P. D. James

El Pecado Original

Original Sin, 1994

Nota de la autora

Esta novela se situa en el Tamesis, y muchos de los lugares y escenas descritos les resultaran conocidos a quienes aman el rio de Londres. La Peverell Press y todos los personajes existen solamente en la imaginacion de la autora y no guardan ninguna relacion con personas ni lugares de la vida real.

Libro primero . Prologo al asesinato

1

Que una taquimecanografa interina participe en el descubrimiento de un cadaver el primer dia de su nuevo empleo es, si no inaudito, si lo bastante infrecuente para impedir que ello se considere un riesgo profesional. Ciertamente, Mandy Price -de diecinueve anos y dos meses de edad y estrella reconocida de la Agencia Secretarial Nonesuch, propiedad de la senora Crealey- se dirigio la manana del martes 14 de septiembre a realizar su entrevista en la Peverell Press sin mas aprension de la que solia experimentar al principio de cualquier trabajo nuevo: una aprension que nunca era aguda y que respondia menos al recelo de no ser capaz de satisfacer las expectativas del jefe en potencia, que al temor de que este no satisficiera las suyas. Se habia enterado del trabajo el viernes anterior, cuando paso por la agencia a las seis para recoger su paga tras un aburrido lapso de dos semanas con un director que consideraba a una secretaria simbolo de prestigio, pero que no tenia ni idea de como utilizar sus habilidades, y le apetecia algo nuevo y a ser posible emocionante, aunque quiza no tan emocionante como posteriormente resulto.

La senora Crealey, para la que Mandy llevaba tres anos trabajando, tenia su agencia en un par de habitaciones situadas sobre una tienda de periodicos y tabaco en Whitechapel Road, una ubicacion que, como le gustaba hacer notar a las chicas y a los clientes, quedaba tan a mano de la City como de las torres de oficinas de Docklands. Hasta entonces ninguno de los dos distritos le habia proporcionado muchos negocios, pero, mientras otras agencias naufragaban en las olas de la recesion, la pequena y escasamente dotada nave de la senora Crealey se mantenia, aunque de un modo precario, a flote. Aparte de contar con la ayuda de alguna de las chicas cuando no habia ninguna demanda, llevaba la agencia ella sola. La habitacion exterior era el despacho donde acogia a los clientes nuevos, apaciguaba a los antiguos, entrevistaba y asignaba el trabajo de la semana siguiente. La interior era su santuario personal, provisto de un sofa cama en el que a veces pasaba la noche -en contravencion de los terminos del contrato de alquiler-, un mueble bar, un frigorifico, una alacena que al abrirse dejaba al descubierto una cocina minuscula, un televisor de gran tamano y dos sillones dispuestos ante tina chimenea de gas donde giraba una tenue luz roja tras una pila de lenos artificiales. A esta habitacion la llamaba «el nido», y Mandy era una de las contadas chicas que admitia en su aposento privado.

Probablemente era el nido lo que hacia que Mandy se mantuviese fiel a la agencia, aunque ella jamas hubiera reconocido abiertamente una necesidad que le habria parecido tan infantil como embarazosa. Su madre se habia marchado de casa cuando ella tenia seis anos, y Mandy apenas habia podido esperar a cumplir los dieciseis para alejarse de un padre cuya idea de la paternidad iba poco mas alla de proporcionarle dos comidas al dia, que le correspondia cocinar a ella, y lavar la ropa. Desde hacia un ano tenia alquilada una habitacion en una casa adosada de Stratford East donde vivia en aspera camaraderia con tres jovenes amigas, siendo el principal motivo de disputa la insistencia de Mandy en aparcar su moto Yamaha en el angosto vestibulo. Pero era el nido de Whitechapel Road, con los olores combinados de vino y comida china preparada, el siseo del fuego de gas y los hondos y maltratados sillones en los que podia acurrucarse y dormir, lo que representaba todo aquello que Mandy jamas habia conocido de las comodidades y la seguridad de un hogar.

La senora Crealey, botella de jerez en una mano y hoja de bloc en la otra, mastico la boquilla hasta desplazarla a la comisura de los labios -donde quedo colgando, como de costumbre, en abierto desafio a la ley de la gravedad- y contemplo con los ojos entornados su casi indescifrable caligrafia a traves de unas enormes gafas con montura de concha.

– Es un cliente nuevo, Mandy, la Peverell Press. La he buscado en el directorio de editores y se trata de una de las editoriales mas antiguas del pais, quiza la mas antigua, fundada en 1792. Tiene las oficinas junto al rio. Peverell Press, Innocent House, Innocent Walk, Wapping. Si has hecho una excursion en barca a Greenwich tienes que haber visto Innocent House. Parece un punetero palacio veneciano. Por lo visto disponen de una lancha que recoge a los empleados en el muelle de Charing Cross, pero como vives en Stratford a ti no te soluciona nada. Por otra parte, esta en tu mismo lado del Tamesis y eso te facilitara el viaje. Supongo que lo mejor sera que vayas en taxi. Procura que te lo paguen antes de irte.

– No importa, ire en moto.

– Como prefieras. Quieren que estes alli el martes a las diez.

La senora Crealey estuvo a punto de sugerir que, con este prestigioso cliente nuevo, tal vez fuese adecuada cierta formalidad en el vestir, pero desistio. Mandy podia aceptar algunas sugerencias en cuanto a su trabajo o su comportamiento, pero nunca respecto a las excentricas y a veces estramboticas creaciones por medio de las cuales expresaba su personalidad, esencialmente confiada y efervescente.

– ?Por que el martes? -pregunto-. ?Es que los lunes no trabajan?

– A mi no me lo preguntes. Yo solo se que la chica que llamo dijo el martes. Quiza la senorita Etienne no pueda verte antes. Es uno de los directores y quiere entrevistarte personalmente. La senorita Claudia Etienne, lo tengo todo anotado.

– ?A que viene tanto interes? -quiso saber Mandy-. ?Por que ha de entrevistarme la jefa?

– Uno de los jefes. Supongo que no contratan a cualquiera. Me han pedido la mejor y les mando la mejor. Por supuesto, tal vez anden buscando una chica fija y quieran tenerla primero a prueba. No te dejes convencer para quedarte, Mandy, ?lo haras?

– ?Lo he hecho alguna vez?

Tras aceptar una copa de jerez dulce y acurrucarse en uno de los sillones, Mandy estudio el papel. Desde luego, era extrano que el presunto jefe quisiera entrevistarla antes de empezar el trabajo, aun cuando, como era el caso, fuese la primera vez que el cliente trataba con la agencia. Todas las partes conocian perfectamente el procedimiento habitual. El cliente en apuros llamaba por telefono a la senora Crealey para pedirle una taquimecanografa interina y le imploraba que esta vez enviara a una chica que no fuese analfabeta y supiera escribir a maquina a una velocidad que por lo menos se acercase a la que declaraba. La senora Crealey prometia milagros de puntualidad, eficiencia y escrupulosidad, y luego enviaba a cualquier chica que en aquellos momentos estuviera libre y se dejara engatusar como minimo para intentarlo, con la esperanza de que esta vez llegaran a coincidir las expectativas del cliente y de la trabajadora. A las protestas subsiguientes, la senora Crealey oponia una respuesta invariablemente quejumbrosa: «No lo comprendo. En todos los demas sitios me han dado unos informes excelentes de ella. Siempre me estan pidiendo a Sharon.»

El cliente, que acababa sintiendose en cierto modo culpable del desastre, colgaba el aparato con un suspiro y urgia, alentaba y soportaba hasta que la agonia mutua llegaba a su fin y la empleada fija regresaba a su puesto para encontrarse con una halaguena acogida. La senora Crealey se llevaba su comision -mas modesta que la que solia cobrar la mayoria de las agencias, lo cual seguramente explicaba su continuidad en el negocio- y el trato se daba por finalizado hasta que la siguiente epidemia de gripe o las vacaciones de verano provocaban otro triunfo

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