Se sentaron sobre un monticulo de grava y Sadie, sin hablar, se quito el vestido y comenzo a frotarle la espalda. Cuando estuvo seco, aun sin decir palabra, le tendio la camisa. Ahora recordo que la vision del cuerpo de la chica, de los pequenos pechos puntiagudos y los rosados y tersos pezones, no habian despertado deseo en el, sino un sentimiento que ahora reconocia como una mezcla de afecto y compasion.

– ?Quieres ir a la laguna? -propuso ella entonces-. Conozco un lugar secreto.

?Seguiria alli la laguna? Una extension de agua turbia y quieta separada del turbulento mar por un banco de guijarros, con su aceitosa superficie que dejaba entrever profundidades insondables. Excepto en las peores tormentas, la estancada laguna y el agua salada nunca se juntaban por encima de esa voluble barrera. En los bordes, los troncos de negros arboles fosilizados se alzaban como totems de una civilizacion perdida. Era un celebre reducto de aves marinas y, disimulados entre los arboles y los arbustos, habia parapetos de madera, aunque solo los mas entusiastas observadores de pajaros se atrevian a penetrar en aquella oscura y siniestra porcion de agua.

El lugar secreto de Sadie era el casco de madera de un barco hundido, medio enterrado en la arena en la franja de tierra que separaba el mar de la laguna. Aun quedaban algunos peldanos putrefactos para bajar al camarote, donde pasaron el resto de la tarde y todos los dias siguientes. No habia mas luz que la que se colaba por entre las rendijas de las tablas de madera del techo, y se reian al ver las rayas que proyectaba sobre sus cuerpos, siguiendo las movedizas lineas con los dedos. El leia, escribia o se sentaba en silencio contra la curva pared de la cabina mientras Sadie imponia su ordenada aunque excentrica domesticidad al pequeno mundo de ambos. Disponia sobre piedras planas la merienda que le habia preparado su abuela y se la entregaba ceremoniosamente a el, que debia comerla cuando ella lo decretase. Los botes de mermelada, que llenaban con agua de la laguna, contenian juncos, hierbas y misteriosas plantas de hojas gomosas procedentes de las grietas del acantilado. Juntos registraban la playa en busca de piedras con agujeros para anadirlas al collar que ella habia hecho con una cuerda y colgado de la pared de la cabina.

Incluso anos despues de aquel verano, la combinacion del olor a alquitran, la dulzona podredumbre del roble y el penetrante aire de mar habia tenido para el una carga erotica. Se pregunto donde estaria Sadie ahora. Probablemente casada y con varios hijos de cabello dorado…, si su padre no se habia ahogado, electrocutado o muerto de otra manera en el proceso de seleccion preliminar. Era dificil que quedasen restos del naufragio. Tras decadas de acometidas, el mar debia de haber cobrado por fin su presa. Y mucho antes de que la corriente arrastrase la ultima tabla de madera, la cuerda del collar debio de deshilacharse y romperse, dejando caer aquellas piedras cuidadosamente seleccionadas sobre la arena del suelo del camarote.

4

Era el jueves 12 de octubre, y Margaret Munroe estaba escribiendo su ultima anotacion en el diario.

Al repasar este diario desde el principio, la mayor parte me parece tan aburrida que me pregunto por que persevero. Las anotaciones posteriores a la muerte de Treeves han sido poco mas que descripciones de mi rutina diaria intercaladas con comentarios sobre el tiempo. Despues de la vista y del requiem, fue como si desearan ocultar la tragedia, como si el nunca hubiera estado aqui. Ninguno de los alumnos habla de el; al menos conmigo y con los sacerdotes. Su cuerpo no regreso a Saint Anselm, ni siquiera para el requiem. Sir Alred queria que lo incineraran en Londres, de manera que despues de la vista se lo llevo una empresa funebre londinense. El padre John empaqueto las pertenencias del chico, y sir Alred envio a dos hombres a recogerlas junto con el Porsche. Las pesadillas cada vez son mas escasas y ya no me despierto sudando, imaginando a un monstruo ciego y cubierto de arena que avanza a tientas hacia mi.

El padre Martin estaba en lo cierto: escribir todos los detalles de lo ocurrido me ha ayudado, asi que seguire con la tarea. Espero impaciente el final del dia, cuando ya he recogido las cosas de la cena y puedo sentarme a la mesa con mi cuaderno. No tengo ningun otro talento, pero disfruto con las palabras, me gusta pensar en el pasado, tratar de analizar las cosas que me han sucedido y buscarles un sentido.

Pero lo que escriba hoy no sera aburrido ni rutinario. Ayer fue un dia diferente. Sucedio algo importante y debo contarlo para que el relato este completo. Aunque, no se si es prudente hacerlo. No es mi secreto y, si bien nadie excepto yo leera estas lineas, no puedo evitar sentir que hay cosas que no conviene poner en un papel. Los secretos no pronunciados ni escritos permanecen a buen recaudo en la mente, pero escribirlos es como dejarlos sueltos y concederles el poder de propagarse por el aire, como el polen, y entrar en la mente de otros. Suena descabellado, lo se, pero ha de haber algo de verdad en ello, de lo contrario, ?por que tengo la apremiante sensacion de que deberia detenerme ahora mismo? Por otro lado, no tiene sentido que continue con el diario si voy a eludir los hechos mas importantes. Y no hay peligro de que otros lean estas palabras, ni siquiera si las dejo en un cajon sin llave. Casi nadie entra aqui, y los que lo hacen no fisgonean entre mis cosas. Aunque tal vez deberia tener mas cuidado. Manana pensare en ello, pero ahora contare lo que se hasta donde me atreva.

Lo mas curioso es que no habria recordado nada de esto si Eric Surtees no me hubiera regalado cuatro puerros de su huerto. Sabe que me gusta comerlos con salsa de queso para cenar, y a menudo me trae verduras. No soy la unica; tambien las lleva a las otras casas y a la demas gente del seminario. Antes de que el llegase, yo estaba leyendo mi relato del descubrimiento del cuerpo de Ronald, y mientras desenvolvia los puerros la escena de la playa estaba fresca en mi memoria. Entonces ate cabos y me vino a la mente algo mas. El recuerdo se presento con una claridad fotografica, y evoque cada gesto, cada palabra, todo salvo los nombres…, aunque no estoy segura de haberlos sabido nunca. Sucedio hace doce anos, pero habria podido ser ayer.

Cene y me lleve el secreto a la cama. Por la manana, sabia que debia contarselo a la persona interesada. Despues, callaria para siempre. Aun asi, primero tenia que comprobar si lo que recordaba era exacto, por lo que esta tarde, cuando fui de compras a Lowestoft, hice una llamada telefonica. Dos horas despues, conte lo que sabia. No era asunto mio, y ya estoy tranquila. Despues de todo, fue facil, sencillo, nada inquietante. Me alegro de haber hablado. Me habria resultado incomodo seguir viviendo aqui sabiendo lo que sabia y callando, preguntandome constantemente si obraba bien. Ahora no tengo por que preocuparme. De todos modos, aun me sorprende pensar que no habria atado cabos ni habria recordado nada si Eric no me hubiese traido esos puerros.

Ha sido un dia agotador, y estoy muy cansada; quiza demasiado cansada para dormir. Creo que vere el principio del informativo y luego me ire a la cama.

Guardo el cuaderno en un cajon del escritorio. Luego se cambio las gafas por unas mas apropiadas para ver la television, encendio el aparato y se arrellano en el sillon de orejas, en uno de cuyos brazos descansaba el mando a distancia. Se estaba quedando sorda. El sonido se elevo de un modo alarmante antes de que regulara el volumen y la sintonia del programa terminara. Probablemente se quedaria dormida en el sillon, pero el esfuerzo de levantarse para ir a la cama se le antojo demasiado grande.

Estaba cabeceando cuando noto una rafaga de aire fresco y tomo conciencia, mas por intuicion que porque hubiese oido algo, de que alguien habia entrado en la habitacion. Oyo que el pestillo de la puerta se cerraba. Estiro el cuello hacia un lado del sillon y vio de quien se trataba.

– Ah, es usted -dijo-. Supongo que le habra extranado ver las luces encendidas. Estaba pensando en irme a la cama.

La figura se acerco al respaldo del sillon, y ella alzo la cabeza, esperando una respuesta. Entonces las manos, unas manos fuertes, enfundadas en guantes de goma amarillos, descendieron sobre ella. Le cubrieron la boca y le taparon la nariz, empujandole la cabeza contra el respaldo.

Supo que habia llegado su hora, pero no sintio temor; solo una enorme sorpresa y una cansina resignacion. Resistirse habria sido inutil, pero de todas maneras ella no deseaba hacerlo; lo unico que queria era irse rapida y tranquilamente, sin dolor. Sus ultimas sensaciones terrenas fueron la fria suavidad del guante en su rostro y el olor a latex en la nariz; despues su corazon dio un postrer latido compulsivo y se detuvo.

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