Treeves consulto su reloj de pulsera. Sin lugar a dudas, la duracion del encuentro estaba fijada de antemano. El habia aparecido cuando le convenia, sin previo aviso y sin aclarar lo que deseaba. Eso, naturalmente, le proporcionaba cierta ventaja. Se habia presentado con la absoluta conviccion de que un alto funcionario de la policia tendria tiempo para el, y no se habia equivocado. Entonces dijo:

– Mi hijo mayor, Ronald, que dicho sea de paso era adoptado, murio hace diez dias al caer de un acantilado en Suffolk. Seria mas preciso describirlo como un alud de arena; el mar ha estado socavando esos acantilados del sur de Lowestoft desde el siglo xvii. Se asfixio. Ronald estudiaba en el seminario de Ballard’s Mere. Es una institucion dedicada a la formacion de sacerdotes anglicanos. Un antro de meapilas. -Se volvio hacia Dalgliesh-. Usted sabe algo de estas cosas, ?no? Tengo entendido que su padre era sacerdote.

?Como lo sabia?, se pregunto Dalgliesh. Probablemente se lo habian dicho en algun momento, recordaba vagamente el dato y le habia pedido a uno de sus esbirros que lo confirmase antes de salir para la reunion. Conocia las ventajas de disponer de la maxima informacion posible sobre la gente con la que trataba. Si dicha informacion los desacreditaba, tanto mejor, pero cualquier detalle personal que la otra parte no supiese que estaba en su posesion era un recurso potencialmente util.

– Si, era parroco en Norfolk -respondio Dalgliesh.

– ?Su hijo estudiaba para ser sacerdote? -pregunto Harkness.

– Dudo que lo que le ensenaban en Saint Anselm le sirviera para otro empleo.

– La noticia aparecio en los periodicos -comento Dalgliesh-, pero no recuerdo haber leido nada sobre la investigacion posterior.

– Desde luego. Se mantuvo en silencio. Muerte accidental. Si el director de la escuela y la mayoria del personal no hubiesen estado alli, como un grupo de vigilantes parapoliciales con sotana, es posible que el juez se hubiera armado de valor para emitir un fallo apropiado.

– ?Usted estaba alli, sir Alred?

– No. Envie a un representante, ya que me encontraba en China. Debia negociar un contrato dificil en Pekin. Volvi para la incineracion. Trajimos el cadaver a Londres. En Saint Anselm celebraron una especie de ceremonia funebre, creo que lo llaman requiem, pero ni mi esposa ni yo asistimos. Es un sitio donde jamas me sentire comodo. Inmediatamente despues de la investigacion, envie a mi chofer y a otro conductor a recoger el Porsche de Ronald, y las autoridades de la escuela les entregaron su ropa, su cartera y su reloj. Norris, mi chofer, me trajo el paquete. No contenia gran cosa, pues piden a los alumnos que lleven el menor numero posible de prendas. Un traje, dos pares de tejanos con los correspondientes jerseis y camisas, zapatos y la sotana negra que les exigen usar. Tenia algunos libros, desde luego, pero les dije que se quedaran con ellos para la biblioteca. Resulta curiosa la rapidez con que se puede empaquetar una vida. Y entonces, hace dos dias, recibi esto.

Saco con parsimonia la cartera del bolsillo, desplego un papel y se lo paso a Dalgliesh. Este le echo un vistazo y se lo entrego al subdirector. Harkness lo leyo en voz alta:

«?Por que no investiga la muerte de su hijo? Nadie cree que fuera un accidente. Esos curas son capaces de encubrir cualquier chanchullo con tal de proteger su reputacion. En el seminario suceden muchas cosas que deberian salir a la luz. ?Piensa dejar que se salgan con la suya?»

– En mi opinion, esto es practicamente una acusacion de asesinato -senalo Treeves.

Harkness le tendio el papel a Dalgliesh.

– Sin embargo -dijo-, en vista de que no proporciona pruebas ni menciona el movil o el nombre de un sospechoso, ?no es mas probable que se trate de la obra de un bromista, quiza de alguien que quiere causar problemas al seminario?

Dalgliesh le devolvio el papel a Treeves, pero este lo rechazo con un gesto de impaciencia.

– Es una de tantas posibilidades, evidentemente. Supongo que no la descartaran. Yo, personalmente, prefiero adoptar una actitud mas seria. Quien escribio la carta utilizo un ordenador, desde luego, de manera que no encontraran la «e» desalineada que suele aparecer en las novelas policiacas. Tampoco necesitan tomarse la molestia de buscar huellas digitales. Ya lo mande hacer. En secreto, por supuesto. No hubo resultados, pero tampoco los esperaba. Y yo diria que la escribio una persona educada. El, o ella, puntua bien las frases. En esta era de deficiente formacion academica, yo diria que eso apunta a alguien de mediana edad; no a un joven.

– Tambien esta escrita de la forma mas adecuada para incitarle a la accion -observo Dalgliesh.

– ?Por que lo dice?

– Usted esta aqui, senor, ?no es cierto?

– Ha comentado que su hijo era adoptado -tercio Harkness-. ?Cuales eran sus antecedentes familiares?

– Ninguno. Cuando nacio, su madre contaba catorce anos, y su padre solo un ano mas. Lo engendraron contra la columna de cemento del paso subterraneo de Westway. Era blanco, saludable y recien nacido, todas ventajas considerables en el mercado de la adopcion. Por decirlo sin tapujos, tuvimos suerte de conseguirlo. ?Por que me lo pregunta?

– Usted ha dicho que interpreta la carta como una acusacion de asesinato. Reflexionaba acerca de quien, si acaso alguien, se beneficiaria con esta muerte.

– Todas las muertes benefician a alguien. En este caso, el unico beneficiario es mi segundo hijo, Marcus, cuyo fondo de inversion para cuando cumpla los treinta se vera aumentado y cuya herencia sera mayor que si Ronald siguiera vivo. Puesto que estaba en el colegio en el momento en que se produjeron los hechos, podemos descartarlo como sospechoso.

– ?Ronald no le habia dicho personalmente o por escrito que se sentia deprimido o descontento?

– No, aunque supongo que soy la ultima persona a quien habria confiado algo semejante. De todos modos, creo que no nos entendemos. No estoy aqui para que me interroguen ni para participar en su investigacion. Ya les he dicho lo poco que se. Ahora quiero que ustedes se hagan cargo del caso.

Harkness miro a Dalgliesh.

– Es un asunto para la policia de Suffolk, naturalmente -observo el ultimo-. Son un cuerpo eficaz.

– No lo dudo. Estoy seguro de que el servicio de inspeccion policial de Su Majestad los habra evaluado y declarado competentes. No obstante, ya participaron en la investigacion original. Quiero que ustedes tomen el relevo. Concretamente, quiero que lo haga el comisario Dalgliesh.

El subdirector se volvio hacia Dalgliesh en ademan de protestar, pero cambio de idea.

– La semana que viene me marcho de vacaciones y habia planeado pasar una semana en Suffolk -dijo Dalgliesh-. Conozco Saint Anselm. Podria hablar con la policia local y con la gente del seminario para comprobar si existen pruebas suficientes para continuar con el caso. Sin embargo, con el dictamen de la vista y el cuerpo de su hijo incinerado, es poco probable que hallemos algo nuevo.

Harkness recupero el habla.

– Es poco ortodoxo.

– Tal vez sea poco ortodoxo, pero a mi me parece totalmente sensato -repuso Treeves-. Quiero discrecion; por eso no he vuelto a hablar con la gente de alli. Ya se armo bastante alboroto cuando se publico la noticia en los periodicos locales. No me gustaria que la prensa sensacionalista sugiriera que hubo algo misterioso en la muerte de mi hijo.

– Pero ?usted cree que lo hubo? -inquirio Harkness.

– Por supuesto. La muerte de Ronald fue un accidente, un suicidio o un asesinato. Lo primero es improbable y lo segundo, inexplicable; de modo que solo queda la tercera posibilidad. Por supuesto, usted se pondra en contacto conmigo cuando llegue a alguna conclusion.

Se disponia a levantarse de su silla cuando Harkness pregunto:

– ?Estaba usted conforme con la carrera que eligio su hijo, sir Alred? -Hizo una pequena pausa antes de anadir-: Trabajo, vocacion o como quiera llamarlo.

Algo en su tono -un dificil equilibrio entre tacto e interrogacion- dejaban traslucir que no esperaba que su pregunta fuese bien recibida. Y no lo fue. Sir Alred respondio en voz baja, pero con un inconfundible dejo de advertencia:

– ?Que insinua exactamente?

Harkness, que ya se habia lanzado, no estaba dispuesto a dejarse intimidar.

– Me preguntaba si su hijo tenia alguna preocupacion, un motivo concreto de inquietud.

Sir Alred miro deliberadamente su reloj.

– Sugiere que se suicido. Crei que habia dejado clara mi posicion. Eso esta descartado. Completamente descartado. ?Por que iba a matarse? Se habia salido con la suya.

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