Manuel tenia treinta y un anos, ya se habia casado y se habia ido de casa. De oficio herrador, era padre de una hija dos anos mayor que su hermano Afonso. Despues venia Jesuina, que se caso cuando Afonso era aun pequeno. El primer recuerdo de su hermana se remontaba a un momento doloroso en la cocina, Jesuina banada en lagrimas de desesperacion por la muerte del primer hijo, la madre consolandola, la cabeza de la hija apoyada en el hombro materno. De su tercer hermano, Antonio, aquel a quien al fin y al cabo le debia la vida, solo quedaba una gran fotografia colgada en una pared de la sala, donde el muchacho exhibia con orgullo su uniforme de marinero. Los mas proximos eran Joao y Joaquim, ambos adolescentes, que trabajaban en un aserradero. El pequeno Afonso dormia con estos dos hermanos en la misma cama de laton, en un cuarto sin puerta, con la entrada protegida por una cortina muy raida. A medida que el menor iba creciendo, se hizo evidente que no cabian los tres en la misma cama si continuaban durmiendo juntos, y Afonso, a quien siempre le tocaba ir al medio, comenzo a dormir con la cabeza junto a los pies de los mayores.
Los recuerdos de Afonso solo comenzaron a hacerse nitidos a partir de los seis anos. Fue en ese momento cuando dejo de mamar la punta de un pan, a falta de chupete mas adecuado, aunque aun comia sopas de pan en vino tinto, que se convirtieron en su dieta. A los dos anos habia dejado de mamar de los senos de su madre, porque se le seco la leche, y desde entonces comenzo a depender de esa mezcla de pan y vino tinto casero. Al entrar en el colegio, adquirio mayor conciencia del mundo que lo rodeaba. Empezo a notar las maderas oscuras y toscas que amueblaban su casa y el permanente olor a cerdos, estiercol y mosto que invadia su habitacion. Criaban a los cerdos en una pequena pocilga al lado de la casa y el tufo se propagaba facilmente por el aire. No es que le importase, el que andaba descalzo por todas partes, vestido con unos trapos viejos y hediondos heredados de sus hermanos.
Afonso comenzo pronto a ayudar a su padre, sembrando melones, limpiando las vinas y azufrando las cepas. Las epidemias amenazaban las vinas desde hacia mas de diez anos, se empezaba a hablar entonces sobre un nuevo metodo para combatir aquel mal, la sulfatacion, pero, mientras la novedad no llegaba a Ribatejo, tierra remota y de vida ardua, el senor Rafael tenia que contar unicamente con la proteccion de la Virgen. En aquel tiempo se circulaba en carro, aunque Rafael Laureano se las arreglaba con una burra que lo ayudaba en la labranza. Afonso aprendio que la burra no era burra del todo, se mostraba incluso avispada y desenvuelta. Solia ver a su padre dando instrucciones al animal.
– ?Ve hasta Cidral! -le ordenaba el senor Rafael, abriendo el porton del patio-. Anda, ve.
La burra cruzaba el porton y desaparecia lentamente por la polvorienta carretera de tierra apisonada, seguida por el perro de la casa,
La vida del senor Rafael era dura. De lunes a sabado se despertaba a las cinco de la manana, tomaba una sopa o un pedazo de pan con chorizo y se iba a trabajar la tierra. Almorzaba a las diez los alimentos que su mujer le llevaba en un cesto y al mediodia venia la merienda. La labranza terminaba al ponerse el sol o cuando doblaban las campanas del cementerio, hacia las cinco de la tarde.
– ?El toque del Avemaria! -exclamaba Rafael Laureano, que se limpiaba el sudor de la frente y se incorporaba para mirar el horizonte y oir las campanas distantes-. Ya es la hora.
Se acostaban todos temprano, eran las ocho de la noche cuando el senor Rafael ordenaba a Afonso ponerse el pijama, apagaba los candiles alimentados con aceite y sumia la casa en la oscuridad; era hora de dormir. Esta rutina solo podia alterarse los domingos. El dia del Senor se despertaban temprano, como siempre, y vestian las mejores ropas, mejores porque no estaban raidas. Casi desconocian el bano, excepto en verano, cuando, una vez al mes, toda la familia iba a lavarse en animadas mananas dominicales. Afonso no apreciaba esos momentos. Encogia su cuerpo canijo dentro de una tina y sentia el agua helada que le echaba encima su madre. Despues de vestirse, el senor Rafael llevaba a la familia a misa para una manana de virtud, pero por la tarde venian el vicio y el pecado. El padre iba con sus hermanos a la taberna de Silvestre o a la taberna de Corneta a emborracharse con vino tinto. Opinaban que tenia mal vino porque, cuando se embriagaba, se ponia de mal humor y no raras veces se enredo en peleas absurdas. Para controlar el problema, la senora Mariana mandaba a Afonso que acompanase a su padre con la mision de traerlo de vuelta lo antes posible, tarea que el pequeno temia: el padre se volvia irascible cuando lo dominaba el alcohol, con lo que aquel penasco de seguridad se transformaba en esos momentos en una montana amenazadora, sus manos eran pedruscos inestables e imprevisibles, reaccionaba mal a sus suplicas y lo abofeteaba con violencia.
El vino formaba parte de sus vidas; de lo contrario, no seria Rafael Laureano un pequeno y dedicado productor. Afonso se habituo a colaborar en el trabajo de produccion de tinto: echaba las uvas en el lagar instalado en un anexo. El pequeno comenzo a acompanar a los adultos en el trabajo de pisar las uvas para hacer el mosto, una tarea que le producia mareos: segun entendio mas adelante, lo embriagaba el alcohol liberado del mosto. El vino se colocaba despues en toneles, con una graduacion que variaba entre los doce y los quince grados, que serian vendidos a los mayoristas de Rio Maior. En el lagar quedaba ademas el orujo, el hollejo de las uvas. El padre echaba agua encima del orujo y nacia de alli un vino mas flojo, de siete u ocho grados, al que llamaban «aguapie».
Cuando los hijos cumplian cinco anos, el senor Rafael los reunia para que lo ayudasen en el trabajo. Podian ser aun muy pequenos, pero el padre los consideraba aptos para desempenar pequenas tareas. En 1876, sin embargo, se abrio la escuela primaria en Rio Maior. La ensenanza no llegaba a tiempo para los hijos mayores del matrimonio Laureano, pero la cuestion se planteo en relacion con Joao, con Joaquim y, mas tarde, con Afonso. El padre se mostro inicialmente remiso a enviarlos a hacer la primaria, argumentando que le hacian falta manos que lo ayudasen a trabajar la tierra o a ganar el sustento para la familia en otros trabajos. Tuvo que intervenir el parroco de Rio Maior, el padre Gaspar Costa, para hacer entrar en razones al empecinado Rafael. Lo cierto es que al final autorizo a los chicos a acudir al colegio.
La vez de Afonso llego un dia humedo y frio del otono de 1896. Por la manana temprano, desafiando el viento norte helado que soplaba con bravura desde el Alto do Seixas, la senora Mariana llevo a su hijo menor de la mano desde la Travessa do Rosamaninho, donde vivian, hasta la Rua das Dalias. Atravesaron deprisa la plaza, encogidos en sus miserables abrigos, y entraron a la derecha por la Rua das Flores. La manana habia despertado agreste, las gotas del rocio matinal brillaban como perlas relucientes en las hojas mojadas de las encinas, los petalos de las flores se abrian a la luz fria de la alborada y a la primera danza de los insectos, las hojas hendidas de los melojos formaban lagrimas que se deslizaban por los pelos blancuzcos del enves, el aromatico olor a resina flotaba en el aire, era como un perfume exotico que se esparcia por el camino de tierra que se internaba entre la verdura. Seguian alli fuera, ajenos al espectaculo de la naturaleza en el romper del nuevo dia, hasta pasar por la Torre dos Bombeiros y llegar a la escuela primaria de Rio Maior.
– Que bien, Afonso, que vayas a la escuela -le decia su madre por el camino-. Estas contento, ?no?
Afonso asentia con la cabeza. La senora Mariana se paso los ultimos dias pintandole un cuadro idilico de la escuela: que era una cosa maravillosa, que iba a tener muchos amigos, que iba a aprender a ser «un gran hombre»; el tono era de tal modo entusiasta que el pequeno se descubrio ansioso por ir a un lugar asi. Por ello se quedo algo sorprendido cuando, al acercarse al edificio, vio a otros ninos llorando, las madres los arrastraban por las aceras y ellos se deshacian en lagrimas. Le parecio extrano: ?por que razon estarian los otros chicos tan asustados por ir a la escuela?
La verdad es que, al dejar atras el porton, Afonso entro en un mundo especial, donde las leyes eran diferentes y las conductas reguladas, un mundo que le abrio las puertas a horizontes que se extendian mas alla de Carrachana. Un letrero fijado a la puerta de la escuela explicaba que los padres tendrian que entregar una «declaracion del parroco acerca de la edad», una «declaracion del regidor certificando la residencia del alumno en el distrito» y una «declaracion del facultativo asegurando que los ninos no padecian enfermedades contagiosas y que estaban vacunados». La senora Mariana no sabia leer, pero se habia informado previamente a traves del padre Gaspar y llevaba consigo los tres documentos requeridos, que le entrego a la secretaria de la escuela, la circunspecta dona Vadeia Figueiredo.