una corrida de toros en el Campo Pequeno, de la playa de Alges, de la Avenida da Liberdade, de la Boca do Inferno, cosas con paisanos nuestros, ?sabe? De modo que anda cada quisque inquieto por ver esas maravillas.
El senor Rafael y su familia reaccionaron con escepticismo a tan asombroso anuncio, pensaron incluso que el lisboeta estaba tomandoles el pelo. ?Como era posible ver fotografias en movimiento? Pero el hombre no paraba de hablar de las novedades e informo a los ribatejanos de que, si estaban interesados en sensaciones fuertes, esa tarde habria una partida interesante de
– ?Y que es eso del «fubol»? -pregunto Rafael Laureano, intrigado ante las modernidades de la gente de ciudad.
El senor Rafael no entendio muy bien, pero se quedo lleno de curiosidad. Tal vez valia la pena ir a ver que era eso del «fubol», para despues contar las novedades en la taberna de Silvestre. El coche sin caballos ya iba a dar que hablar, el asunto de la electricidad y de las fotografias en movimiento tambien, lo mismo se podia decir del fenomeno de mucha gente que usaba zapatos y andaba vestida como el doctor Barbosa, y podia ser que este otro tema alimentase una tarde mas de charla, que preciosa mina de asuntos para un palique interminable se revelaba este paseo por la capital, como se iba a lucir con sus amigos de copas.
– Oiga, amigo, ?y donde es eso?
– En el Campo Pequeno, dentro de dos horas -dijo el hombre apuntando hacia la izquierda-. ?Ve aquella calle? Es la Avenida Fontes Pereira de Mello. Siga por alli hasta Saldanha, una gran plaza que esta por ese lado, y despues coja una alameda muy ancha, la Avenida Ressano Garcia, hasta dar con una gran arena, algo que hicieron hace poco tiempo para las corridas de toros. Se tarda una media hora en llegar alli.
La senora Mariana sacudio a su marido del brazo.
– Oye, Rafael, ?y Ermelinda?
– Ten calma, hija -replico Rafael, algo fastidiado-. Tu prima no se ira a ningun lado, no te preocupes. Damos el paseo y despues vamos a ver a la muchacha, no te aflijas.
Cuando acabaron de comer, los Laureano tomaron tranquilamente la direccion indicada. El paseo duro cuarenta minutos, hasta que los cinco se vieron frente a un enorme edificio circular de color ladrillo, lleno de arcadas y galerias, decorado con arabescos, cupulas dobles de color azul celeste que dominaban los varios torreones de estilo neomorisco: era la plaza de toros construida en el centro de un terreno baldio. Se concentraba alli una pequena multitud, incluidas algunas mujeres de alta sociedad con sus ricos vestidos, sombreros despampanantes y las sombrillas parisienses, rodeadas por un sequito de amigas y criados. El senor Rafael pregunto si alli estaba el Campo Pequeno y le dijeron que si. Ante el se alzaba la plaza de toros. Se acerco a la taquilla y comprobo que la tabla de precios indicaba que las entradas mas baratas eran las de la segunda galeria, a doscientos reis cada una, y las mas caras las de los primeros palcos, a doce mil reis. Se sintio confundido y le pregunto a un empleado.
– Oiga, amigo: ?tantos reis para ver «fubol»?
El empleado se rio.
– Aqui solo hay toros, hombre. El partido es alli.
El empleado senalo los solares al lado de la plaza. Se extendia alli una parcela de tierra con dos grandes rectangulos dibujados en el suelo, que el hombre identifico como los campos de juego. Uno de los rectangulos, precisamente pegado a la plaza de toros, se mostraba bastante alisado, pero el otro estaba lleno de hoyos y baches. Al parecer, alli habia siempre muchos partidos y los equipos que llegaban primero ocupaban el rectangulo mas liso. Los rezagados tenian que conformarse con la parte mas descuidada.
La familia de Rio Maior se acerco al rectangulo en mejor estado y no tuvo que esperar mucho para sorprenderse. Dos grupos de hombres aparecieron poco despues en el lugar. Cada grupo transportaba por el solar unas enormes vigas de madera, dos mas pequenas puestas en paralelo y unidas por una gran viga situada perpendicularmente en uno de los extremos. Cruzaron el descampado hasta llegar al rectangulo mas liso.
– Son los
Agarrado a los pantalones de su padre, el pequeno Afonso retuvo en la memoria lo que sucedio a continuacion. Los dos grupos tenian camisetas de colores diferentes y echaron todos a correr locamente por el campo dando puntapies a la pelota, ante el clamor excitado de los espectadores y la vigilancia de un hombre vestido con un elegante traje y corbata de
– Es el
Las reglas eran sencillas. Les resulto claro a los visitantes de Rio Maior que solo los dos hombres que se encontraban entre los postes podian coger la pelota con las manos, mientras que todos los demas solo estaban autorizados a dar puntapies. Habia algunos que eran muy rubios o pelirrojos, se trataba de ingleses mezclados en los dos equipos. A veces protestaban todos, gritaban, gesticulaban, se empujaban, el partido se detenia, entraban espectadores en el rectangulo para participar en la discusion, el jaleo crecia hasta que al fin se calmaba, los jugadores y el hombre con corbata y traje de
– Aquel pequenito es Barley, un ingles muy bueno -indico el miron con entusiasmo, senalando a un hombre que corria rapido entre las alas y que acababa de meter un
En esa tarde soleada en el Campo Pequeno, el Football Club Lisbonense vencio al Real Gymnasio Club Portugues por 3-1, y- confirmo una vez mas que se trataba del mejor equipo de
– Bien, vamos entonces a ver a Ermelinda -dijo con un suspiro el senor Rafael, que se volvio de espaldas al Campo Pequeno.
– Es una pena, pero esto durara poco -comento el miron, en un gesto de despedida, cuando ya se dispersaba la multitud.
– ?Como? -se admiro el padre de Afonso, mirando hacia atras.
– Construyeron aqui, hace cuatro anos, el ruedo de toros y estan dando ordenes para que se acaben los partidos. Los muchachos se quedaran sin cancha.
El hombre dio media vuelta para marcharse, pero el senor Rafael se acordo de que aun le quedaba por hacer una pregunta.
– ?Oiga, amigo! El miron se volvio.
– ?Digame?
– ?Ha ido alguna vez a Rio Maior?
Capitulo 2
Fue un parto duro, como suelen serlo todos los partos, pero madame Michelle Chevallier tenia caderas