– Mojarras y herreras casi todo. Solo que nunca los habia visto en una cantidad asi. Debe de haber miles de kilos en ese monton.

Mientras el enorme disco solar se hundia, muy a lo lejos, detras del cabo de San Vicente, la tripulacion se aplico afanosa a cargar el pescado en las banastas en que lo transportaban sobre la cabeza a los camiones que permanecian a la espera. Ante la evidencia de que iba a costarles Dios y ayuda trajinarlo todo antes de que se les viniera encima la noche, los humildes pobladores de las calles proximas se acercaron para echarles una mano y, de paso, beneficiarse en lo que pudieran.

– Anda, Pepe -dijo a su companero el gallego, aburrido ya de contemplar el ir y venir de los pescadores-, vamos a comernos unas hamburguesas antes de ir a la discoteca.

En ese preciso momento, uno de los ciudadanos que se habian acercado a ayudar voceo:

– ?Mirad ahi! ?Si traeis un tiburon en el fondo de la red!

– ?Mi madre, claro que pesaba! -pondero el mas joven de los pescadores.

– De tiburon, nada: es un atun grande -asevero uno de los tripulantes de mas edad, mientras, retirando el resto del pescado, dejaba a la vista la masa negra y reluciente que yacia sin vida junto a la orilla.

– Nunca habia visto un atun todo negro con esa forma -comento Pepe el gaditano, esforzandose en atisbar sobre la linea de cabezas de los que, cargando recipientes de todas clases, aspiraban a volverse a casa con la cena solucionada.

– ?Santo Dios, si no es ningun pescado! -exclamo el patron de una de las barcas, que se habia inclinado para echar un vistazo bajo la menguante luz-. ?Es un submarinista muerto! Y debe de llevar varios dias en el agua. Los peces se le han merendado los ojos.

El joven pescador que habia hablado antes se dio la vuelta y se puso a vomitar sobre el agua de la orilla.

– Ve a telefonear a la Guardia Civil -le dijo el patron-. Que avisen a la Comandancia de Marina.

Cuando cinco minutos mas tarde aparecio el jeep color caqui en que viajaban dos guardias civiles de la Vigilancia de Costas, seguido poco mas tarde por un Seat, 131 que, conducido por un chofer, traia al comandante, los que habian llegado en busca de comida gratis desaparecieron como por arte de magia entre las sombras del rapido crepusculo, llevandose su mal adquirida carga, camino de las miseras callejas que se abrian detras del Campo del Sur, mientras que los dos marineros, los tripulantes de las barcas y cierto numero de curiosos asistian a la inspeccion oficial del cadaver.

– Llame a la Comandancia por la radio del jeep -dijo el superior a uno de los guardias civiles- y que envien al forense y al juez de instruccion. Y que manden tambien el furgon del deposito. A ver si podemos trasladar el cadaver antes de que cierre la noche.

Luis Bernal permanecia nerviosamente en pie junto a su pequena maleta bajo la alta boveda de hierro forjado de la estacion de Atocha, no lejos del letrero anunciador del tren nocturno de Sevilla, Huelva y Cadiz, que salia a las 22.30 de la via 5.

Echo una ansiosa ojeada a su reloj: Consuelo estaba apurando mucho el tiempo; pero como se habia empenado en que la esperase en la estacion, con los billetes, en lugar de recogerla en su piso de Quevedo…

– Mi madre no te conoce, Luchi, ni sabe nada de lo nuestro. Y a su edad, no quiero darle un disgusto. Bastante preocupada esta ya con lo de mi traslado por seis meses a la sucursal del banco en Gran Canaria. Y que no ha sido facil conseguir que se fuese a vivir con mi hermano. Ya sabes lo mal que se lleva con su nuera.

De modo que el habia accedido a retirar de las oficinas de la Renfe los billetes y las reservas del coche cama y reunirse con ella en Atocha.

Luis Bernal se pregunto por enesima vez si estaba procediendo acertadamente. Eugenia, su mujer, se habia mostrado tan espantada como poco comprensiva cuando, tres semanas atras, el abordo el tema de la separacion.

– Pero tu has perdido el juicio, Luis. Llevamos treinta y siete anos de casados y tenemos hijos mayores. ?Como vamos a separarnos ahora? Por de pronto -concluyo tajante-, va en contra de Dios y de los mandamientos de la Iglesia.

Y cuando, insistiendo unos dias mas tarde, dejo caer el la palabra «divorcio», ella contraataco con virulencia:

– Lo tuyo es una chaladura de viejo, Luis. No hay bobo mas grande que un viejo bobo. Si todo eso va en serio, lo que tienes que hacer es venirte conmigo y hablarlo con el padre Anselmo, nuestro confesor. ?Esas ideas locas te las ha metido a ti en la cabeza lo de la nueva democracia y todo el politiqueo de ahora!

Y de pronto, subitamente intuitiva, agrego:

– ?No iras a decirme, verdad, que a tu edad quieres liarte con una nina pindonga que te deje a pan pedir?

No se habia atrevido a contarle a su esposa lo de sus relaciones con Consuelo Lozano, que duraban ya casi cinco anos, ni lo del pisito que compartian a ratos robados en la calle Barcelo. Pero estando ya Consuelo en el quinto mes de embarazo del hijo que esperaba de el, habia llegado la hora de la verdad.

– ?Y los chicos, Luis? ?Que van a pensar de nosotros? -fue la andanada con que le despidio Eugenia.

A Bernal le importaba poco lo que pudiera pensar su hijo mayor, Santiago, un mojigato que habia vivido siempre esclavizado por la beateria de su madre; sin contar con que estaba casado, era padre a su vez y tenia otro hijo en camino. Y en cuanto a Diego, el menor, se habia convertido, a sus treinta anos y con las reliquias de dos carreras dispersas a su espalda -Medicina y Biologicas-, en el eterno estudiante. El pasado enero Bernal le habia expedido hacia Santiago de Compostela, donde le esperaban unos estudios menos exigentes y una ciudad con menos locales nocturnos que Madrid. Con su historial, no encontraria tantos motivos de critica en los asuntos conyugales de sus padres.

Ni siquiera a un observador imparcial le pareceria demasiado chocante el que un «superpolicia» (como le llamaban los periodicos) de sesenta y un anos quisiera divorciarse de su esposa santurrona con la cual no habia tenido relaciones maritales en los ultimos veinte anos, sin que tampoco le cupiese decir que las habidas en los diecisiete anteriores le hubieran procurado placer alguno. Mejor aun comprenderia el caso el observador en cuestion si tuviese noticia de la total avenencia -tanto mental como fisica- a que habia llegado Bernal con aquella empleada de banca que, casi treinta anos menor que el, rebosaba de contento ante la idea de darle nueva descendencia.

Bernal encendio nerviosamente otro Kaiser y de nuevo consulto su reloj. Ya no tenian tiempo de facturar el equipaje. Consuelo iba a perder el tren: eso era un hecho. Con lo cual perderia tambien su pasaje del dia siguiente en el barco Cadiz-Las Palmas de la Transatlantica. ?Por que no podia, como todo el mundo, tomar un vuelo regular de Iberia?

– No quiero correr riesgos con nuestro hijo, Luchi -le habia explicado-. Ademas, ya sabes que no aguanto los aviones.

Aunque personalmente consideraba que diez horas de tren, mas una travesia de treinta y seis, podian resultar mucho mas nocivos para el nino, se guardo de exteriorizar esa inquietud. Habia aprendido a no discutir con Consuelo por pequeneces.

El caso tenia un lado bueno, penso; le permitiria, al menos asi lo esperaba, matar dos pajaros de un tiro: despedir a Consuelo en el barco y visitar a Eugenia -con miras a un ultimo intento de conseguir que se aviniera a una separacion pactada- en Cadiz, en el instituto religioso, recomendado por el archiconservador padre Anselmo, donde habia ella emprendido, con su misteriosa y acostumbrada presciencia, un retiro espiritual, sin duda para rogar por el retorno de su esposo al sano juicio y a la vereda de la vida conyugal.

El desasosiego de Bernal ante la perspectiva de perder el expreso nocturno de Cadiz iba en aumento, pues la Renfe se estaba esforzando por que sus servicios salieran puntualmente, aun cuando mostrase menos empeno en lo referente a la exactitud de las llegadas. En ese momento avisto a Consuelo, radiante, que se abria paso entre el publico, ya menos numeroso, bajo el reloj de la estacion, de cuadruple esfera, que indicaba las 10.26. Tras ella, un maletero tiraba sudoroso de un carrito de dos ruedas cargado con cinco voluminosas maletas de piel de cerdo.

– Menos mal, Luchi, que se me ocurrio anticiparme y mandar el baul al barco- le dijo, al tiempo que le abrazaba.

Bernal reparo por primera vez en que la inclinacion de los hombros y su paso torpe empezaban a delatar su

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