de la difunta y excluido al seminario de las exequias. El padre Martin era el unico que sabia cuanto le habia afectado a Margaret la muerte de Ronald. A veces pensaba que el era el unico que la echaba de menos.
– Esta semana, todas las habitaciones de huespedes estaran ocupadas -anuncio el padre Sebastian-. Ademas del comisario Dalgliesh, Emma Lavenham vendra desde Cambridge, como convinimos, para dar tres dias de clase sobre los poetas metafisicos. El inspector Roger Yarwood viajara desde Lowestoft. Padece un fuerte estres desde su separacion matrimonial y quiere pasar una semana aqui. Por supuesto, su visita no esta vinculada con la muerte de Ronald Treeves. Clive Stannard volvera para continuar con su investigacion sobre la vida cotidiana de los primeros tratadistas anglicanos. Puesto que todas las habitaciones para invitados estaran ocupadas, tendremos que alojarlo en la de Peter Buckhurst. El doctor Metcalf quiere que Peter permanezca en la enfermeria por el momento. Alli estara mas comodo y pasara menos frio.
– Lamento que Stannard regrese -protesto el padre Peregrine-. Esperaba no verlo mas. Es un joven maleducado, y sus pretensiones de investigador resultan poco convincentes. Le pedi su parecer sobre la influencia del caso Gorham en el cambio de opinion de los tratadistas sobre J. B. Mosley y fue evidente que no sabia de que le hablaba. Su presencia en la biblioteca me molesta, y creo que a los seminaristas les ocurre lo mismo.
– Su abuelo fue un benefactor del seminario y su representante legal. No me gustaria que ningun miembro de esa familia fuese mal recibido. Sin embargo, eso no le da derecho a pasar un fin de semana gratis cada vez que le apetezca venir. El trabajo del seminario tiene prioridad. Si vuelve a pedir permiso para instalarse entre nosotros, solucionaremos el asunto con tacto.
– ?Y el quinto visitante? -pregunto el padre Martin.
El esfuerzo del padre Sebastian por controlar su voz no fue enteramente eficaz:
– El archidiacono Crampton ha anunciado por telefono que llegara el sabado y se quedara hasta el domingo despues del desayuno.
– ?Ya estuvo aqui hace dos semanas! -exclamo el padre Martin-. No pensara convertirse en un asiduo, ?no?
– Me temo que asi sea. La muerte de Ronald Treeves ha reabierto la discusion sobre el futuro de Saint Anselm. Como saben, mi politica ha sido siempre la de evitar polemicas, continuar con nuestro trabajo en silencio y ejercer toda la influencia que tengo sobre los circulos eclesiasticos para evitar que cierren el seminario.
– No hay razones para cerrarlo, aparte de la pretension de la Iglesia de centralizar la formacion teologica en tres centros -repuso el padre Martin-. Si dicha decision se impone, cerraran el seminario, pero eso no guardara la menor relacion con la calidad de nuestra ensenanza ni con la competencia de nuestros seminaristas.
El padre Sebastian paso por alto esa constatacion de lo evidente y dijo:
– Esta visita plantea otro problema, desde luego. Durante la ultima estancia del archidiacono, el padre John se tomo unas pequenas vacaciones. Dudo que pueda volver a hacerlo. No obstante, la presencia del archidiacono sera dolorosa para el y, como es natural, incomoda para nosotros.
Nada mas cierto, penso el padre Martin. El padre John Betterton habia llegado a Saint Anselm despues de pasar varios anos en prision. Lo habian enviado alli por abusar sexualmente de dos jovenes feligreses de su antigua parroquia. Aunque el se habia declarado culpable, su delito se habia limitado a caricias y tocamientos indebidos, y no habria pisado la carcel si el archidiacono Crampton en persona no se hubiera ocupado de buscar pruebas que lo incriminasen. Habian interrogado a los ninos del coro -ahora jovenes adultos-, hallado nuevos indicios de delito y alertado a la policia. El incidente habia causado resentimiento y pesar, y la perspectiva de tener bajo el mismo techo al archidiacono y al padre John horrorizaba al padre Martin. Una profunda compasion lo embargaba cada vez que veia al padre John realizando sus tareas casi con sigilo, recibiendo la eucaristia sin celebrarla jamas, buscando en Saint Anselm un refugio mas que una ocupacion. Resultaba evidente que el archidiacono habia cumplido con lo que el consideraba su deber y quiza fuese injusto suponer que, en este caso, ese deber no le hubiera resultado desagradable. Sin embargo, era inexplicable que hubiera perseguido de modo tan implacable un hermano con quien no podia tener un antagonismo personal, pues en aquel entonces ni siquiera se conocian.
– Me pregunto si Crampton estaba… bueno… en sus cabales cuando persiguio al padre John. Aquel asunto fue bastante irracional -observo el padre Martin.
– ?A que se refiere? -inquirio el padre Sebastian con brusquedad-. No insinuara que estaba mentalmente desequilibrado, ?verdad?
– Bueno, todo sucedio poco despues del suicidio de su esposa -respondio el padre Martin-, una etapa dificil para el.
– El duelo por un ser querido siempre constituye una etapa dificil. Aun asi, no veo por que su tragedia personal iba a afectarle la razon en el caso del padre John. Yo tambien pase momentos terribles despues de la muerte de Veronica.
El padre Martin tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir una sonrisa. Lady Veronica Morell habia muerto al caer de su caballo durante una partida de caza, en una de sus visitas a la casa familiar que nunca habia abandonado del todo y practicando un deporte al que jamas habia querido renunciar. El padre Martin sospechaba que el padre Sebastian no habria preferido otra clase de muerte para ella. La expresion «mi esposa se rompio el cuello mientras cazaba» poseia un toque de distincion del que carecian frases como «mi esposa murio de neumonia». El padre Sebastian jamas habia mostrado la menor intencion de volver a casarse. Tal vez el hecho de que fuese hija de un conde, aunque le llevara cinco anos y presentara un notorio parecido con los animales que adoraba, lo habia llevado a considerar poco atractiva, o incluso degradante, la idea de unirse a una mujer de menor alcurnia. Consciente de que sus pensamientos eran innobles, el padre Martin hizo un rapido y mudo acto de contricion.
De hecho, lady Veronica le caia bien. Recordo a la larguirucha mujer caminando a paso vivo por el claustro despues del ultimo oficio al que habia asistido, y diciendole a su marido: «Tu sermon ha sido demasiado largo, Seb. No he entendido ni la mitad, y estoy segura de que los mozos tampoco se han enterado de nada.» Lady Veronica siempre se referia a los estudiantes como «mozos». Quiza creyera que su marido dirigia unas cuadras para caballos de carreras, penso el padre Martin.
En el pasado, todo el mundo habia notado que el padre Sebastian estaba mas tranquilo y alegre cuando su esposa se encontraba en el seminario. Aunque el padre Martin jamas se habria atrevido a imaginar al padre Sebastian y a lady Veronica en el lecho conyugal, le habia bastado con verlos para saber que entre ellos existia una gran afinidad. Esa era, se dijo, otra manifestacion de la heterogeneidad y las rarezas de la vida matrimonial, una vida que un solteron impenitente como el se habia limitado a observar con fascinacion. Acaso la afinidad fuese tan importante como el amor pero mas duradera, penso.
– Cuando llegue Raphael le informare de la visita del archidiacono, por supuesto. Le profesa un gran carino al padre John; de hecho, su postura ante el asunto no es en absoluto imparcial. No nos convendria que provocara una discusion. Solo serviria para perjudicar al seminario. Tiene que entender que, ademas de ser miembro del consejo de administracion de Saint Anselm, el archidiacono es nuestro invitado, y debe tratarlo con todo el respeto que merece un eclesiastico.
– ?No fue el inspector Yarwood quien se ocupo de la investigacion del suicidio de la primera esposa del archidiacono? -pregunto el padre Peregrine.
Los demas sacerdotes lo miraron con asombro. Era la clase de informacion que solia conseguir el padre Peregrine. A veces daba la impresion de que su subconsciente era un deposito de los mas variados datos y sucesos, que el era capaz de rememorar a voluntad.
– ?Esta seguro? -inquirio el padre Sebastian-. En esa epoca, los Crampton vivian en el norte de Londres. El archidiacono se traslado a Suffolk despues de la muerte de su esposa. El caso debe de haber estado en manos de la Policia Metropolitana.
– Estas cosas se leen en los periodicos -replico el padre Peregrine con tranquilidad-. Recuerdo bien la cronica de la vista. Ya veran que el hombre que presto testimonio en nombre de la policia fue un agente llamado Roger Yarwood. Por entonces era sargento de la Policia Metropolitana.
El padre Martin fruncio el entrecejo.
– En tal caso, sera un inconveniente. Mucho me temo que el inevitable encuentro entre ambos reaviva dolorosos recuerdos en el archidiacono. El remedio, sin embargo, no esta en nuestras manos. Yarwood necesita unos dias de descanso para recuperarse, y ya nos hemos comprometido a cederle una habitacion. Nos fue de gran ayuda tres anos atras, antes de que lo ascendieran, cuando estaba dirigiendo el trafico y el padre Peregrine choco contra un camion aparcado. Como ya saben, ha estado asistiendo con regularidad a la misa del domingo, y creo