El fotografo llego demasiado tarde para sacar fotografias y el periodista se enfado, pero para los demas implicados, una liberacion rapida era ideal: los policias la apartaron de sus cabezas cortadas a cepillo. Sissy volvio al trabajo. A primera hora de aquella humeda tarde, cuando un voraz incendio convertia el material de un billon de Pall Mali en almacen en humo prematuro, fue otra vez detenida: por intentar parar un coche de bomberos.

Esta vez la ficharon y la retuvieron veinticuatro horas en el centro de detencion de jovenes, aunque una vez mas las autoridades consideraron oportuno dejarla libre. Influyo no poco en que la dejaran la frustracion del encargado de tomar las huellas dactilares.

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A RICHMOND, VIRGINIA, se la ha llamado ciudad «a prueba de crisis». Esto se debe a que su economia apoya un pie en los seguros de vida y el otro en el tabaco. En epocas de colico economico aumentan las ventas de tabaco, aunque las otras ventas se derrumben. Quiza la inseguridad de las finanzas ponga nerviosa a la gente. Y el nerviosismo mueva a fumar mas. Quizas un cigarrillo de algo que hacer con las manos al parado. Quizas el llevarse la pipa a la boca ayude a olvidar que no se ha comido carne ultimamente.

En epocas de crisis, los beneficiarios de las polizas logran abonar de un modo u otro las cuotas del seguro. El seguro de vida quiza sea la unica inversion que puedan permitirse mantener. Quizas insistan en mantener la dignidad frente a la muerte por no haberla mantenido nunca frente a la vida. ?O sera que el fallecimiento de uno de sus miembros asegurados es la unica posibilidad que tiene una familia de hacerse rica?

Richmond ha celebrado todos los otonos, desde hace muchos anos, su economia a prueba de depresion. Se llama al festejo Festival del Tabaco. («Festival del Seguro de Vida» no habria resultado tan emocionante.)

A Sissy Hankshaw le gustaba ver los desfiles del Festival del Tabaco. Desde una acera de la calle Broad, donde procuraba asegurarse un buen puesto acudiendo temprano, tenia por costumbre, una vez acumulado el valor suficiente, intentar parar los descapotables en que pasaban las diversas Princesas del Tabaco. Los conductores, tanto los de la Joven Camara de Comercio como todos los otros, jamas la veian; miraban siempre al frente por motivos de seguridad (los dioses del tabaco habrian tosido rayos si uno de los vehiculos de la Joven Camara de Comercio hubiese irrumpido en los cuartos traseros de una carroza de filtros Malboro) pero las saludantes princesas, que proyectaban rayos oculares y claridad dental sobre las multitudes, siempre alertas de parientes, novios, fotografos y buscadores de talentos, las princesas, digo, captaban a veces la imagen de un inmenso pulgar suplicante, y, por un desconcertante segundo (?Oh los peligros de la inocencia al servicio de la nicotina!), perdian su cuidadosa compostura. Hemos de preguntarnos que historias no irian contando sobre aquellos pulgares las beldades cuando volviesen a sus casas de Danville, Petesburg, South Hill o Winston-Salem, cuando el Festival del Tabaco de aquel ano fuese ya colilla.

En 1960, la cabalgata del Festival del Tabaco se celebro la noche del 23 de septiembre. El Times Dispatch informo que habia menos carrozas que el ano anterior («Pero eran mas imaginativas y de mas de dos metros por lo menos»); aun asi, el desfile tardaba noventa minutos en pasar por un punto dado. Habia veintisiete princesas, entre las cuales Lynne Marie Fuss (Miss Pennsylvania) fue proclamada al dia siguiente Reina de Tabacolandia. El gran mariscal del desfile fue Nick Adams, estrella de una serie televisiva llamada «El Rebelde». Adams era una eleccion perfecta pues el tema de «El Rebelde» era la guerra civil y estaba patrocinada por una importante marca de cigarrillos. El actor se enfado en el momento del desfile en que descubrio, bastante bruscamente, que el flanco de su caballo era blanco de una pandilla de chicos armados con cerbatanas. Habia pasacalles, payasos, formaciones militares, majorettes de tambor, dignatarios, autoridades, animales, «indios», unas cuantas vaqueras provisionales, incluso, con camisas de serpentino brillo sobrecargadas de ubres y bordados; habia vendedores de souvenirs y la ya mencionada pandilla de malvados cerbataneros. El administrador municipal, el senor Edwards, calculo la asistencia al «ruidoso y costoso espectaculo» en cerca de doscientas mil personas, la mayor asistencia con mucho de la historia del festival. Sissy Hankshaw no estaba entre el gentio.

Al otro lado de la ciudad, a kilometros de los miles (que, segun el periodico, «chillaban, reian y aplaudian»); al otro lado del James, en Richmond Sur, donde, a pesar de las teorias economicas, siempre era periodo de crisis economica; en una casa humeda y miserable, con frescos de mugre y bajorrelieves de termitas; ante un espejo de cuerpo entero implacable en su reflejo de pulgares, estaba Sissy desnuda. (Jamas digas «en pelotas». «Desnuda» es una dulce palabra, pero a nadie en su sano juicio le gusta «en pelotas».)

Sissy estaba tomando una decision. Era un punto culminante de su vida y no podia permanecer inmovil durante los noventa minutos de desfilante propaganda tabaquera.

En las siete semanas que siguieron a la detencion de la muchacha, le habian sucedido muchas cosas. Primero, un ayudante del fiscal del distrito, animado por la agente que acompano a Sissy a casa, andaba intentando que la mandasen a un reformatorio. El defensor publico se dedicaba a utilizar esos terminos («incorregible», «discola» e «incontrolable»), que, cuando se aplican a una joven, significan simplemente que se acuesta con chicos. Hasta 1960, la inmensa mayoria de las delincuentes juveniles encarceladas lo estaban por haber desarrollado un gusto prematuro por la relacion sexual (prematuro a los ojos de la sociedad civilizada, claro esta, pues segun el calendario de la naturaleza, el ano doceavo o treceavo es perfectamente idoneo).

El que nuestra Sissy siguiese libre aquella tarde de septiembre en que cigarrillos animados cabrioleaban en rutilante paso de oca Calle Broad abajo, debiase en parte a los esfuerzos de una asistente social a quien habian asignado su caso. Sin embargo, aunque la senorita Leonard habia ayudado a evitar que Sissy fuese al reformatorio insistiendo en que la aficion de la chica al autoestop era una aficion casta que no representaba amenaza alguna para la sociedad, habia sido tambien, por su parte, un elemento desestabilizador. Unas semanas atras, se habia obstinado en convencer a Sissy de que asistiese a un baile con ella, un baile «especial» donde la chica «se sentiria a gusto». Al fin, el telefono limbico habia tintineado de nuevo («Lista su llamada a Romance… Por favor, deposite sesenta y cinco micro-gramos de estrogeno para los tres primeros minutos».) Y Sissy se encontro palpitando con un etiquetero traje de noche que habia utilizado una prima en un lejano baile de presentacion en sociedad y con el que algunas polillas habian estado bailando recientemente al cachetito. Los arreglos del traje habian forzado a Sissy y a la senorita Leonard a llegar tarde al local donde se desarrollaba la velada. Cuando Sissy leyo el cartel que decia baile industrias buena voluntad, empezo a sospechar que ni siquiera deberia haber ido. Una vez dentro, se convencio de ello. El suelo del salon brillaba babosamente mientras cojeaban, se tambaleaban, se deslizaban y giraban los dedos de cangrejo y los talones de pollo de una muchedumbre o mas de dislocados, girantes y desvencijados organismos; mientras a la roja luz de farolillos chinos caseros, fisuras palatinas, labios leporinos, fojas mandibulas, tics, espasmos, espumarajos, ojos saltones, narices chorreantes y deformes craneos basculaban a ritmos diversos, inspirados por un disco de Guy Lombardo y los cineticos ejemplos de sus companeros de baile. Cuando Sissy se congelo de alarma, la senorita Leonard la adoctrino: «Mira querida, comprendo perfectamente lo que os pasa a vosotros.» Y esbozo una sabia sonrisa indicando las notables criaturas que arrastraban los pies vacuamente o se descomponian por todas las articulaciones al compas de la «musica mas dulce de este lado del paraiso». «Comprendo lo que es estar aqui. Los polios no pueden soportar a los que tienen paralisis cerebral. Estos rechazan a los defectuosos congenitos, y todos ellos odian a los retrasados. Me doy perfecta cuenta, pero tienes que superarlo; los disminuidos deben unirse.» Y cuando empujo suavemente a Sissy hacia el escenario, donde los pilotos de silla hacian girar sus ruedas, la chica, por primera vez en su vida, oyo alzarse su propia voz sobre una pequena fosforescencia. Sissy gritaba: «?yo no soy disminuida, maldita sea!» El grito hizo terrones el azucar de Guy Lombardo. Los bailarines se detuvieron, algunos tardaron mas en conseguirlo que otros. Todos la miraban fijamente. Algunos reian y cloqueaban. Luego, uno a uno, empezaron a aplaudirla. (Algunos lo hacian con una sola mano, en agitada e involuntaria ilustracion del mas famoso proverbio de budismo zen.) Cada vez mas inquietos, temerosos casi, los encargados pidieron calma, y la senorita Leonard, en una tentativa de iluminar con luz mas razonable el escenario, empezo a arrancar el papel rojo de las calvas bombillas, pero el aplauso se desplomo en un fofo final cuando Sissy salio corriendo de la sala de baile. Sissy llevaba prendido aquel extrano aplauso como un ramillete de flores de pantano mientras hacia autoestop hacia casa con su primer traje de noche, valseando el vals del automovil.

Ahora estaba ante el espejo. No podria oir las bandas de musicos atronando «Dixie» cuando el paquete de cigarrillos parlante lanzara sus zapatillas de plata sobre la ciudad en la calle Broad, pero aun podia oir el rumor

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