de renombre, hasta los reyes se alojan alli. El duque y la duquesa de Windsor, por ejemplo, no se conformaron con dormir alli unas noches. Vivieron en el hotel -enfatizo la palabra «vivieron»-. Vivieron, fijese…

– Pues nunca se me habria ocurrido. Si es asi, solo puedo agradecerles la atencion de haberme hospedado en el Astoria.

– Que dice, no tiene nada que agradecer. Lo unico que nos importa es que se sienta comodo. ?Ya ha cenado?

– No, aun no.

– Si quiere, entonces, puede ir a uno de los restaurantes del hotel, le aconsejo el Bull and Bear Steakhouse, si le gusta la carne, o al Inagiku, en caso de que prefiera comida japonesa. Tambien puede llamar al room-service, muy apreciado, del Waldorf-Astoria; salio destacado en la revista Gourmet, fijese.

– Vale, gracias, pero no hara falta. Picare alguna cosa por aqui, en Times Square.

– ?Usted esta en Times Square?

– Si.

– ?En este momento?

– Si, claro.

– Pero hace mucho frio. ?El chofer se encuentra con usted?

– No, le dije que podia irse.

– ?Y como ha ido hasta Times Square?

– A pie.

– Holly cow! Estamos a cinco grados bajo cero. Y hace poco dijeron en la television que, con el wind-chill, llegara a los quince bajo cero. Al menos espero que este bien abrigado…

– Pues…, mas o menos.

Moliarti lanzo un chasquido de reprobacion con la lengua.

– Tiene que cuidarse. Si lo necesita, basta con que me llame y le digo al chofer que vaya a buscarlo. ?Tiene mi telefono?

– Imagino que habra quedado grabado en la memoria de mi movil.

– Good! Si me necesita, llameme, ?vale?

– Oh, no hara falta. Cogere un taxi.

– Como quiera. De cualquier modo, solo lo he llamado para darle la bienvenida a Nueva York y para decirle que tendremos una reunion a las nueve de la manana en nuestra oficina. El chofer lo estara esperando a las ocho y media en el vestibulo de Park Avenue para traerlo. La oficina no esta lejos del hotel, pero me imagino que ya sabe que el trafico por la manana es un verdadero hell.

– Quedese tranquilo. Nos vemos manana.

– Pues muy bien. Hasta manana.

Cuando guardo el movil en el bolsillo, se dio cuenta de que habia perdido la sensibilidad en los dedos; tenia la mano helada, ya no obedecia a las ordenes del cerebro; parecia dormida, distante, era como si la mano ya no fuese suya. La metio en el bolsillo del pantalon, en una desesperada busca de calor, pero no mejoro mucho. Se dio cuenta de que no debia seguir en la calle. Vio la puerta de un restaurante a la izquierda y la empujo deprisa, francamente angustiado; entro y recibio el calor del local con alivio, como quien descubre la redencion despues de la amenaza del infierno; se froto las manos con frenesi, intentado darse energia y activar la circulacion, hasta que sintio que la sensibilidad volvia a la yema de los dedos.

– Can I help you? -pregunto el waiter, un chico joven y sonriente.

Tomas dijo que venia solo y fue a sentarse junto a la ventana; el movimiento de Times Square, congestionado y nervioso, constituia un espectaculo bien visible desde su mesa. El waiter le entrego la carta y el cliente descubrio que habia entrado en un restaurante mexicano. Despues de examinar el menu, pidio unas enchiladas de queso y carne de vaca y un margarita on the rocks. Cuando el joven se alejo, sumergio los crujientes nachos en una salsa de tomate y cebolla, mordio el aperitivo picante y se recosto en la silla, apreciando la vista. Reconocio que no llevaba una ropa que le permitiese seguir deambulando de aquella forma por la ciudad, por lo que no le quedaban alternativas; despues de la cena, cogeria un taxi y volveria a refugiarse en el hotel.

La diferencia de cinco horas con Lisboa tuvo su impacto esa noche. Eran las seis de la manana cuando Tomas se desperto, la oscuridad reinaba al otro lado de la ventana; intento volver a dormirse, volviendose y revolviendose entre las sabanas, pero, al cabo de media hora, entendio que no podria dormir y se sento en el borde de la cama. Consulto el reloj e hizo el calculo: eran las once y media de la manana en Lisboa, no era de sorprender que ya se le hubiese pasado el sueno.

Miro a su alrededor y, por primera vez, pudo apreciar la habitacion; el motivo cromatico era el bordeaux, bordado en oro y estampado por todas partes, en las cortinas, en la colcha doblada al pie de la cama, en el sofa, en los cojines decorativos. El suelo estaba cubierto de una mullida alfombra de color rojo oscuro; al lado de la cama, una botella de Sauternes tinto esperaba que alguien la abriese; unas plantas vigorosas alegraban los rincones.

Cogio el telefono y marco el numero del movil de Constanza.

– Hola, pecosita -dijo usando el petit nom que le habia atribuido en su epoca de noviazgo-. ?Como estas?

– ?Que tal Nueva York?

– Hace un frio de morirse.

– Pero ?es bonita?

– Es una ciudad extrana, pero si, tiene encanto.

– ?Que me vas a traer?

– Chis, chis -susurro el con tono de reprobacion-. Siempre has sido una interesada…

– ?Que valor! O sea, que el senorito esta paseando por Estados Unidos y yo soy una interesada.

– Vale, vale. Te voy a llevar el Empire State, con King Kong y todo.

– No necesito tanto -dijo ella riendose-. Prefiero el MoMA.

– ?Que?

– El MoMA. El Museum of Modern Art.

– Ah.

– Traeme La noche estrellada, de Van Gogh.

– ?Cual? ?Ese donde se ven las estrellas muy redondas? ?Esta aqui?

– Si, esta en el MoMA. Pero tambien quiero Los lirios, de Monet; Las senoritas de Avignon, de Picasso; y el Divan japones, de Toulouse- Lautrec.

– ?Y King Kong?

– Oye, ?para que quiero yo a King Kong si ya te tengo a ti?

– ?Cabrita! -dijo sonriendo-. ?Y te basta con unas copias de esos cuadros que quieres?

– No, quiero que vayas a robar los originales. -Hizo una breve pausa-. Claro que quiero unas reproducciones, tontin, ?que otra cosa habia de ser?

– Vale, ire. ?Como esta la nina?

– Bien. Ella esta bien -respondio-. Tragona, como siempre.

– Puf, ya me imagino.

– Pero ayer me dijo algo desagradable.

– ?Que fue?

– Me dijo durante la cena: «Mama, los chicos dicen que yo soy subnormal». Y yo le respondi: «No, has oido mal, dicen que tu eres Margarida». Y ella: «No, mama. Se hablan entre ellos al oido, me senalan y dicen: esa es subnormal».

Tomas suspiro.

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