de veteranos de O'Dwyre. El aire era tan humedo que sentia crecer orquideas en los sobacos.

Haciendose pasar por viuda de un heroe de Vietnam, Sissy habia pasado en el hospital tres dias completos. Aquella manana, la cuarta, le habian quitado el drenaje de la herida, le habian colocado un vendaje nuevo y le habian dado el alta.

Aquella manana, tambien, el doctor Dreyfus se habia enterado de que Sissy habia pasado los quince dias anteriores a su intervencion quirurgica durmiendo sobre el arrugado linoleo de una casa condenada, la antigua residencia, babeada de ratas, de los Hankshaw, en Richmond Sur. Ahora, la conducia a su propia casa, donde su esposa (que resulto ser la mujer baja y gris del consultorio) estaba preparandole una habitacion. La invitaron a quedarse con la familia Dreyfus hasta que la operacion de sus manos se completase. Debido a la magnitud de la herida dejada por la amputacion de unos dedos tan grandes, el doctor Dreyfus habia decidido que serian necesarias cuatro operaciones. La primera, recien hecha, eliminaria el pulgar derecho. La segunda eliminaria el izquierdo. El objeto de la tercera seria la policerizacion del indice derecho; el de la cuarta, la del izquierdo. Dejaria seis semanas entre operacion y operacion. Uno no se normaliza de la noche a la manana. La senora Dreyfus no aprobaba los servicios ilegales de su marido a Sissy, pero, como muchas richmondesas nativas, era amable hasta el calvario. Margaret Dreyfus hizo lo imposible porque la convaleciente se sintiese en casa. Las comidas eran regulares, alegres y sabrosas. Hubo aire acondicionado, duchas y jarras de limonada; los sobacos de Sossy fueron desfoliados; se impidio que los murcielagos frugivoros se colgaran del pelo de su sexo. Por las noches, se llevaba un televisor portatil hasta la galeria cerrada, dejando el programa a eleccion de Sissy. Durante las tormentas nocturnas, se hacian discretas preguntas a la huesped para saber si estaba nerviosa. En su mesita de noche aparecian las ultimas revistas.

Si Sissy no se sentia completamente en casa, era porque Sissy no estaba completamente en casa; no estaba completamente en ningun sitio. No estaba completa. Parte de ella (?y que parte!) estaba literalmente perdida. Aunque pareciese como si aun estuviera alli, habia desaparecido, desaparecido, desaparecido; desaparecido para sus ojos interrogantes, desaparecido para su tanteante tacto, desaparecido de todas las dimensiones salvo la inexplicable dimension de la bioenergia, donde su solida aureola palpitaba y practicaba poses fantasmales, para que algun investigador psiquico empezara a tomar fotografias Kirlian con lente de ancho angulo. Sissy estaba decidida a no sentir ningun remordimiento, pero la conmocion reflejaba en sus ojos un brillo mermeladesco.

– ?Senor! -exclamo Margaret Dreyfus-. Se comporta como si aquel gran pulgar hubiese sido su hijo.

– No -corrigio su marido-. Se comporta como si ella hubiese sido la hija del pulgar.

Dos semanas despues de la operacion, el dia que le quitaron los puntos, telefoneo Sissy a Marie Barth, a Manhattan. Se entero de que La Condesa habia sobrevivido, aunque al parecer se le habia descompuesto algun tornillo. Habia una orden de detencion contra Sissy, pero mientras permaneciera fuera del estado de Nueva York estaba segura: el delito no era lo bastante grave para la extradicion; de hecho, en el Gran Renacimiento del delito que estaba disfrutando Nueva York, el pequeno ataque de Sissy no se consideraba mas importante que, digamos, los garabatos que pudiese hacer fuera de horas uno de los aprendices de Boticcelli. Por Marie, envio Sissy palabra a Julian de que estaba bien y de que volveria algun dia con el, pero que habia de pasar antes por ciertos cambios.

Despues de la llamada, Sissy se sintio algo mas optimista. Acompano varias veces a Margaret Dreyfus en expediciones de compra… al Kosher Meat Market de Richmond, de la calle West Cary, y a la panaderia Weyman de la Diecisiete Norte. Con el doctor y la senora Dreyfus y su hijo, Max, que estudiaba derecho en la Washington & Lee University, asistio a peliculas en el Cine Colonial y en el Buyd. Habia pocas visitas en casa de los Dreyfus desde el escandalo de Bernie Schwartz, y a Sissy el patio le parecio lo bastante privado como para tomar el sol desnuda. En una ocasion, llego hasta el Byrd Park, arrastrada por el peso de orquideas y murcielagos, y dio de comer a los patos. Volvio a casa saturada, jadeante, con bendita musica de pato resonandole en los oidos, y gano al doctor Dreyfus al ajedrez. Aquella noche parecia vagamente gozosa.

En general, sin embargo, Sissy se habia incorporado a las filas de los Desdichados que esperan y matan el tiempo. ?Oh Dios mio, cuantos de estos hay en nuestro pais! Estudiantes que no pueden ser felices hasta que se hayan graduado, militares que no pueden ser felices hasta que no se licencien, solteros que no pueden ser felices hasta que no se casen. Trabajadores que no pueden ser felices hasta que no se retiren, adolescentes que no pueden ser felices hasta que se hagan mayores, enfermos que no pueden ser felices hasta que no sanen, fracasados que no pueden ser felices hasta que no triunfen; inquietos que no pueden ser felices hasta que no salgan del pueblo; y, en la mayoria de los casos, a la inversa, gente esperando, esperando que el mundo empiece. Sissy sabia lo suficiente para no caer en la estupida trampa (el Chink le habia ensenado, desde luego, lo bastante sobre el tiempo para que ya no necesitase siquiera contabilizarlo), pero alli estaba, jugando el juego zombi, esperando, posponiendo la vida hasta que llegase la normalidad… mientras simultaneamente lamentaba la reduccion de magia personal producida por la perdida de aquel famoso Airstream Trailer de los dedos, el pulgar que habia realizado mil despegues.

Pero una tarde, hacia el veinte de julio, la noticia llego al hogar de los Dreyfus, lo mismo que llego (imparcialmente y sin tener en cuenta si el padre de familia habia convertido la nariz de un lindo muchacho judio en una pieza de museos de seis lados) a todos los hogares americanos; la noticia de que las grullas chilladoras… habian sido halladas. Y Sissy se sintio subitamente despierta, vivificada.

94

SISSY UN PULGAR veia las noticias por television, las ultimas y las primeras; Pulgar Solitario Hitche posaba su oreja en el pecho de la radio; la Senorita Nueve dedi-tos era la primera persona que se levantaba de manana a recoger el Times Dispatch que lanzaba el repartidor. Casi nadie seguia la «historia» de las grullas chilladoras mas detenidamente que Semipulgarcita, el obseso serafin posado en el West End de Richmond.

Pero los acontecimientos relacionados con las grullas chilladoras se vieron eclipsados por otros acontecimientos ocurridos en Washington, donde el Presidente tenia tambien un pequeno problema manual. Es decir, al Presidente le habian pescado con las manos en la masa, y las manos del Presidente se habian ruborizado, habian enrojecido, las manos del Presidente estaban mas rojas que un crepusculo del cartel de una agencia de viajes, rojo alcahuete, un rojo capaz de enfurecer a los toros y detener locomotoras, pero no rojo sangre, pues la sangre es sagrada y el rojo de las manos del Presidente era el rojo de las mentiras y los chanchullos y la codicia y la megalomania arrogante. Si, se habia visto al Presidente, de costa a costa, con masa hasta los codos, y al publico (con el cerebro irremediablemente lavado respecto al autentico significado de los movimientos) le emocionaban mas los freneticos escamoteos de las bermejas manos del Presidente, que se retorcian y se zafaban y se sacudian el soborno, que se lanzaban en picado en busca de un bolsillo seguro, que intentaban abrirse paso en un distinguido par de guantes, que el gracil deslizarse de las grullas chilladoras, recien halladas en las colinas de Dakota.

En modo alguno ignoraron, sin embargo, los medios de comunicacion la saga de las chilladoras; era la noticia numero dos del pais, y le dedicaron mas tiempo y espacio que a la situacion internacional, que era desesperada, como siempre. Y asi Nuestra Senora del Dedo Perdido, aunque tuvo que serrar mucha madera politica, consiguio llegar a la medula, estableciendo los siguientes hechos:

La Condesa no habia tenido nada que ver con ello; el cerebro de La Condesa (y los cerebros tienen sus debilidades, como todos sabemos) habia sido involuntariamente sincronizado a otra frecuencia, quizas a ese canal que radia para mongoloides, bellas durmientes y gatos domesticos. El aparato explorador del gobierno, para desdicha del Secretario del Interior, no habia localizado a las grullas, aunque habia pasado a un pelo aeronautico de ellas en varias ocasiones. No, los cineastas de los estudios Walt Disney salieron un dia de las cienagas de Florida, donde habian estado filmando Hora de comer en los pantanos, se enteraron de la desaparicion de las chilladoras y comunicaron a las autoridades: «Oigan, por que no echan un vistazo en el pequeno Lago Siwash de las colinas de Dakota; las grullas paran alli, y en aquella zona pasan cosas realmente increibles.»

Al dia siguiente mismo, dos representantes del servicio de pesca y vida salvaje de la zona intentaron investigar el lago. Llegaron hasta las puertas de un rancho, donde una jovencita con un rifle les hizo dar la

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