– Una ginebra detras de otra, maldita sea -dijo Peter con tristeza-. En fin, caballero. Sera mejor que pida disculpas a la senora y se largue.
Conteniendose y a punto de estallar en llanto, el senor Pomfret dijo entre dientes que lamentaba haber armado tanto jaleo.
– Pero ?por que se ha burlado de mi? -le pregunto a Harriet en tono de reproche.
– No se ha burlado de usted, senor Pomfret. Esta usted muy equivocado.
– ?Al diablo con los mayores! -exclamo el senor Pomfret.
– No empiece otra vez -le pidio Peter con amabilidad. Al levantarse, sus ojos quedaron a la altura de la barbilla del senor Pomfret-. Si desea continuar con la conversacion, me encontrara manana por la manana en el Mitre. Salga usted, por favor.
– Vamos, Reggie -dijo el amigo.
El anticuario, que habia vuelto a la tarea de empaquetar tras asegurarse de que no hacia falta llamar a la policia ni a los supervisores de la universidad, dio un brinco para abrir la puerta y dijo amablemente: «Buenas tardes, caballeros», como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal.
– De mi no se burla nadie, maldita sea -dijo el senor Pomfret en la puerta, intentando volver a montar un espectaculo.
– Venga, muchacho, que nadie se esta burlando de ti -dijo su amigo-. ?Vamos! Ya te has divertido lo suficiente esta tarde.
Pusieron tierra de por medio.
– ?Vaya, vaya! -dijo Peter.
– Es que los jovenes son alegres -dijo el anticuario-. Lamento que el paquete sea tan voluminoso, senor. He puesto el tablero aparte.
– Metalos en el coche. Ira todo bien -dijo Peter.
Una vez cumplido el encargo, el anticuario, encantado de despejar la tienda, empezo a echar el cierre, puesto que ya era mas que hora de cerrar.
– Siento lo de mi amigo -dijo Harriet.
– Parece que se lo ha tomado a mal. ?Por que demonios se ha enfadado tanto por el simple hecho de que yo sea mayor?
– ?Pobrecito! Debio de pensar que yo te habia contado lo que paso entre el, el supervisor y yo. Supongo que deberia contartelo.
Peter la escucho y se rio con cierto remordimiento.
– Perdona, pero es que esas cosas te hacen un dano terrible a su edad. Voy a enviarle una nota para aclarar las cosas. ?Oye, por cierto!
– ?Que?
– Que no nos hemos tomado esa cerveza. Vente conmigo al Mitre a preparar un balsamo para los sentimientos heridos.
Peter escribio la epistola con un par de jarras de cerveza en la mesa.
Hotel Mitre, Oxford
A la atencion del senor don Reginald Pomfret.
Senor:
La senorita Vane me ha dado a entender que en el transcurso de nuestra conversacion de esta tarde lamentablemente utilice una expresion que se podria haber interpretado erroneamente como una alusion a sus asuntos personales. Permitame asegurarle que dichas palabras fueron fruto de una completa ignorancia, y que nada mas lejos de mi intencion que ofenderlo. Si bien condeno energicamente su conducta, deseo expresar mi mas sincero pesar por cualquier trastorno que inadvertidamente hubiera podido causarle, y le ruego que me siga considerando su seguro servidor.
PETER DEATH BRENDON WIMSEY
– ?Es suficientemente pomposo?
– Es estupendo -dijo Harriet-. Ni una palabra fuera de su sitio y todos tus apellidos. Como diria tu sobrino, «el tio Peter en plan estirado». Lo unico que falta son el emblema y el lacre. ?Por que no escribirle al pobre chico una nota amable, simpatica?
– No quiere amabilidad -replico su senoria sonriendo burlonamente-. Lo que quiere es desagravio. -Pulso el timbre y ordeno al camarero que viniera Bunter con el lacre-. Tienes razon sobre los efectos beneficiosos de un sello rojo… pensara que es un duelo. Bunter, traeme el sello. Pensandolo bien, no es mala idea. ?Le doy a elegir entre espada o pistola al amanecer en Port Meadow?
– A mi me parece que ya va siendo hora de que crezcas -dijo Harriet.
– ?Tu crees? -replico Peter, dirigiendose al sobre-. Nunca he desafiado a nadie. Seria divertido. A mi me han desafiado tres veces y me he batido dos. La tercera vez se metio la policia de por medio, supongo que porque a mi adversario no le gustaba el arma que yo habia elegido… Gracias, Bunter… Es que una bala puede ir a cualquier parte, pero el acero casi siempre llega a alguna parte.
– Peter, creo que eres un presumido -dijo Harriet, mirandolo con severidad.
– Yo tambien lo creo -replico el, colocando con precision el pesado anillo sobre el lacre-. Todo gallo cacarea en su propio estercolero -anadio con una sonrisa entre enfurrunada y despectiva-. Detesto que se me echen encima esos estudiantes gigantescos y que me hagan notar la edad que tengo.
Capitulo 20
Pues, por decirlo en pocas palabras, la envidia no es sino
ROBERT BURTON
Se dice que el amor y la tos no pueden ocultarse, como tampoco resulta facil ocultar treinta y dos piezas de ajedrez, a menos que seas tan inhumano como para dejarlas envueltas en sus vendajes de momia y sepultadas entre los seis lados de un sarcofago de madera. ?Que sentido tiene conseguir el deseo mas ferviente si no se puede tocar y regodearse con el, ensenarselo a los amigos y cosechar una envidia y una admiracion de antologia? Cualesquiera que fueran las incomodas conclusiones que pudieran deducirse de quien habia hecho el regalo, y al fin y al cabo, eso no era asunto de nadie, Harriet sabia que o lo exhibia o estallaba en solitario de puro deleite.
En consecuencia, se armo de valor, llevo su ejercito resueltamente a la sala del profesorado despues del comedor y lo desplego sobre la mesa, con la diligente ayuda de las profesoras.
– Pero ?donde va a guardarlo? – pregunto la decana, despues de que todo el mundo hubiera prodigado elogios y exclamaciones ante la delicadeza de la talla y hubiera girado y examinado por tuno las esferas concentricas-. No puede dejarlas en la caja. Fijese en esas lanzas tan pequenas y fragiles y en los tocados de los reyes. Habria que ponerlas en una urna de cristal
– Ya lo se -dijo Harriet-. Siempre me empeno en cosas imposibles. Tendre que envolverlas de nuevo.
– Pero entonces no podra contemplarlas -dijo la senorita Chilperic-. Desde luego, si fueran mias, no seria capaz de perderlas de vista ni un minuto
– Si quiere una urna de cristal, puede llevarsela del aula de ciencias -dijo la senorita Edwards.
– Justo lo que le hace falta, pero ?que pasaria con los terminos del legado? -intervino la senorita Lydgate.