– ?Al cuerno con el legado! -exclamo la decana-. ?O es que no podemos llevarnos prestada una cosa un par de semanas? Podemos poner juntas esas espantosas muestras geologicas y llevar una de las cajas pequenas a su habitacion.
– Por supuesto. Ya me encargo yo -dijo la senorita Edwards.
– Gracias. Seria estupendo -dijo Harriet.
– ?No se muere de ganas de jugar con su nuevo juguete? ?Juega lord Peter al ajedrez? -pregunto la senorita Allison.
– No lo se -contesto Harriet-. Yo no juego muy bien. Simplemente me enamore de estas piezas.
– Pues vamos a jugar una partida -dijo la senorita De Vine con amabilidad-. Son tan bonitas que seria una lastima que nadie las usara.
– Pero me imagino que me va a dar una paliza.
– ?Vamos, juegue! Piense en lo mucho que deben de estar deseando un poquito de vida y movimiento tras tanto tiempo en un escaparate -dijo la senorita Shaw con sentimentalismo.
– Le cedo un peon -ofrecio la senorita De Vine.
Aun con esa ventaja. Harriet sufrio tres humillantes derrotas en rapida sucesion: en primer lugar, porque jugaba mal; en segundo lugar, porque le costaba trabajo recordar las piezas, y en tercer lugar, porque era tal la angustia de desprenderse de golpe de un guerrero con todas su armas, un corcel rampante y un juego completo de bolas de marfil, que apenas podia arriesgar un peon. Observando con absoluta serenidad incluso la desaparicion de un alfil con grandes mostachos o de un elefante cargado de combatientes, la senorita De Vine acorralo muy pronto al rey de Harriet entre sus defensores. Y a la jugadoras mas debil no le facilito el juego el encontrarse sometida a la desdenosa mirada de la senorita Hillyard, quien, tras haber proclamado a los cuatro vientos que el ajedrez era el entretenimiento mas aburrido del mundo, no se fue a continuar con su trabajo; por el contrario, se quedo como fascinada ante el tablero y, algo aun peor, jugueteando con las piezas comidas, con la consiguiente preocupacion de Harriet por si se le caia alguna.
Ademas, una vez concluidas las partidas y cuando la senorita Edwards habia anunciado que habian limpiado una urna de cristal y que la habian llevado a la habitacion de Harriet, la senorita Hillyard se empeno en ayudar a llevar las piezas de ajedrez, para lo cual eligio el rey y la reina blancos, cuyos tocados tenian delicados ornamentos ondulados a modo de antenas, que facilmente podian sufrir desperfectos. Incluso despues de que la decana se diera cuenta de que se podian transportar las piezas mas protegidas poniendolas de pie en su caja, la senorita Hillyard se unio al grupo que las escoltaba para cruzar el patio y ayudo muy servicial a colocar la urna de cristal en el lugar adecuado frente a la cama, «de modo que puede verla si se despierta por las noches, observo.
Dio la casualidad de que al dia siguiente era el cumpleanos de la decana. Harriet salio poco despues del desayuno para comprarle un obsequio floral en el mercado, y al salir a High Street con la intencion de pedir hora en la peluqueria, se encontro con la inesperada recompensa de ver dos espaldas masculinas que salian del Mitre y se dirigian hacia el este, al parecer en perfecta armonia. La del hombre mas bajo y mas delgado la habria reconocido entre un millon de espaldas, y tampoco resultaba facil confundir la imponente anchura y altura de la del senor Reginald Pomfret. Ambos fumaban en pipa, circunstancia por la que Harriet llego a la conclusion de que el destino de su paseo dificilmente podria ser Port Meadow con pistolas o espadas. Iban paseando parsimoniosamente, lo propio despues de desayunar, y Harriet se cuido muy mucho de no acercarse a ellos. Esperaba que lo que lord Saint-George denominaba «el famoso encanto de la familia» se estuviera aplicando con buen fin; se sentia demasiado mayor para disfrutar de la sensacion de que se pelearan por ella; los tres hacian el ridiculo. A lo mejor diez anos antes se habria sentido halagada, pero le daba la impresion de que el deseo de poder era algo que se iba perdiendo con la edad. Lo que se necesitaba era paz y liberarse de la presion de ciertos personajes demasiado colericos y nerviosos, penso en el aire viciado de perfumes de la peluqueria. Pidio hora para la tarde y continuo su camino. Al pasar junto a Queen's College, Peter bajaba las escaleras, el solo.
– ?Hola! ?Y esos emblemas florales? -pregunto.
Harriet se lo explico.
– ?Pero vaya por Dios, con lo bien que me cae la decana! – Libro del peso de las rosas a Harriet-. Yo tambien quiero llevarle un regalo.
»Aunque no se que son las primulas de Jerusalen, y a lo mejor no es la temporada.
Harriet volvio con el al mercado.
– Tu joven amigo ha venido a verme -anadio Peter.
– Si ya lo he visto. Y ?«le clavaste una mirada ausente y con tu noble cuna le diste muerte?»
– ?A mi pariente en decimosexto grado por parte del padre de mi madre? No; es buen chico, y lo que realmente conquista su corazon son los campos de deporte de Eton. Me conto todas sus penas y le ofreci toda mi compresion, al tiempo que insistia en que hay mejores maneras de matar el dolor que ahogandose en un barril de vino de malvasia; pero, ?oh, Dios!, «retrasa el universo y devuelveme el ayer». Anoche llevaba una cogorza prodigiosa, desayuno antes de salir y ha vuelto a desayunar conmigo en el Mitre. Lo que envidio no es el corazon de los jovenes, sino su cabeza y su estomago.
– ?Te has enterado de algo mas sobre Arthur Robinson?
– Solamente que se caso con una joven llamada Charlotte Ann Clarke, y que tuvo con ella una hija, Beatrice Maud. Eso fue facil, porque sabemos donde vivia hace ocho anos y pude consultar el registro civil de la localidad, pero todavia siguen investigando para averiguar cuando murio, suponiendo que este muerto, o cuando nacio el segundo hijo, que, si es que llego a nacer, podria indicarnos adonde se fue despues del incidente de York. Desgraciadamente, das una patada y te salen miles de Robinson, y su nombre, Arthur tampoco es raro, y si se cambio de apellidos, es posible que no aparezca ninguna inscripcion. Otra de mis investigadoras ha ido a la antigua pension de Robinson, donde, si lo recuerdas, cometio la imprudencia de casarse con la hija de la casera, pero los Clarke se han trasladado, y nos va a costar trabajo encontrarlos. Otra posibilidad seria indagar entre las agencias de empleo para profesores y las escuelas privadas de poca categoria, porque es probable que… No me estas escuchando.
– Claro que si -replico Harriet distraida-. Su esposa se llamaba Charlotte y lo estas buscando en un centro de ensenanza privado. -Al entrar en el mercado se derramo sobre ellos una fragancia profunda y humeda, y Harriet se sintio invadida por una extrana sensacion de bienestar-. Me encanta este olor… es como el invernadero de los cactus en el Jardin Botanico.
Su acompanante abrio la boca, a punto de hablar, la miro, y como si pensara que iba a malograr su buena fortuna, dejo que el nombre de Robinson se le marchitara en los labios.
–
– ?Que dices, Peter?
– No, nada. «Las palabras de Mercurio son duras tras los canticos de Apolo.» -Le puso delicadamente una mano sobre el brazo-. Vamos a entrevistarnos con el dispensador de fragancias.
Y una vez despachados a su destino claveles y rosas, en esta ocasion con recadero, parecia natural acercarse al Jardin Botanico, ya que se habia mencionado su nombre, y puesto que, como observa Bacon, un jardin es el mas puro de los placeres humanos y el mayor alivio para el espiritu, e incluso los ignorantes incapaces de distinguir entre
Y despues de haber recorrido el Jardin Botanico, cuando estaban sentados a orillas del rio, Peter, volviendo desgarradoramente al sordido presente dijo:
– Me parece que voy a tener que hacerle una visita al un viejo amigo tuyo. ?Sabes como pillaron a Jukes con todo el equipo encima?