?Cuando comienzo?

– Inmediatamente.

– ?Y por donde?

– El profesor murio hace dos semanas en un hotel de Rio de Janeiro -dijo Moliarti-. Tuvo un sincope cardiaco mientras bebia un zumo, fijese. Sabemos que estuvo consultando documentos en la Biblioteca Nacional y en la biblioteca portuguesa de Rio. Ahi podran estar las pistas que tendra que deslindar.

El rostro de John Savigliano adopto una ironica expresion pesarosa.

– Tom, es mi penoso deber anunciarle que manana cogera un avion rumbo a Rio de Janeiro.

Capitulo 3

Las rejas de los portones metalicos ofrecian una vision entrecortada del palacio de Sao Clemente, una elegante mansion blanca de tres pisos cuyas lineas arquitectonicas estaban claramente inspiradas en los palacetes europeos del siglo xviii; el edificio se erguia, esbelto y orgulloso, entre un jardin cuidado y dominado por altos platanos, palmeras y cocoteros, ademas de mangos y flamboyants; alrededor de la mansion, la vegetacion lujuriosa cerraba filas en las matas densas de Botafogo; y atras, como un gigante silencioso, se alzaba la cuesta desnuda y oscura del Morro Santa Marta.

Hacia calor y Tomas se limpio la frente al salir del taxi. Se dirigio al porton y, cuando llego ante las rejas, alzo los ojos hacia la garita del guardia, a la izquierda.

– Por favor -llamo.

El hombre uniformado se estremecio en la silla en la que dormitaba; se levanto, sonoliento, y se acerco.

– ?Digame?

– Tengo una cita con el consul.

– ?La ha pedido?

– Si.

– ?Cual es su nombre?

– Tomas Noronha, de la Universidad Nova de Lisboa.

– Espere un momento, por favor.

El guardia volvio a la garita, llamo por el intercomunicador, espero unos instantes, obtuvo respuesta y fue a abrir el porton.

– Tenga la amabilidad -dijo senalando la entrada principal del palacio- de dirigirse hasta aquella puerta.

Tomas recorrio el empedrado a la portuguesa que conducia al edificio consular, tomando un cuidado especial en no pisar el jardin, y se dirigio al lugar indicado, subiendo por una rampa levemente inclinada. Dejo atras las escaleras, cruzo la puerta de entrada, labrada en madera oscura, y se encontro con un pequeno recibidor decorado con azulejos del siglo xviii, con motivos de flores y hasta figuras humanas con trajes de la misma epoca; dos puertas labradas con hojas de oro se encontraban abiertas de par en par y el visitante entro en un vasto vestibulo donde se destacaba una primorosa mesa D. Jose en el centro, con una pieza de porcelana encima y una vistosa arana colgada del techo.

Un hombre joven, con el pelo negro peinado hacia atras y un traje azul oscuro, se acerco al visitante; sus pasos resonaron en el pavimento de marmol.

– ?Profesor Noronha?

– ?Si?

– Lourenco de Mello -dijo el hombre, tendiendole la mano-. Soy el agregado cultural del consulado.

– ?Como esta?

– El senor consul vendra enseguida. -Senalo un salon en el lado izquierdo-. Por favor, vamos a esperar en el salon de fiestas.

El salon era alto y espacioso, aunque no muy ancho. Tenia molduras de hojas de oro en el techo beis y en las paredes pintada^ de color salmon, con varias ventanas altas, a la izquierda, que daban al jardin del frente y estaban adornadas con cortinas rojas recamadas en oro; el piso en compose de maderas brasilenas brillaba con el barniz, reflejando difusamente los sofas y sillones distribuidos por el salon. Tomas dedujo que el mobiliario imitaba el estilo Luis XVI; un enorme cuadro de don Juan II, el rey que habia llegado a Rio escapando de las invasiones napoleonicas, adornaba la pared junto al rincon donde ambos se sentaron; al fondo del salon reposaba un gran piano de cola, negro y reluciente: un Erard, le parecio.

– ?Quiere tomar algo? -pregunto el agregado cultural.

– No, gracias -respondio Tomas mientras se acomodaba en la silla.

– ?Cuando llego?

– Ayer por la tarde.

– ?Vino en la TAP?

– Delta Airlines.

Lourenco de Mello se quedo sorprendido.

– ?Delta? ?Delta vuela desde Lisboa hasta aqui?

– No -dijo sonriendo Tomas-. Vole de Nueva York a Atlanta y de Atlanta hasta aqui.

– ?Usted fue a Estados Unidos para venir a Brasil?

– Pues…, en realidad, si. -Se movio en la silla-. Ocurre que tuve una reunion en Nueva York con unas personas de la American History Foundation, no se si la conoce…

– Vagamente.

– … y decidieron que debia venir directamente hasta aqui.

El agregado cultural se mordio el labio inferior.

– Ya, ya entiendo -suspiro-. Ha sido muy desagradable.

– ?Que?

– La muerte del profesor Toscano. No se imagina el…

Un hombre de mediana edad, energico y elegante, con canas en las sienes, irrumpio en el salon.

– Muy buenos dias.

Lourenco de Mello se levanto y Tomas lo imito.

– Senor embajador, este es el profesor Noronha -dijo el agregado haciendo las presentaciones-. Senor profesor, el embajador Alvaro Sampayo.

– ?Como esta?

– Por favor, pongase comodo -dijo el consul y se sentaron todos-. Estimado Lourenco, ?ya le has ofrecido un cafe a nuestro invitado?

– Si, senor embajador. Pero al profesor no le apetece.

– ?No le apetece? -El diplomatico se asombro y miro a Tomas con gesto reprobatorio-. Es cafe de Brasil, amigo. Mejor: solo el de Angola.

– Tendre mucho gusto en probar su cafe, senor consul, pero no con el estomago vacio, me sentaria mal.

El consul se golpeo la rodilla con la palma de la mano y se levanto de repente, con vigor.

– ?Tiene toda la razon! -exclamo, antes de dirigirse al agregado-. Lourenco, vaya a decirle al personal que sirva el almuerzo, ya es hora.

– Si, senor embajador -respondio el agregado, saliendo para transmitir la orden.

– Venga -le dijo el consul a Tomas, empujandolo por el codo-. Vamos a pasar al comedor.

Entraron en el enorme comedor, dominado por una larga mesa de madera de jacaranda, con patas labradas y veinte sillas a ambos lados, todas forradas con tela bourdeaux. Dos aranas de cristal colgaban sobre cada extremo de la mesa, hermosas e imponentes; el techo estaba ricamente trabajado, con claraboyas circulares y un enorme escudo portugues en el centro; el suelo era de marmol alpino, parcialmente cubierto con alfombras de Beiriz; un enorme tapiz, con una escena de jardin ingles del siglo xviii, se alzaba en la pared del fondo. Un pasillo, protegido por cuatro altas columnas de marmol y que daba a un patio interior donde manaba una fuente decorada con azulejos, atravesaba el lado derecho de la sala; la izquierda mostraba ventanas que se abrian de par en par a un lujurioso jardin tropical.

Tres platos de porcelana, con sus respectivos cubiertos de plata y vasos de cristal, se encontraban dispuestos

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