porque esas fueron sus palabras textuales. Lo se porque en la iglesia hay un folleto con la historia de la senorita Arbuthnot. Ella dono los edificios, la tierra, practicamente todos los muebles y el dinero suficiente -o eso creyo- para mantener la escuela por un tiempo indefinido. Sin embargo, el dinero nunca es suficiente, y ahora Saint Anselm esta financiado principalmente por la Iglesia. El padre Sebastian y el padre Martin temen que cierren el seminario. Nunca hablan sin reservas de ese temor, y mucho menos con el personal, pero todos lo sabemos. En una comunidad pequena y aislada como la de Saint Anselm, las noticias y los chismorreos vuelan como si el viento los transportase en silencio.

Ademas de donar la casa, la senorita Arbuthnot mando construir los claustros norte y sur en la parte trasera con el fin de alojar a los estudiantes, ademas de una serie de habitaciones de huespedes que comunican el claustro sur con la iglesia. Tambien construyo cuatro casas para el personal a unos cien metros del seminario, situadas en semicirculo alrededor de un descampado. Les puso los nombres de los cuatro evangelistas. Yo ocupo la que esta mas al sur, San Mateo. Ruby Pilbeam, la cocinera y ama de llaves, y su marido, el encargado de mantenimiento, viven en San Marcos. El senor Gregory esta en San Lucas, y en la casa del norte, San Juan, vive Eric Surtees, el ayudante del senor Pilbeam. Eric cria cerdos, aunque mas como pasatiempo que para proveer de carne al seminario. Solo estamos nosotros cuatro y unas asistentas de Reydon y Lowestoft que ayudan con la limpieza, pero como nunca hay mas de veinte seminaristas y cuatro sacerdotes residentes, nos las arreglamos. No seria facil encontrar sustituto para ninguno de nosotros. Este ventoso territorio sin pueblo, bares ni tiendas resulta demasiado aislado para la mayoria de la gente. Aunque a mi me gusta, a veces hasta yo lo encuentro temible y un poco siniestro. Cada ano, el mar erosiona un poco mas las arenosas paredes de los acantilados, y a veces, cuando contemplo el mar desde el borde del precipicio, imagino que una enorme ola se alza blanca y refulgente, y avanza hacia la orilla para romper contra las torres, la iglesia y las casas, arrastrandonos a todos. El viejo pueblo de Ballard’s Mere lleva siglos sumergido en el mar, y algunos dicen que en las noches ventosas se oye el repique ahogado de las campanas de las torres sepultadas. Lo que el mar no se llevo consigo lo destruyo un gran incendio en 1695. De la vieja aldea no queda ya nada, salvo la iglesia medieval que la senorita Arbuthnot mando restaurar como parte del seminario y las dos precarias columnas de ladrillo de la fachada, el unico vestigio de la casa solariega isabelina que alli se alzaba.

Sera mejor que empiece a hablar de Ronald Treeves, el muchacho que murio. Al fin y al cabo, se supone que estoy escribiendo sobre su muerte. Antes de la vista, la policia, en un interrogatorio, me pregunto si lo conocia bien. Yo creo que lo conocia mejor que cualquiera de los que trabajan aqui, pero no lo dije. No podia contar gran cosa. No me parecio apropiado cotillear sobre los estudiantes. Se que no era un joven popular, pero tampoco mencione ese detalle. El problema es que no terminaba de encajar en este sitio, y supongo que el era consciente de ello. Para empezar, su padre era sir Alred Treeves, propietario de una importante fabrica de armamento, y a Ronald le gustaba recordarnos que era hijo de un hombre muy rico. Sus posesiones lo demostraban. Conducia un Porsche, mientras que los demas alumnos se conforman con coches mas baratos…, cuando los tienen. Tambien solia hablar de sus viajes a lugares remotos y caros que sus companeros nunca podrian visitar, al menos en vacaciones.

Quizas esos detalles le habrian servido para adquirir popularidad en otros centros de ensenanza, pero aqui no. Todo el mundo se jacta de algo, digan lo que digan, y sin embargo aqui ese algo no es el dinero. Tampoco es la familia, aunque el hijo de un coadjutor disfruta de mas privilegios que el de una estrella del pop. Creo que lo que de verdad les importa es la inteligencia… la inteligencia, el ingenio y el aspecto fisico. Les gusta la gente capaz de hacerlos reir. Ronald no era tan listo como creia, y no le hacia gracia a nadie. Pensaban que era aburrido y, naturalmente, cuando se percato de ello se volvio aun mas aburrido. No comente nada de esto a la policia. ?De que habria servido? Estaba muerto. Ah, y creo que tambien era un poco fisgon; siempre queria enterarse de todo y no se cansaba de hacer preguntas. A mi no me saco mucha informacion. Aun asi, algunas noches iba a mi casa, se sentaba y charlaba mientras yo tejia y lo escuchaba. Los estudiantes saben que no es aconsejable que visiten al personal del seminario, a menos que los inviten. El padre Sebastian quiere que preservemos nuestra intimidad. No obstante, a mi no me importaba que Ronald viniera a verme. Ahora que lo pienso, creo que se sentia solo. Bueno, de lo contrario no se habria molestado en visitarme. Sea como fuere, me recordaba a mi Charlie. Charlie no era aburrido ni impopular, pero me gusta imaginar que, si alguna vez se hubiera sentido solo y con ganas de hablar tranquilamente, habria habido alguien como yo dispuesto a escucharlo.

La policia me pregunto por que habia ido a la playa a buscarlo. Pero lo cierto es que no lo hice. Unas dos veces por semana doy un paseo a solas despues de comer, y cuando sali ni siquiera sabia que Ronald habia desaparecido. Ademas, nunca se me habria ocurrido buscarlo en la playa. Me cuesta imaginar que a alguien pueda ocurrirle algo malo en una playa desierta. Resulta bastante segura si uno no trepa al espigon ni camina demasiado cerca del borde del acantilado, y hay letreros que advierten de ambos peligros. En cuanto llegan los estudiantes, se les informa de los riesgos que suponen nadar solo o caminar demasiado cerca de los inestables acantilados.

En tiempos de la senorita Arbuthnot era posible llegar a la playa desde la casa, pero la invasion del mar ha cambiado las cosas: ahora tenemos que recorrer a pie unos setecientos metros en direccion sur, hasta el unico punto donde los acantilados son bajos y lo bastante firmes para sostener una barandilla y media docena de desvencijados escalones de madera. Mas alla esta la oscuridad de Ballard’s Mere, la laguna rodeada de arboles y separada del mar unicamente por un estrecho banco de guijarros. A veces me limito a caminar hasta alli antes de dar media vuelta, pero ese dia baje a la playa y eche a andar hacia el norte.

La noche lluviosa habia cedido el paso a un dia fresco y radiante; el cielo estaba azul, salpicado de escurridizas nubes, y la marea estaba alta. Rodee un pequeno promontorio y vi la playa desierta que se extendia ante mi, con sus finos resaltos de guijarros y los oscuros contornos de las antiguas escolleras, llenas de algas incrustadas, que se desmoronaban en el mar. Entonces aviste un bulto negro a los pies del acantilado, a unos treinta metros de donde me encontraba. Camine hacia alli y descubri una sotana y una capa marron, ambas cuidadosamente dobladas. A escasos metros de distancia el acantilado se habia derrumbado y ahora yacia en grandes monticulos de arena compacta, matas de hierba y piedras. Intui de inmediato lo que habia sucedido. Creo que deje escapar un pequeno grito y luego empece a excavar con las manos. Sabia que ahi debajo debia de haber un cuerpo, pero era imposible determinar el lugar preciso. Recuerdo la aspereza de la arena en mis unas y la lentitud con que me parecia avanzar, de manera que empece a asestar freneticos puntapies, como si estuviese enfadada, levantando altas nubes de arena que me azotaron el rostro y me nublaron los ojos. Entonces, a unos treinta metros en direccion al mar, divise una afilada tabla de madera. La recogi y empece a sondear el terreno, hundiendola en la arena. Al cabo de unos minutos, cuando la madera toco algo blando, me arrodille y volvi a cavar con las manos. Asi descubri que lo que habia tocado eran unas nalgas cubiertas por una costra de arena y un pantalon de pana beige.

No me fue posible continuar. Mi corazon latia con furia, y se me habian agotado las fuerzas. Me asalto la vaga sensacion de que acababa de humillar a quienquiera que estuviese alli, de que los dos monticulos que habia dejado a la vista componian una imagen ridicula, casi indecente. Era consciente de que el hombre estaba muerto y mis freneticas prisas no habian servido de nada. No habria podido salvarlo; y ahora, aunque hubiese tenido la fuerza necesaria, habria sido incapaz de seguir cavando sola, desenterrando el cadaver centimetro a centimetro. Tenia que pedir ayuda y avisar de lo sucedido. Creo que ya sabia de quien era el cuerpo, pero de repente me acorde de que las capas marrones de los seminaristas llevan una etiqueta con el nombre del propietario. Doble el cuello hacia atras y lei el nombre.

Recuerdo que me tambalee por la playa, sobre el firme borde de arena entre los bancos de guijarros, y de alguna manera logre subir los peldanos hasta llegar a lo alto del acantilado. Eche a correr hacia el seminario por la carretera. Me hallaba a unos ochocientos metros, pero la distancia se me antojaba interminable y la casa parecia retroceder con cada doloroso paso. Entonces oi un coche. Me volvi y vi que torcia desde la carretera principal en direccion a mi, avanzando por el escarpado camino que bordea el acantilado. Me detuve en medio de la vereda y agite los brazos hasta que el coche disminuyo la velocidad. Era el senor Gregory.

No recuerdo como le di la noticia. Me viene a la mente la imagen de mi misma de pie en el camino, recubierta de arena y con el cabello al viento, gesticulando hacia el mar. El senor Gregory no dijo nada; abrio la portezuela del coche en silencio y yo subi. Supongo que lo mas sensato habria sido regresar al seminario, pero el dio media vuelta y nos apeamos junto a la escalera que conduce a la playa. Desde entonces me he preguntado muchas veces si no me creyo y queria cerciorarse de lo ocurrido antes de pedir ayuda. No recuerdo la caminata, y la ultima escena vivida que conservo en la memoria es la de los dos de pie junto al cadaver de Ronald. Aun sin decir

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