– Mas de una persona querra que lo sea para llenar la iglesia en un futuro previsible. Han de poder comprar una alfombra nueva para la sacristia pequena.
Massingham dijo:
– Me pregunto por que lo hizo. Me refiero al padre Barnes, claro. No complacera ni mucho menos a lady Ursula. E imagino que Berowne se habria disgustado mucho.
Dalgliesh repuso:
– Si, se habria disgustado. O tal vez le hubiese divertido. ?Como saberlo? En cuanto a la razon de que lo hiciera, incluso un clerigo, al parecer, dista de ser inmune a la tentacion de convertirse en un heroe.
Recorrian ya Finchley Road cuando Massingham volvio a hablar.
– Con respecto a Darren, senor. Al parecer, finalmente su madre ha plegado velas. El consejo va a solicitar al Tribunal de Menores que cambie la orden de supervision por otra de asistencia directa. Pobre pequeno, ha caido en manos del Estado Asistencial con todo lo que esto significa.
Siempre con la vista fija en la carretera, Dalgliesh dijo:
– Si, lo se, el director de Servicios Sociales encontro tiempo para llamarme. Y mejor que sea asi. Creen que padece leucemia.
– Mal asunto.
– Hay excelentes probabilidades de curacion. La han pillado a tiempo. Ayer lo ingresaron en Great Ormond Street.
Massingham sonrio y Dalgliesh lo miro de soslayo:
– ?Que es lo que le divierte, John?
– Nada, senor. Estaba pensando en Kate. Probablemente me preguntara si supongo seriamente que Dios permitio que mataran a Berowne y a Harry para que el pequeno Darren se curase de su leucemia. Fue Swayne, despues de todo, el primero en indicar que el nino estaba enfermo.
Habia sido un error y la voz de su jefe fue fria:
– Yo diria que esto significaria cierto empleo extravagante de los recursos humanos, ?no cree? Vigile la velocidad, John, esta rebasando el limite.
– Lo siento, senor.
Aflojo el pie en el acelerador y siguieron su camino en silencio.
II
Una hora mas tarde, sosteniendo sobre una rodilla un plato con bocadillos de pepino, Dalgliesh penso que todos los tes de los funerales a los que habia asistido eran curiosamente semejantes por su mezcla de alivio, embarazo e irrealidad. Pero este le desperto un recuerdo mas intenso y mas personal. El tenia entonces trece anos y habia vuelto con sus padres a una granja de Norfolk tras haber oficiado su padre el funeral de un arrendatario local. Despues, al ver a la joven viuda, con un vestido negro nuevo que no podia pagarse, ofreciendo a los asistentes las salchichas y bocadillos preparados en casa, insistiendo para que el tomara el pastel de fruta que ella sabia que era su predilecto, percibio por primera vez la sensacion penosa y casi abrumadora de la tristeza en plena vida, y le maravillo la gracia con la que los pobres y los humildes sabian afrontarla. Nunca habia pensado en la humildad relacionandola con Kate Miskin, y esta nada tenia en comun con aquella viuda de la granja y su desolado e incierto futuro. Pero cuando vio la comida servida, los bocadillos preparados antes de que ella se marchara para ir al crematorio, cubiertos despues con papel de aluminio para mantenerlos frescos, el pastel de frutas, vio que eran casi exactamente los mismos alimentos y ello desperto en el la misma sensacion compasiva. Supuso que a ella le habia resultado dificil decidir que era lo mas apropiado servir, si alcohol o te. Se habia decidido por el te y habia acertado; era te lo que necesitaban.
Era un grupo reducido y curiosamente variopinto: un pakistani que habia sido vecino de su abuela y su bellisima esposa, ambos mas a sus anchas en aquel funeral de lo que el suponia que hubieran estado en una fiesta, sentados los dos juntos con una discreta dignidad. Allan Scully ayudaba a servir las tazas, procurando vagamente pasar desapercibido. Dalgliesh se pregunto si procuraba no dar la impresion de tener derecho a tratar como propio aquel apartamento, pero despues decidio que su interpretacion era demasiado sutil. Aquel era, seguramente, un hombre al que no le importaba en absoluto lo que los demas pudieran pensar. Al observar a Scully mientras pasaba los platos, con aire inseguro, Dalgliesh recordo aquella sorprendente conversacion telefonica, la persistencia con la que el habia asegurado que solo podia hablarle a el, la claridad del mensaje, la calma extraordinaria de su voz y, en especial, aquellas ultimas e ilustrativas palabras.
– Y hay otra cosa. Hubo una pausa despues de descolgar yo y antes de que hablara ella, y entonces me hablo muy deprisa. Creo que en realidad otra persona marco el numero y despues le paso a ella el receptor. He estado reflexionando al respecto, y hay una sola interpretacion que encaje con todos los detalles. Esta sometida a alguna clase de amenaza.
Al observar el tipo desgarbado de Scully, con su metro noventa, los ojos amables tras las gafas con montura de concha, el rostro delgado y mas bien agraciado, sus rubios cabellos largos y descuidados, penso que parecia un amante poco indicado para Kate, si amante era. Y entonces capto la mirada que Scully dirigio a Kate mientras esta hablaba con Massingham, especulativa, intensa, por un momento vulnerable en su abierto anhelo, y penso: «Esta enamorado de ella». Y se pregunto si Kate lo sabia y en caso afirmativo, hasta que punto le importaba a ella.
Fue Allan Scully el primero en marcharse, desvaneciendose sutilmente, mas que efectuando una decidida retirada. Cuando tambien se despidieron los dos pakistanies, Kate guardo los platos y tazas de te en la cocina. Hubo una sensacion de anticlimax, el vacio usual e incomodo que se produce al final de toda ocasion vagamente social. Ambos hombres se preguntaron si debian ofrecerse para ayudarla a fregar todo aquello, o si Kate deseaba verse libre de su presencia. Y entonces, de pronto, ella dijo que le gustaria volver al Yard con ellos, y, ciertamente, no parecia haber ninguna buena razon para que ella se quedara en casa.
Pero Dalgliesh se sintio un tanto sorprendido cuando ella le siguio hasta su despacho y se quedo frente a la mesa, tan rigida como si la hubiera llamado para dirigirle una reprimenda. La miro y vio que la confusion habia arrebolado, casi manchado de rojo, su cara; despues, ella dijo con voz ronca:
– Gracias por haberme elegido para la brigada. He aprendido mucho.
Estas palabras brotaron con dureza, sin la menor obsequiosidad, lo cual le hizo comprender lo mucho que le habia costado decirlas. Le contesto afablemente:
– Siempre aprendemos. Eso es lo que a veces resulta tan penoso.
Ella asintio como si diera la conversacion por terminada y acto seguido se volvio y avanzo con paso firme hacia la puerta, pero de pronto dio media vuelta y grito:
– ?Nunca sabre si yo queria que ocurriera de aquella manera! Su muerte. Si yo fui la causante. Si la deseaba. Nunca lo sabre. Ya oyo usted lo que me dijo Swayne: «?No piensas darme las gracias?». El lo sabia. Usted le oyo. ?Como podre estar nunca segura?
El le dijo lo que era posible decir:
– Claro que no queria usted que ocurriera. Cuando piense en ello con calma y sensatez, lo sabra. Ahora tiende a sentirse parcialmente responsable. Todos lo hacemos cuando perdemos a alguien a quien amamos. Es una culpabilidad natural, pero no es racional. Hizo usted lo que creyo conveniente en aquel momento. Nadie puede hacer mas. Usted no mato a su abuela. Lo hizo Swayne, y fue su ultima victima.
Pero en un asesinato nunca habia una victima final. Ninguno de los afectados por la muerte de Berowne permanecia inalterado, ni el, ni Massingham, ni el padre Barnes, ni Darren, ni siquiera aquella patetica solterona, la senorita Wharton. Esto Kate lo sabia perfectamente. ?Por que habia de suponer que ella era distinta? Aquellas frases sonaron a falsas al pronunciarlas. Y habia cosas que se encontraban mas alla de su esfuerzo para tranquilizar. El pie de Berowne, clavado en el acelerador en aquella curva peligrosa; las manos ensangrentadas de ella, tendidas hacia el asesino. Pero ella era resistente, sabria encajar. A diferencia de Berowne, aprenderia a aceptar y llevar su carga personal de culpabilidad, como tambien el habia aprendido a llevar la suya.