vuelta.

A la manana siguiente, los agentes de pesca y vida salvaje sobrevolaron el Lago Siwash en un helicoptero del servicio forestal de Estados Unidos. Antes de que los disparos de una banda de jovenes a caballo les expulsaran, observaron mas grullas chilladoras de las que ojos humanos hubiesen visto en un solo lugar (es decir, ojos de humanos que no fuesen aquellas chicas locas, que, por cierto, ?quien diablos podian ser?).

Aquella tarde, dos representantes del Servicio de pesca y vida salvaje volvieron al rancho. Iban con ellos dos rangers del servicio forestal, un guardabosques, el sheriff del condado, cuatro ayudantes, el condestable del pueblo de Mottburg, varios de sus ayudantes, el director de la Gazette de Mottburg (que era tambien corresponsal de zona de la Associated Press) un par de observadores de pajaros y dos o tres buscadores de emociones. A este grupo le recibio en la puerta otro de por lo menos quince hembras armadas, la mayoria entre los diecisiete y los veintiuno, de estrechos vaqueros, chaquetillas y sombreros y botas tipo oeste. Una de las jovenes, a la que se describio como sumamente atractiva, se identifico como Bonanza Jellybean, jefe del rancho, y dijo a las autoridades: «Los bichos estan aqui perfectamente. Estan en muy buena forma, como pudisteis comprobar desde vuestra jodida maquina voladora, nadie los molesta, tienen libertad para ir y venir a su gusto. Pero esto es propiedad privada y ninguno de vosotros pondreis un pie aqui.» Los polis intentaron asustar a las vaqueras (pues vaqueras era lo que eran) pero no resulto. «Volveremos con una orden del juez y un punado de ordenes de registro», advirtio el sheriff, a lo cual la senorita Bonanza Jellybean replico: «Volved con un par de personas que sepan lo que hacen y les dejaremos entrar para que vean de cerca a los bichos.» Otra joven, que llevaba un latigo y vestia toda de negro, anadio: «Y procurad que esas dos personas sean hembras.» La senorita Jellybean enmendo esta exigencia: «Procurar que por lo menos una sea mujer», dijo. «Y sera mejor que lo hagais como decimos, porque si no habra problemas.» Los abogados dijeron a los agentes del Servicio de pesca y vida salvaje que conseguirian llevarles hasta el lago inmediatamente si querian, pero el representante federal, de cabeza tan pelada como un tajo de cocina, replico que el emplear la fuerza podia poner en peligro vidas, de grullas y de seres humanos, y el estaba seguro de que el problema podia resolverse sin riesgo al dia siguiente. «Vamos a un telefono», dijo a su ayudante, y como si una cabina telefonica de Mottburg fuese la ultima parada para tomar cafe del universo, alla se fueron todos corriendo.

Cuando los rosados dedos de la aurora siguiente tamborilearon la cuerda del horizonte, se reunio a la puerta del Rosa de Goma todo el grupo de la tarde anterior, mas nueve buscadores de emociones de anadidura, ocho reporteros de television, siete de prensa, seis funcionarios de la capital de la nacion, cinco ayudantes mas, cuatro miembros de la Sociedad Audubon, tres agentes del FBI, dos asesores legales bien pagados y un hombre de la CIA en un peral.

Las vaqueras tambien habian aumentado de numero. El boquiabierto director de la Gazette de Mottburg conto casi el doble que el dia antes. Bebian cacao, se cepillaban el pelo unas a otras, y se restregaban el sueno de los ojos. Bonanza Jellybean, con una falda de cuero tan corta que su entrepierna creia que aun no se habia vestido, avanzo a negociar con un Subsecretario suplente del Interior. Mientras hablaba hacia girar entre sus dedos un revolver de seis tiros.

Se acordo por fin, que entrasen en el rancho dos observadores. Habian de ser el hombre que quizas estuviese mas familiarizado con la vida de las grullas chilladoras, el director de la reserva de Aransas, Texas, y la sumamente nerviosa Inge Anne Nelsen, profesora de zoologia de la Universidad Estatal de Dakota del Norte. La profesora Nelsen quiso que quedase una vaquera fuera de las puertas del rancho en custodia temporal, para asegurarse contra la posibilidad de que la propia profesora fuese retenida como rehen. La propuesta enfurecio a la capataz del Rosa de Goma, Delores (con «e») del Ruby, la que vestia de negro, que replico: «Una de las razones de que quisiesemos una mujer para esta tarea era la de no tener que vernoslas con este tipo de mentalidad paranoica y machista…» y la senorita Jellybean reprendio a la biologa: «No traiciones a tu vientre.» En ese momento, una vaquera llamada Elaine salto por la valla ofreciendose voluntariamente a quedar con las autoridades. Elaine entusiasmo a los camaras y enfurecio a los polis procediendo a abrazar coquetamente al Subsecretario suplente.

La profesora de zoologia y el director de Aransas recibieron caballos y fueron escoltados hasta el lago por media docena de vaqueras montadas. Tras unas dos horas (periodo durante el cual los periodistas intentaron sin exito sonsacar informacion a Elaine y los abogados miraban, con esa mezcla de deseo y repugnancia tipica de hombres criados en un medio puritano, a las vaqueras que guardaban la puerta), la expedicion del Lago Siwash regreso. Los delegados del gobierno informaron en privado al Subsecretario suplente del Interior (al que Elaine insistia en llamar subsexuado ayudante inferior), y el, por su parte, hizo una declaracion informal a sus subordinados y a la prensa:

«Tengo el sumo placer de poder informar al Presidente, que tan preocupado estaba por el destino de nuestras grullas chilladoras (ji ja ji, risillas risillas), al Secretario del Interior y al pueblo norteamericano, que toda la bandada de grullas esta realmente en el Lago Siwash, y, segun parece, en condiciones saludables. Las grullas han construido nidos de incubacion alrededor del pequeno lago y han incubado alli sus polluelos. Contando los polluelos, hay ahora aproximadamente sesenta grullas en la bandada.»

(Sonoros vitores de la seccion Audubon y de los observadores de pajaros por libre.)

«Aunque sean buenas noticias, tambien son muy desconcertantes. Las grullas chilladoras tienen una conciencia territorial muy acusada. Jamas, que se sepa, habian anidado a menos de kilometro y medio de distancia unas de otras, y sin embargo aqui estan practicamente ala con ala. Ademas, esta bandada durante el tiempo que el hombre la ha observado, ha anidado de forma exclusiva en las soledades del norte del Canada. ?Por que este ano redujeron su emigracion en unos mil seiscientos kilometros y decidieron anidar e incubar hacinados en este pequeno lago, tan cerca de los seres humanos, cuando las grullas chilladoras son tan notoriamente esquivas? Son cuestiones desconcertantes, que nuestros mejores especialistas intentaran aclarar en un futuro proximo. De momento, la noticia de que nuestras grullas estan vivas y aparentemente (una mirada furtiva a las vaqueras) seguras, quiza sea ya noticia suficientemente buena.»

A la manana siguiente (y los dias parecen seguir a los dias, ?no es asi, estudiosos del tiempo?), cuando el Subsecretario suplente y su grupo se abrio camino entre la muchedumbre que se arremolinaba a la puerta del Rosa de Goma, pasando redactores, periodistas, fotografos, rancheros, haraganes, madres dando de mamar a sus bebes, vagos rurales con camisetas de mangas enrolladas para mostrar la suma total de su personalidad, indios, turistas, amantes de las aves, viejos que mascaban tabaco, hijas fugadas deseosas de unirse a las vaqueras y, por supuesto, entusiastas decididos de casi todas las ramas de la puesta en ejecucion de la ley; cuando el Subsecretario suplente cruzo a traves de esta muchedumbre vagamente festiva, su humor era conciliador. Su jefe, el Secretario, le habia aconsejado ser conciliador. Y, por otra parte, la noche anterior (y los dias parecen preceder a los dias) en el Elk Horn Motor Lodge, el Subsecretario suplente habia sondeado a los ciudadanos de Mottburg. Habia oido que las vaqueras eran vagabundas, lesbianas, brujas, drogadictas, que fornicaban con los animales del rancho, que se alimentaban de arroz sucio y que lanzaban extranos cometas. Sin embargo, los nativos creian que aquellas mismas vaqueras, por muy basura que fuesen, tenian pleno derecho a impedir que «el gobierno» entrase en sus tierras: la gente de la pradera es decididamente opuesta a cualquier interferencia del estado central. El Subsecretario suplente presto a la opinion local la misma atencion que prestan al viento los marineros que mean en el baupres.

Asi nacio un compromiso. Bonanza Jellybean acepto que la profesora Nelsen y el especialista en chilladoras de Aransas visitasen dos veces por semana el Lago Siwash para controlar a las grullas. A cambio, el Subsecretario suplente impediria que penetrase en el Rosa de Goma aquel aparato aereo que volaba tan bajo. Ademas, buscaria la cooperacion de los terratenientes colindantes y del equipo del sheriff para mantener lejos de alli a las muchedumbres de curiosos.

(Antes, sin embargo, de que entrase en vigor la prohibicion de los vuelos, todas las cadenas de television importantes filmaron documentales aereos del Lago Si-wash y de las grullas. La vision de aquella animada charca, orlada de espanadas, canas y sagitaria, reflejando cerros dulcemente redondeados como podria reflejar un ojo tantrico los globos de su diosa, hizo retorcerse a Sissy ante la pantalla de television, como abrasada por sus propios fuegos profundos.)

Publicamente, al menos, el gobierno adoptaba esta postura: las vaqueras parecian inocentes de cualquier fechoria manifiesta en lo relativo a las chilladoras. Las mujeres admitian alimentar a las aves, pero sin manifiesta intencion de alterar sus habitos naturales. Era evidente que no habian intentado explotar a las grullas en ningun

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