me envio la dosis para una semana, siete pildoras, a un precio escandaloso, y yo, muy prudente fui a ver a mi amigo del Ministerio del Interior que se ocupa de los charlatanes, de los anuncios inmorales y demas, y desperte su curiosidad lo suficiente para que las analizara. «Hum. Seis de ellas no te harian ni bien ni mal, pero la otra, seguro que curaba la fatiga», me dijo. Asi que, como es natural, le pregunte que contenia. «Estricnina», me dijo. «Una dosis mortal. Si quieres echarte a rodar como un aro por toda la habitacion, con la cabeza tocandote los pies, te garantizo el resultado.» Asi que fuimos a buscar a ese caballero.
– ?Lo encontrasteis?
– Si, claro. Un viejo amigo mio. Ya lo habia sentado en el banquillo por posesion de cocaina. Lo metimos en chirona, y el muy desgraciado intento chantajearme basandose en la correspondencia que habiamos mantenido por la pildora. Jamas he conocido a un bribon que me cayera mas simpatico… ?Te apetece un poquito mas de sano ejercicio, o volvemos a la carretera?
Cuando pasaban por un pueblecito. Peter se fijo en una tienda de articulos de cuero y arneses y se detuvo bruscamente.
– Ya se lo que te hace falta -dijo-. Necesitas un collar de perro. Voy a comprarte uno, con trocitos de bronce.
– ?Un collar de perro? ?Para que? ?Como simbolo de propiedad?
No lo quiera Dios. Para protegerte de las dentelladas de los tiburones. Tambien es excelente contra los canallas y los cortadores de cuellos.
– ?Pero hombre de Dios!
– En serio. Es demasiado duro para retorcerlo y puede torcer el filo de un cuchillo… y aunque te cuelgue con el, no te ahogara como una soga.
– No puedo andar por ahi con un collar de perro.
– Bueno, no de dia, pero te dara seguridad cuando patrulles de noche. Y con un poco de practica, podras dormir con el. No hace falta que entres. Te he rodeado el cuello con las manos suficientes veces para saber que tamano necesitas.
Desaparecio dentro de la tienda, y Harriet lo vio despues consultando con el dueno. Salio al cabo de poco tiempo con un paquete y volvio a sentarse al volante.
– El vendedor estaba muy interesado por mi perra bull-terrier -comento-. Es extraordinariamente valiente, pero una luchadora obstinada e imprudente. Me ha dicho que, personalmente, prefiere los galgos. Me ha dicho adonde podia llevar el collar para que le pusieran mi nombre y direccion, pero yo le he dicho que no corria prisa. Ahora que hemos salido del pueblo, te lo puedes probar.
Se acerco a un lado de la carretera con tal fin y ayudo a Harriet a abrocharse la pesada correa (un tanto satisfecho de si mismo, segun le parecio a Harriet). Era una especie de gargantilla enorme e increiblemente incomoda. Harriet busco un espejo en el bolso y contemplo el resultado.
– Muy favorecedor ?no crees? -dijo Peter-. No veo por que no podria marcar una nueva moda.
– Pues yo si -replico Harriet-. Si no te importa, quitamelo.
– ?Te lo vas a poner?
– ?Y si alguien lo agarra por detras?
– Entonces dejate caer con fuerza. Caeras en blando, y con suerte, el agresor se abrira la cabeza.
– Eres un monstruo sanguinario. Muy bien. Hare lo que quieras si me lo quitas ahora.
– Me lo has prometido -repuso Peter, y la libero-. Este collar se merece que lo pongas en una caja de cristal -anadio mientras lo enrollaba y lo dejaba en las rodillas de Harriet.
– ?Por que?
– Porque es lo unico que me has permitido que te regalara.
– Aparte de mi vida… aparte de mi vida… aparte de mi vida.
– ?Maldita sea! -exclamo Peter, y clavo una colerica mirada en el parabrisas-. Debio de ser un regalo muy doloroso, porque no consientes que lo olvidemos ninguno de los dos.
– Perdoname. Peter he sido una mezquina y una bruta. Regalame algo si quieres.
– ?Puedo? ?Y que quieres que te regale? Los huevos del ave roc hoy estan a buen precio.
A Harriet se le quedo la mente en blanco unos segundos. Le pidiera lo que le pidiese, tenia que ser algo adecuado. Algo anodino, corriente o simplemente caro le pareceria insultante. Y el comprenderia en seguida si se estaba inventando un deseo para complacerlo…
– Peter… Regalame las piezas de ajedrez de marfil.
Peter parecia tan encantado que Harriet penso que esperaba que le hiciera un feo pidiendole algo de saldo.
– ?Pues claro que si! ?Las quieres ahora?
– ?Ahora mismo! A lo mejor se las esta llevando un pobre estudiante. Cada vez que paso por la tienda voy con el miedo de que hayan desaparecido. Date prisa.
– De acuerdo. Pisare el acelerador para no bajar de los ciento diez, salvo en el limite de los cincuenta y cinco.
– ?Dios mio! -exclamo Harriet cuando arranco el coche.
Le aterrorizaba la velocidad, y Peter lo sabia. Tras ocho kilometros espeluznantes, Peter la miro de reojo, para ver como lo llevaba, y aflojo la presion sobre el acelerador.
– Ha sido mi canto triunfal ?Han sido cuatro minutos espantosos?
– Merecido me lo tengo -contesto Harriet apretando los dientes-. Sigue.
– Ni loco, Seguiremos a un ritmo prudente, arriesgandonos a que se presente el maldito estudiante.
Pero las piezas de marfil seguian en el escaparate cuando llegaron. Peter las sometio a una minuciosa y monocular inspeccion y dijo:
– Parece que estan bien.
– Son preciosas. Tienes que reconocer que cuando hago una cosa, la hago divinamente. Te he pedido treinta y dos regalos de golpe.
– Parece sacado de
– Pues claro que voy a entrar. ?Por que? ?Ah! ?Se me nota que estoy muy interesada?
– Demasiado interesada.
– Bueno, es igual. De todos modos voy a entrar.
La tienda estaba a oscuras y atestada por una extrana coleccion de objetos de primera categoria, cachivaches y trampas para incautos. No obstante, el dueno del establecimiento estaba ojo avizor y tras una refriega preliminar de superlativos, reconocio que tenia que verselas con un cliente obstinado, experto y bien informado y se sometio con cierto entusiasmo a un prolongado asedio de la posicion. A Harriet jamas se le habria ocurrido que nadie pudiera dedicar una hora y cuarenta minutos a comprar un ajedrez. Hubo que examinar minuciosamente todas y cada una de las bolas talladas de las treinta y dos piezas, con las yemas de los dedos, a simple vista y con una lupa de relojero, en busca de senales de desperfectos, reparaciones, sustituciones o factura defectuosa, y no se menciono ninguna cantidad hasta despues de una severa catequesis sobre la procedencia de las piezas y una larga conversacion sobre las condiciones comerciales en China, la situacion del mercado de antiguedades en general y su efecto sobre la depresion economica en Estados Unidos, y cuando al fin se menciono esa cantidad, hubo otra discusion, en el transcurso de la cual volvieron a escudrinarse todas las piezas. Todo acabo cuando Peter accedio a adquirirlas por el precio fijado (considerablemente por encima del minimo que el habia calculado, pero por debajo, del maximo), a condicion de que en el fuera incluido el tablero, y el vendedor accedio, si bien de mala gana, tras haber hecho hincapie en que el tablero era espanol, del siglo XVI, y que, por consiguiente, era casi pura condescendencia por parte del comprador aceptarlo como regalo.
Habiendo concluido el combate con un resultado honorable, el anticuario sonrio afablemente y pregunto adonde habia que enviar el paquete.
– Nos lo llevamos -contesto Peter con decision-. Si prefiere dinero en efectivo a un cheque…
El anticuario insistio en que el cheque seria perfecto pero que el paquete seria bastante grande y tardaria mucho tiempo en prepararlo, puesto que habia que embalar las piezas por separado.
– No tenemos prisa. Nos lo llevamos nosotros -dijo Peter, cumpliendo asi la primera norma de la buena conducta con los ninos, que siempre hay que llevar personalmente los regalos y no que los entregue la tienda.
El comerciante subio a buscar una caja idonea, y Peter se volvio hacia Harriet para disculparse.