ella como quien escribe en un diario: era una manera de hacer el balance del dia y organizar verbalmente lo que habia aprendido y todo lo que habia visto. La segunda hija del matrimonio Chevallier crecio vigorosa, mas parecida a la abuela paterna, ya fallecida, que a su madre, con sus cabellos rubios de rizos castanos, los ojos de un verde vivo e intenso, tal vez una mezcla del azul del padre con el castano de la madre.

La memoria que Agnes guardo de esos anos fue la de una infancia extraordinaria y magica. Al padre le encantaba hablar de Paris, y en especial de una torre gigantesca que habian construido por esos anos, tema frecuente de las conversaciones en el Chateau du Vin. Los clientes de la tienda que habian asistido a la inauguracion de la torre, dos anos antes del nacimiento de Agnes, se dividian en cuanto a la importancia de aquella obra y exponian sus argumentos en intensas y acaloradas discusiones. Sentada en un rincon de la tienda, Agnes los escuchaba en silencio, pero con atencion. Unos decian que era un monstruo, una chimenea de hierro, un disparate sin igual, un insulto a la arquitectura de Paris, incluso una amenaza a la seguridad de las personas, las leyes de la gravedad hacian evidente que ese tumor metalico se caeria, inevitablemente. El sastre Aubier afirmaba ademas, sarcastico, que el sitio donde mas le gustaba estar cuando visitaba Paris era la torre, justamente porque ese era el unico lugar de la ciudad donde no tendria que verla. En honor a la verdad, esa chispa de ingenio no era de su invencion, Aubier habia leido algo semejante en un periodico, atribuido a Guy de Maupassant, pero en las charlas con los amigos la frase producia un buen efecto y no le importaba hacerla pasar por suya.

Otros clientes, sin embargo, elogiaban con entusiasmo la monumentalidad y creatividad de la obra, que consideraban la prueba de que la ingenieria francesa era la mejor del mundo. La torre se presento al publico en la Exposicion Universal de 1889, y constituyo un tributo a la industrializacion de Francia y un marco para conmemorar el centenario de la Revolucion francesa, al mismo tiempo que generaba un encendido debate publico en los periodicos y suscitaba la oposicion acerrima de arquitectos y artistas. En rigor, la obra era tan polemica que todos querian verla. Paul Chevallier, como cualquier frances que se preciase, siguio el debate a distancia, pero no pudo visitar la Exposicion en su momento y ver la celebre torre para juzgar por si mismo. Tuvo la oportunidad de hacerlo mas tarde, durante los varios viajes a Paris a que le obligaban los compromisos profesionales para comercializar la produccion vinicola. Iba siempre solo y, al regresar, no vacilaba en elogiar en casa la grandiosidad de la obra.

Por decision de Luis Napoleon, Francia acogia una gran exposicion universal todas las decadas, con intervalos que no podian exceder los doce anos, de modo que el certamen siguiente en Paris quedo fijado para 1900. Una manana de primavera de ese ano, en el desayuno, y entre dos croissants, Paul Chevallier hizo ante su familia un anuncio solemne.

– Esta decidido -dijo-. Este ano vamos a la Exposicion Universal de Paris.

Hubo en la casa gran animacion. Muchas de las companeras de Agnes del instituto irian a Paris con sus padres a proposito para visitar la Exposicion, y los que no tenian un plan como ese se desesperaban ante la perspectiva de perderse el gran acontecimiento del ano. Los hijos de Paul se pasaron semanas hablando del tema, pidiendo, implorando, amenazando, hasta llorando, hasta que finalmente consiguieron, aquella manana, arrancar de su padre el compromiso de ir a la Exposicion. No es que Paul y Michelle hiciesen un gran sacrificio, en realidad ambos se sentian igualmente ansiosos por visitar Paris y participar de un hecho tan especial: todos sus amigos irian y era impensable que los Chevallier fuesen menos.

La familia llego a la Gare du Nord a ultima hora de una manana de mayo. Los seis cogieron un coche rumbo al hotel, en el centro de la ciudad. En cuanto el coche empezo a andar, ascendieron por una loma y vieron la silueta esbelta de la Torre Eiffel alzarse en el horizonte, un «oh» excitado y admirativo reverbero entre los ninos: ya habian visto la imagen de la polemica torre en los periodicos y en postales de la Exposicion de 1889, pero verla asi, en vivo, era algo unico y fascinante, que construccion tan extraordinaria y maravillosa, toda hierro e ingenio, el verdadero triunfo de la industria. En la planicie parisiense, solo el bulto blanco del Sacre Coeur parecia desafiar a aquel gigante de hierro, pero la catedral de Dios perdia en la comparacion con la basilica de Eiffel, sin duda era esta torre un indicio de la arrogancia del hombre en su crecimiento hacia los dominios celestes, la senal inequivoca de la superioridad de la ciencia sobre la supersticion, la prueba final del dominio de la luz sobre las tinieblas oscurantistas.

– Tiene trescientos metros de altura -comento con orgullo el cochero-. Es la construccion mas alta del mundo, mayor que las piramides de Egipto.

Se instalaron en el hotel Scribe y, sin perder tiempo, cogieron en Chatelet el chemin de fer metropolitain en direccion a la Place d'Italie, todo en medio de una gran excitacion. No imaginaban que fuese posible andar en un tren bajo tierra, que maravilla, que prodigio; en la Place d'Italie cogieron otro metropolitain y fueron a dar a la Place du Trocadero, la estacion de la Exposicion Universal. Desde alli se dirigieron a uno de los guichets de acceso al recinto y Paul saco la cartera.

– ?Cuanto cuestan seis entradas?

– Como ya es mediodia, un franco por persona -indico la taquillera.

– ?Ah, si? ?Y si hubiesemos llegado mas temprano?

– Hasta las diez de la manana son dos francos por persona, m'sieu. Despues de las diez, un franco.

Una inmensa multitud llenaba el Trocadero, lo que hacia dificil la circulacion. Los Chevallier entraron en el recinto y se encontraron de inmediato con el exotico pabellon de Madagascar: un grupo de hombres con sombreros de paja y capas a rayas cantaba alegres canciones malgaches en un escenario sobre la acera, una multitud alrededor apreciaba el espectaculo de sonido y fiesta, se veian camelots vendiendo postales, elegantes senoras con vistosas sombrillas, caballeros con baston y chistera, ninos vestidos como adultos, un mar de gente aqui y alla, vagando, fluyendo, todo en medio de un inmenso bullicio, la belle epoque en todo su esplendor.

– Vamos a ver, papa, vamos a ver -imploro Agnes a saltos, senalando a los animados musicos malgaches.

Claudette hizo coro.

– On y va?

Pero Paul, previamente aconsejado por sus amigos para que no perdiese la cabeza con la primera atraccion que se le presentase, y preocupado por aprovechar bien el tiempo, meneo la cabeza.

– Ahora no, ninas. Vamos primero a dar una vuelta y despues elegimos que es lo que queremos ver.

– Pero yo quiero escuchar esa musica -insistio Agnes-. Es divertida.

– Despues, hija, despues.

Los seis entraron en el parque del Trocadero y llegaron a la exposicion colonial y vieron su miscelanea de estilos arquitectonicos: columnas del antiguo Egipto, pagodas de Brama, tejados curvados hacia arriba de Japon, cupulas arabes, casas de bambu, chozas, tiendas, medinas; ademas, observaron la gran cantidad de pueblos indigenas que llenaban la plaza con un exotismo colorido; eran beduinos, chinos, bosquimanos, indios, bantues, sijs, mongoles, melanesios. Bajaron a traves del parque por el corredor derecho, a la izquierda un lago caia por escalones como una cascada geometrica, a la derecha las colonias francesas, Martinica, Guadalupe, Guyana, Reunion, Tonquin; del otro lado del lago, las colonias extranjeras, el Asia rusa, el Transval, las colonias portuguesas, las Indias holandesas. Nada de esto interesaba, eran otros imperios, a no ser tal vez aquel extrano edificio en la esquina, c'est quoi ca?, una replica del templo javanes de Chandi Sari encajado entre dos casas de las altiplanicies de Sumatra. Se mantuvieron en el pasillo de las colonias francesas y se encontraron, a la derecha, con la puerta de una casa de Tunez, despues asomaron las construcciones del oasis de Tozeur, porticos de la mezquita de Sidi Mahres, el minarete de la mezquita de Barbier, un cafe de Sidi Bu Said, callejuelas de souks, es Tunez, c'es pas rigolo?, a la derecha el palacio de Argelia, un edificio blanquecino y ornado con frisos y canterias de azulejos, al lado la vieja Argel con su pintoresca casbah, terrazas abiertas, cupulas y minaretes coronados con medias lunas islamicas, un restaurante de couscous dentro, muchachas de Ouled Nails atrayendo a una multitud embelesada con la atrevida danza del sable, oh la la!; del otro lado, se encontraban las colonias inglesas, pero no les interesaban.

Agnes se mostraba estupefacta por la variedad cultural que se expandia a su alrededor. Todo le parecia extrano, exotico, casi magico, exuberante de diversidad, tan diferente de lo que estaba habituada a ver. Miraba a

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