has tenido que lavar esa culpa asesinando a inocentes? Pero, claro, asesinar a inocentes es tu fuerte, ?no? Participaste en el bombardeo de Dresde. Nada de lo que yo he hecho puede competir con el horror y la magnitud de esa hazana.

Daniel objeto, casi en un susurro:

– Eso fue distinto. Era una atroz necesidad de la guerra.

Etienne volvio la mirada hacia el.

– Tambien para mi fue una necesidad de la guerra. -Hizo una pausa y, cuando hablo de nuevo, Frances detecto en su voz una nota de triunfo apenas controlada-. Si quieres obrar como Dios, Gabriel, antes deberias asegurarte de que posees la sabiduria y los conocimientos de Dios. Nunca tuve hijos. A los trece anos sufri una infeccion virica; soy absolutamente esteril. Mi esposa necesitaba un hijo y una hija, y para satisfacer su obsesion maternal accedi a proporcionarselos. Adoptamos a Gerard y a Claudia en Canada y los trajimos con nosotros a Inglaterra. No existian lazos de sangre ni entre ellos ni conmigo. Le prometi a mi mujer que nunca se divulgaria publicamente la verdad, pero Gerard y Claudia lo supieron al cumplir los catorce anos. El efecto que eso produjo en Gerard fue desafortunado. Los dos habrian debido saberlo desde el primer momento.

Frances supo que Gabriel no necesitaba preguntar si era verdad. Tuvo que hacer un esfuerzo para mirarlo. Por un instante lo vio desmoronarse fisicamente, como si los musculos de la cara y el cuerpo se desintegraran ante sus propios ojos. Gabriel era un anciano, pero un anciano con energia, inteligencia y voluntad; en aquel momento, todo lo que estaba vivo en el se disolvio mientras lo miraba. Frances se dirigio rapidamente hacia el, pero Gabriel la contuvo con un gesto y, lenta y dolorosamente, se obligo a permanecer erguido.

Trato de hablar, pero no le salieron las palabras. Luego se volvio y echo a andar hacia la puerta. Nadie dijo nada, pero los tres lo siguieron por el pasillo hasta salir a la noche y lo miraron mientras caminaba hacia la estrecha cresta de roca que bordeaba la marisma.

Frances corrio en pos de el y, cuando le dio alcance, lo sujeto por la chaqueta. Gabriel intento desasirse, pero ella se aferro y a el le fallaban las fuerzas. Fue Daniel, que habia echado a correr hacia ellos, quien la tomo entre sus brazos y la alejo fisicamente de alli. La joven se resistio y trato de liberarse, pero los brazos del inspector eran como flejes de hierro. Tuvo que contemplar desvalida como Gabriel se internaba en la marisma.

– Dejelo estar. Dejelo estar -dijo Daniel.

– ?Vaya tras el! -le grito a Jean-Philippe Etienne-. ?Detengalo! ?Hagalo volver!

Daniel pregunto con voz queda:

– Volver, ?para que?

– ?Pero no podra llegar al mar!

Fue Etienne quien, al llegar junto a ellos, observo:

– No necesita llegar. Esos charcos son hondos. Un hombre puede ahogarse en un palmo de agua, si quiere morir.

Lo siguieron con la mirada. Frances seguia retenida entre los brazos de Daniel; de pronto sintio latir el corazon del inspector junto al de ella. La figura tambaleante era una mancha oscura contra el firmamento nocturno. Se alzo, cayo, se irguio de nuevo y reanudo el penoso avance. Las nubes volvieron a desplazarse y, a la luz de la luna, pudieron distinguirlo con mayor nitidez. De vez en cuando caia, pero luego volvia a levantarse, inmenso como un gigante, con los brazos alzados en actitud de maldecir o de realizar un ultimo gesto de suplica. Frances se dio cuenta de que estaba luchando por llegar al mar, anhelando penetrar en su fria inmensidad, mas lejos y mas hondo, hasta alcanzar en un chapoteo el bienaventurado y definitivo olvido.

Entonces volvio a caer y esta vez no se levanto. Frances creyo vislumbrar el resplandor de la luna sobre la superficie del charco. Le parecio que tenia casi todo el cuerpo sumergido, pero ya no lo veia claramente: solo era otro bulto oscuro entre los montecillos herbosos de aquel erial anegado. Esperaron en silencio, pero no se produjo ningun movimiento. Gabriel habia pasado a formar parte de la marisma y de la noche. Entonces Daniel la solto y ella se aparto unos pasos. El silencio era absoluto. Y al fin le parecio que podia oir el mar, no tanto un sonido como un palpitar ritmico en el aire sereno.

Acababan de volverse hacia la casa cuando la noche vibro con un aspero ronquido metalico que crecio rapidamente hasta convertirse en un estruendo. Sobre ellos brillaron las luces gemelas de un helicoptero. Los tres se quedaron mirandolo mientras el aparato describia tres circulos en el aire y se posaba en el campo contiguo a Othona House. Frances penso: «De modo que han encontrado el cadaver de Claudia.» Sin duda James se habia cansado de esperarla y al final habia regresado a Innocent House en su busca.

Inmovil al borde del campo, todavia un poco apartada de los otros, vio las tres figuras que corrian agazapadas bajo las grandes palas del rotor para luego erguirse y avanzar hacia ella sobre el terreno pedregoso y la hierba sacudida por el viento: el comandante Dalgliesh, la inspectora Miskin y James. Etienne se dirigio a su encuentro. Se detuvieron a hablar en grupo. Ella penso: «Que se lo diga Etienne. Yo esperare.»

Luego Dalgliesh se separo de los demas y fue hacia ella. No la toco, pero se inclino desde su elevada altura y la miro a la cara con fijeza.

– ?Esta usted bien?

– Ahora si.

Dalgliesh sonrio.

– Enseguida hablaremos. De Witt insistio en venir con nosotros y era menos molestia dejar que se saliera con la suya.

Volvio otra vez con Etienne y Kate, y juntos se dirigieron hacia Othona House.

Frances penso: «Por fin soy yo misma. Tengo algo digno de ofrecerle.» No echo a correr hacia la figura que esperaba. No la llamo a gritos. Lentamente, pero con toda la intensidad de su ser, camino sobre la hierba azotada por el viento y se arrojo entre sus brazos.

Daniel oyo llegar el helicoptero, pero no se movio. Permanecia en la cresta de roca y seguia mirando hacia el mar, mas alla de las marismas salobres. Espero en paciente soledad hasta que oyo unos pasos cada vez mas proximos y Dalgliesh se detuvo a su lado.

– ?Estaba detenido? -le pregunto.

– No, senor. Vine a prevenirlo, no a detenerlo. No le adverti de sus derechos. Le hable, pero no con las palabras que usted habria pronunciado. Lo deje ir.

– ?Lo dejo ir deliberadamente? ?No se le escapo?

– No, senor. No se me escapo. -Y en una voz tan baja que no estuvo seguro de que Dalgliesh le hubiera oido, anadio-: Pero ahora es libre.

Dalgliesh le volvio la espalda y se encamino hacia la casa; ya habia averiguado lo que queria saber. Nadie mas se le acerco. De pie al borde de las marismas, al borde del mundo, Daniel se sentia aislado, sometido a una cuarentena moral. Le parecio ver una luz tremula, brillante como el fosforo, que ardia y saltaba entre los monticulos de hierba y los negros charcos de agua estancada. No alcanzaba a ver las olas que rompian suavemente, pero si a oir el rumor del mar, un blando gemido eterno como el de un pesar universal. Y entonces las nubes se movieron y la luna, casi llena, derramo su luz fria sobre la marisma y sobre la lejana figura caida. Daniel percibio una sombra junto a el y, al volverse, vio que era Kate. Con inmenso asombro y compasion, se dio cuenta de que tenia el rostro banado en lagrimas.

– No intentaba ayudarle a escapar -le explico-. Sabia que no podia escapar, pero no soportaba la idea de verlo esposado, en el calabozo, en la carcel. Queria darle la oportunidad de tomar su propio camino a casa.

– Eres un imbecil, Daniel -dijo ella-. Eres un maldito imbecil.

Daniel se volvio hacia ella y pregunto:

– ?Que hara?

– ?El jefe? ?Tu que crees que hara? Dios mio, Daniel, habrias podido ser muy bueno. Eras muy bueno.

– Etienne ni siquiera recordaba como se llamaban. Apenas recordaba lo que habia hecho. No sentia ningun remordimiento, ninguna culpa. Una madre y dos ninos pequenos. No existian. No eran humanos. Le habria inquietado mas tener que matar a un perro. Para el no eran personas. Podian sacrificarse. No contaban. Eran judios.

Kate exclamo:

– ?Y Esme Carling? Vieja, fea, sin hijos, sola. No muy buena escritora. ?Era sacrificable? No tenia mucho, de acuerdo: un piso, la hija de otra mujer para hacerle compania por las noches, unas cuantas fotografias, los libros. ?Que derecho tenia el a decidir que su vida no contaba?

Daniel le replico en tono amargo:

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