El martes 17 de octubre, exactamente a las diez menos cinco, el padre Martin se dirigio a su pequena buhardilla, situada en el ala sur del edificio y separada del despacho del padre Sebastian por una escalera de caracol y unos metros de pasillo. Hacia quince anos que los sacerdotes celebraban su reunion semanal los martes a las diez de la manana. El padre Sebastian presentaba su informe, y a continuacion discutian incidentes y dificultades, ultimaban detalles para la eucaristia cantada del domingo y otros oficios, decidian a que predicadores invitarian a participar y resolvian pequenos conflictos domesticos.

Despues de la reunion, llamaban al delegado de los seminaristas para que hablase en privado con el padre Sebastian. Su tarea consistia en transmitir cualquier idea, queja o comentario del pequeno grupo de alumnos y a su vez recibir instrucciones o informacion que el claustro de profesores quisiera comunicar a los seminaristas, incluidos los pormenores de los oficios de la semana siguiente. Hasta ahi llegaba la participacion de los estudiantes. Saint Anselm aun se cenia a una anticuada interpretacion de in statu pupillari, y todos respetaban la frontera entre educadores y educandos. No obstante, el regimen era sorprendentemente flexible, en particular en lo referente a los permisos de fin de semana, siempre y cuando los alumnos no se marcharan el viernes antes de las visperas de las cinco y estuvieran de vuelta el domingo para la misa de las diez.

El despacho del padre Sebastian, situado encima del porche, daba al este y ofrecia una ininterrumpida vista del mar entre las dos torres de estilo Tudor. Aunque era demasiado amplio para un estudio, el padre Sebastian - al igual que el padre Martin antes que el- se habia negado a estropear sus armoniosas proporciones con un tabique. Su secretaria, la senorita Beatrice Ramsey, ocupaba el recinto contiguo. Trabajaba alli de miercoles a viernes solamente, pero en esos tres dias despachaba lo que a otras secretarias les llevaria cinco. Era una mujer madura que intimidaba con su rectitud y gazmoneria; el padre Martin siempre temia que se le escapara un pedo en su presencia. Ella profesaba autentica devocion al padre Sebastian, aunque no era propensa a la sensibleria ni a la vergonzosa efusividad con que las solteronas suelen expresar su afecto por un parroco. De hecho, daba la impresion de que su respeto iba dirigido al ministerio mas que al hombre, y parecia creer que una parte de su deber consistia en encargarse de que el estuviese siempre a la altura.

Ademas de ser amplio, el despacho del padre Sebastian contenia los objetos mas valiosos que la senorita Arbuthnot habia donado al seminario. Encima de la repisa de la chimenea -decorada con las palabras mas representativas del ideario de Saint Anselm: Credo ut intelligam- colgaba un cuadro de Burne-Jones en el que unas jovenes de increible belleza y alborotadas melenas retozaban en un huerto. En un principio el cuadro estaba en el comedor, pero cierto dia, sin dar explicaciones, el padre Sebastian lo habia mandado trasladar a su estudio. El padre Martin habia intentado disipar la sospecha de que esa decision no obedecia al afecto del rector hacia el cuadro ni a su admiracion por el artista, sino a un deseo de mantener vigilados los objetos mas valiosos del seminario.

A la reunion de este martes solo asistirian tres personas: el padre Sebastian, el padre Martin y el padre Peregrine Glover. El padre John Betterton se habia excusado, pues tenia una cita urgente con el dentista en Halesworth. El padre Peregrine, el bibliotecario, se reunio con los otros dos unos minutos mas tarde. A sus cuarenta y dos anos, era el sacerdote mas joven del seminario, aunque al padre Martin a menudo le parecia el mas viejo. Las gafas redondas con montura de concha acentuaban el aspecto de lechuza de una cara regordeta y tersa, y el espeso cabello negro, con el flequillo recortado, solo necesitaba una tonsura para asemejarse por completo al de un fraile medieval. La afabilidad de su rostro daba una idea enganosa de su fuerza fisica. Cuando se desvestian para nadar, la firme musculatura del padre Peregrine siempre sorprendia al padre Martin. Este solo nadaba ya en los dias mas calurosos, chapoteando aprensivamente y sobre pies temblorosos cerca de la orilla mientras contemplaba asombrado al padre Peregrine, que, agil como un delfin, se zambullia de cabeza en el mar. En las reuniones de los martes, el padre Peregrine hablaba poco, casi siempre para constatar un hecho mas que para expresar una opinion, pero siempre se le escuchaba. Poseia un historial academico notable: se habia licenciado en Ciencias Naturales por Cambridge con promedio de sobresaliente antes de estudiar Teologia y optar por el ministerio anglicano. En Saint Anselm ensenaba Historia de la Iglesia, a veces concediendo una desconcertante importancia a los avances del pensamiento y los descubrimientos cientificos. Celoso guardian de su intimidad, se negaba en redondo a abandonar su pequena habitacion en la planta baja, en el fondo del edificio y cerca de la biblioteca, tal vez porque ese espacio aislado y austero le recordaba a la celda de monje que habria deseado ocupar. Estaba junto a la lavanderia, y la unica preocupacion del padre Peregrine era que los estudiantes no usaran las anticuadas lavadoras despues de las diez de la noche.

El padre Martin coloco tres sillas en semicirculo junto a la ventana, y, antes de sentarse, todos inclinaron la cabeza para rezar la oracion de rigor, que el padre Sebastian pronuncio sin concesiones a la liturgia contemporanea:

– Oh, Senor, asistenos en todos nuestros actos con Tu divina gracia y honranos con Tu continua ayuda; que en todas nuestras obras, que comienzan, continuan y finalizan en Ti, glorifiquemos el santo Nombre y que al fin, gracias a Tu merced, alcancemos la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Senor, amen.

Se sentaron, depositaron las manos sobre las rodillas, y el padre Sebastian comenzo:

– Lo primero que tengo que decir hoy es bastante inquietante. He recibido una llamada telefonica de Scotland Yard. Al parecer, sir Alred Treeves no esta satisfecho con el dictamen sobre la muerte de Ronald y ha pedido a la policia que investigue el caso. Un tal Adam Dalgliesh, un comisario, llegara el viernes por la tarde. Naturalmente, me he comprometido a ofrecerle toda la ayuda que necesite.

La noticia fue recibida en silencio. El padre Martin sintio un nudo en el estomago.

– Pero si ya han incinerado el cuerpo -replico-. Hubo una vista y un dictamen. Aunque sir Alred este en desacuerdo con el, no veo que puede descubrir aqui la policia. ?Y por que Scotland Yard? ?Por que un comisario? Es curioso que desperdicien de esta manera el tiempo de un alto funcionario.

El padre Sebastian esbozo su caracteristica sonrisa sardonica.

– Creo que cabe dar por sentado que sir Alred acudio directamente a los altos cargos. Es tipico de los hombres de su clase. Ademas, no podia pedir a la policia de Suffolk que reabriese el caso, puesto que ellos se ocuparon de la investigacion anterior. En cuanto a la eleccion del comisario Dalgliesh, tengo entendido que planeaba venir a pasar unas cortas vacaciones en el condado y que conoce Saint Anselm. Por lo visto, Scotland Yard desea complacer a sir Alred con el minimo de molestias para ellos y para nosotros. El comisario pregunto por usted, padre Martin.

Este se debatia entre una vaga aprension y la alegria.

– Lo conoci porque paso sus vacaciones escolares aqui en tres ocasiones. Su padre era parroco en Norfolk; me temo que no recuerdo de que parroquia. Adam era un joven encantador, inteligente y sensible. Naturalmente, no se como es ahora. Pero sera un placer volver a verlo.

– Los jovenes encantadores, inteligentes y sensibles suelen convertirse en hombres insensibles y desagradables -observo el padre Peregrine-. Sin embargo, ya que no esta en nuestras manos impedir que venga, me alegro de que su visita constituya un placer para uno de nosotros. No entiendo que espera obtener sir Alred de esta nueva investigacion. Si el comisario llega a la conclusion de que hubo juego sucio, sin duda la policia local lo relevara. «Juego sucio» es una expresion equivocada. La expresion deriva del ingles antiguo, pero ?por que usar una metafora deportiva? Deberia haber dicho «algo turbio».

Sus companeros estaban demasiado acostumbrados al obsesivo interes del padre Peregrine por la semantica como para hacer comentarios al respecto. No obstante, era extraordinario oir esas palabras en voz alta, penso el padre Martin, unas palabras que nadie se habia atrevido a pronunciar desde la tragedia. El padre Sebastian se las tomo con calma.

– La idea de que haya algo turbio en el caso resulta absurda, desde luego. Si se hubiese encontrado algun indicio de que la muerte de Ronald no se debio a un accidente habria salido a relucir en la vista.

Sin embargo, cabia una tercera posibilidad, y todos estaban dandole vueltas. Aunque en Saint Anselm habian recibido el dictamen de muerte accidental como una bendicion, la tragedia podria haber supuesto una catastrofe para el seminario. Y no habia sido la unica muerte. Quiza, penso el padre Martin, el presunto suicidio habia oscurecido el mortal ataque al corazon de Margaret Munroe. No los habia sorprendido; de hecho, el doctor Metcalf les habia advertido que la mujer podia morir en cualquier momento. Ella no habia sufrido. Ruby Pilbeam la habia encontrado a la manana siguiente, apaciblemente sentada en un sillon. Ahora, cinco dias despues, era como si jamas hubiera formado parte de Saint Anselm. Su hermana -de cuya existencia nada sabian hasta que el padre Martin examino los papeles de Margaret- habia organizado el funeral, recogido los muebles y demas pertenencias

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