III

La unica experiencia de la senorita Wharton con un hospital de ninos se remontaba a cincuenta anos atras, cuando ingreso en su pequeno hospital rural para que le extrajeran las amigdalas. Dificilmente podia Great Ormond Street estar mas alejado de sus traumaticos recuerdos referentes a aquel hecho. Era como entrar en una fiesta infantil, con aquella sala tan llena de luz, de juguetes, de madres y de actividades felices, que era dificil creer que aquello era un hospital hasta ver las caras palidas y las delgadas extremidades de los ninos. Despues se dijo a si misma: «Pero estan enfermos, todos estan enfermos y algunos de ellos moriran. Nada puede evitarlo».

Darren era uno de los que guardaban cama, pero estaba sentado, vivaracho y ocupado con un rompecabezas en una bandeja. Dijo con satisfaccion y dandose importancia:

– Uno se puede morir con lo que yo tengo. Me lo dijo uno de los ninos.

La senorita Wharton casi grito para expresar su protesta:

– ?Oh, Darren no, no! ?Tu no vas a morirte!

– Supongo que no. Pero podria morirme. Ahora estoy con unos padres adoptivos. ?Se lo han dicho ya?

– Si, Darren, y eso es maravilloso. ?Me alegro tanto por ti! ?Eres feliz con ellos?

– Son muy buenos. El tio me llevara a pescar cuando salga de aqui. Vendran algo mas tarde. Y tengo una bicicleta…, una Chopper.

Sus ojos estaban ya clavados en la puerta. Apenas la habia mirado desde que llego y, mientras ella avanzaba hacia su cama, pudo captar en su cara un curioso embarazo de adulto, y de pronto ella se vio a si misma como la veia el, una anciana patetica y bastante ridicula, portadora de su obsequio: una violeta africana en un pequeno tiesto.

– Te echo de menos en Saint Matthew, Darren -le dijo ella.

– Si. Bueno, creo que ahora ya no tendre tiempo para aquello.

– Claro que no. Estaras con tu familia adoptiva. Lo comprendo.

Tuvo ganas de anadir: «Pero pasamos momentos felices juntos, ?no es asi?». Pero se abstuvo. Se parecia demasiado a una suplica humillante en busca de algo que ella sabia que el nino no podia darle.

Habia traido la violeta porque le parecio mas manejable que un ramo de flores, pero el apenas le dirigio una mirada y ahora, al contemplar ella la sala llena de juguetes, se pregunto como pudo haber imaginado que aquello fuera un regalo apropiado. El no lo necesitaba, y tampoco la necesitaba a ella. Penso: Se siente avergonzado de mi. Quiere desembarazarse de mi antes de que llegue ese nuevo tio. Y el pequeno apenas parecio advertirlo cuando ella le dijo adios y se retiro, entregando la violeta a una de las enfermeras, camino de la salida.

Tomo el autobus hasta Harrow Road y se dirigio a pie a la iglesia. Tenia alli mucho que hacer. Hacia tan solo dos dias que habia vuelto el padre Barnes, rehusando un periodo de convalecencia, pero el numero de servicios y el de asistentes a ellos habia aumentado desde aquel articulo en el periodico acerca de un milagro, y habria aquella tarde una larga fila de penitentes en espera de confesion, despues de las vigilias. Saint Matthew ya nunca volveria a ser lo mismo. Se pregunto hasta cuando habria alli un lugar para ella.

Esta era la primera vez que iba sola a la iglesia desde el asesinato, pero en su sensacion de congoja y soledad apenas noto la menor aprension cuando trato de meter la llave en la cerradura y descubrio, tal como habia ocurrido aquella terrible manana, que no podia introducirla. La puerta, como entonces, no estaba cerrada con llave. La empujo, con el corazon latiendole fuertemente, y llamo:

– Padre, ?esta usted aqui? ?Padre?

Una mujer joven salio de la sacristia pequena. Era una muchacha corriente, respetable, en absoluto inquietante, que llevaba una chaqueta y un panuelo azul en la cabeza. Al observar el palido semblante de la senorita Wharton, dijo:

– Lo siento. ?La he asustado?

La senorita Wharton logro mostrar una debil sonrisa.

– No es nada. Solo que no esperaba ver a nadie aqui. ?Ha encontrado lo que buscaba? El padre Barnes todavia tardara otra media hora.

– No, no busco nada -contesto la joven-. Yo era amiga de Paul Berowne. Solo queria visitar la sacristia pequena, estar un rato sola alli. Queria ver donde ocurrio, donde murio el, y ya me marcho. El padre Barnes dijo que devolviera la llave en la vicaria, pero tal vez pueda darsela a usted, puesto que ya esta aqui.

Se la tendio y la senorita Wharton la cogio. Despues vio que la joven se dirigia hacia la puerta. Cuando llego junto a ella, se volvio y dijo:

– El comandante Dalgliesh tenia razon. Es solo una habitacion, una habitacion perfectamente corriente. Aqui no habia nada, nada que ver.

Y dicho esto se marcho. La senorita Wharton, todavia temblorosa, cerro la puerta exterior, recorrio el pasillo hasta la reja y contemplo, a traves de la iglesia, el rojo resplandor de la lampara del santuario. Penso: Y esto tambien es una lampara corriente, de bronce pulimentado y con un vidrio rojo. Es posible desmontarla, limpiarla y llenarla con aceite corriente. Y las hostias consagradas detras de la cortina corrida, ?que son? Tan solo delgados discos transparentes de harina y agua, que vienen bien protegidos en cajitas, a punto para que el padre Barnes los coja entre sus manos y diga sobre ellos las palabras que los convertiran en Dios. Pero en realidad no se convertian. Dios no estaba alli, en aquella pequena hornacina detras de la lampara de bronce. Ya no estaba en la iglesia. Como Darren, se habia marchado. Despues recordo lo que el padre Collins habia dicho en un sermon, la primera vez que ella fue a Saint Matthew: «Si descubres que ya no crees, comportate como si todavia lo hicieras. Si sientes que no puedes rezar, sigue diciendo las palabras». Se arrodillo en el duro suelo, aferrandose con ambas manos a la reja de hierro y dijo las palabras con las que siempre comenzaba sus plegarias privadas: «Senor, no soy digna de que tu entres en mi casa, pero una palabra tuya bastara para sanarme».

P. D. James

***
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[1] Ferret significa «huron» (N. del T.)

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