tipo del banco que hacia de enlace entre Simon y nosotros.
—No puede ser… ?Ese hombre de absoluta confianza?
—Pues mira, ha dejado de serlo. Con dinero se pueden hacer milagros, y los Solmanski no andan escasos. No se como han descubierto a Hans Wurmli, pero, si Wong dice que el traidor es el, tenemos razones de sobra para creerlo. Ya nos ocuparemos de el despues. Algo me dice que lo que nos espera en Varsovia, sea bueno o malo, sera el desenlace de este asunto.
Adalbert asintio con la cabeza y no dijo nada. Estaban atravesando un tramo de carretera malo que requeria toda su atencion. Cuando lo hubieron dejado atras, Aldo pregunto con una imperceptible sonrisa burlona:
—?Crees que podras llevarme hasta alli en buen estado?
—Si pasa algo, puedes seguir conduciendo tu. Pero procura no estropearme el coche. Le tengo mucho carino. ?Es una verdadera maravilla!
Y para corroborar las excelencias de su artilugio, Adalbert piso a fondo el acelerador. El pequeno Amilcar salio disparado.
12. El ultimo refugio
Al dia siguiente, a primera hora de la tarde, Aldo detenia el coche delante del hotel Europa, en Varsovia. El Amilcar, cubierto de barro y de polvo, ya no se sabia de que color era, pero se habia portado como un valiente — ?solo dos pinchazos!— durante todo el interminable trayecto que, por Munich, Praga, Breslau y Lodz, habia llevado a sus conductores a buen puerto. Ellos tampoco estaban muy enteros: la lluvia los habia acompanado durante una parte del camino. Llegaban molidos, destrozados, habiendo dormido a ratos en un artefacto aparentemente descontrolado y que devoraba kilometros sin tomarse la molestia de ahorrar los baches a sus pasajeros. Sin embargo, a estos los alentaba la esperanza tenaz de llegar antes que el enemigo, supeditado a unos horarios de tren que no siempre coincidian.
Una cosa preocupaba a Aldo: iba a tener que encontrar, sin guia, el camino oculto en los sotanos y las bodegas del gueto, el camino que llevaba a la morada secreta del Cojo. Despues de mas de dos anos, su memoria, habitualmente tan fiel, ?no le fallaria? La idea de que los Solmanski conocieran el camino lo obsesionaba. Cuando llegaron, queria ir inmediatamente a la antigua ciudad judia, pero Adalbert se mostro firme: en el estado nervioso en que se encontraba Aldo, no haria un buen trabajo. Asi que, primero una ducha, una comida y un poco de descanso hasta la caida de la noche.
—Te recuerdo que yo tendre que forzar la puerta de entrada de una casa situada en medio de un barrio llena de vida. ?Podemos acabar mal! Ademas, quiza la urgencia no sea extrema.
—Para mi lo es. Asi que, de acuerdo, nos duchamos y nos comemos un bocadillo, pero dejamos lo de dormir para mas tarde. Piensa que no estoy seguro de encontrar el camino. ?Que haremos si me pierdo?
—Podemos dar la voz de alarma. Despues de todo, Simon es judio y estaremos en pleno gueto. Quiza sus correligionarios se movilicen.
—?De verdad lo crees? Aqui todavia conservan el recuerdo de las botas rusas; son fragiles y detestan el alboroto. En fin, ya veremos. Por el momento, demonos prisa.
Instalados en unas habitaciones inmensas, los dos hombres se dieron un bano caliente que Aldo hizo seguir de una ducha fria, pues habia estado a punto de dormirse. Luego devoraron el contenido de una gran bandeja donde los tradicionales