embarazo clandestino.

– Ya no alcanzamos a llevar el equipaje al furgon, Chelo. Tendre que dejartelo en el compartimento.

Le habia conseguido una cama en el coche numero 051, en primera clase, que iba a tener que compartir -y eso le divirtio a el- con tres monjas. Bernal, por su parte, habria de probar suerte en una litera de un compartimento de seis. Amontonado ya en lugar seguro el equipaje -causa de asombro para las religiosas que desde luego viajaban con muy poca impedimenta-, Bernal se llevo a Consuelo al vagon restaurante, a fin de tomar una cena ligera. En ese preciso momento la maquina emitio tres agudos silbidos, y el tren nocturno de Cadiz salio de la estacion de Atocha.

– En mi caso va a ser repeticion, Luchi: mi hermano y su mujer no me dejaron salir de su casa sin haber comido. Mi madre, aunque parece que se encuentre mal con ellos, ya habia empezado a refunfunar. No comprende, dice, que me haya avenido a ese traslado de seis meses a la sucursal de Las Palmas.

Mientras despachaban sendos cocteles de gambas, regados con una botella de Marques de Murrieta, Bernal se refirio a los viejos tiempos anteriores a la democracia, cuando no hubiesen podido permitirse que les vieran viajar juntos.

– Luchi, ?tu crees que Eugenia llegara a consentir en lo del divorcio? Ya sabes que si se niega, a mi no me importa.

– No lo se, Chelo. Antes de salir de Madrid, se oponia por completo, pero en Cadiz, como habra tenido tiempo para meditarlo, lo volvere a intentar. En todo caso, y aunque se resista, yo puedo presentar la demanda. Solo que el tramite es mas largo, y me gustaria que el nino venga al mundo con todos sus derechos legales, aunque sea canario.

– ?Que te hace pensar que ha de ser otro varon? -bromeo ella-. ?Por que no puede ser una grancanarita?

3 DE ABRIL, SABADO

A la manana siguiente un Bernal de fatigado aspecto y una Consuelo Lozano mas animada desayunaban, ya algo tarde, en la terraza del bar Los Patricios.

– Menos mal que hemos facturado el equipaje en la agencia, Luchi. Dudo que hubiera podido llevarlo a cuestas despues de la noche que me han dado esas monjas, que estuvieron pasando el rosario y rezando avemarias y padrenuestros por lo menos hasta Sevilla, donde se dividio el tren, y la mas vieja, que dormia en la litera de encima de la mia, se paso el resto del viaje tirandose pedos.

– Peor fue lo mio, carino, con cuatro soldados jugando toda la noche al tute en el pasillo, en una improvisada mesa de bolsas de viaje y cada vez mas jaraneros y borrachos a fuerza de chinchon barato. ?A que hora sale el J. J. Sister?

– A las siete y media. Llega a Las Palmas el lunes, a las nueve de la manana.

Bernal echo una ojeada a los titulares de la edicion matutina del Diario de Cadiz. Inmediatamente llamo su atencion el dramatico relato de la extraordinaria pesca llegada a La Caleta y del cadaver del hombre rana descubierto en el fondo de la red.

– Gracias a Dios que estoy aqui en viaje particular, Chelo, que si no, seguro que me endilgaban esto - comento, senalandole la noticia.

– Justo lo que te convendria para olvidarte de problemas personales, Luchi… y para evitar que hagas de las tuyas mientras yo estoy fuera.

– Parece un caso para la Comandancia de Marina -comento el-. El tipo ese debia ser un espia de algun submarino extranjero.

– A lo mejor aciertas. Despues de todo -senalo Consuelo-, la base americana de Rota esta al otro lado de la bahia. La corriente pudo haber arrastrado el cadaver desde alli.

Mediada la tarde Bernal acompano a Consuelo a su camarote de primera clase, donde ella se instalo lo mas comodamente posible y se despidieron por ultima vez. Luego, ya en el muelle, y segun el hermoso buque pintado de blanco, largadas las amarras, se iba alejando de la costa bajo el vuelo de las gaviotas, dijo adios con el panuelo a su amante.

Cuando el J. J. Sister hubo salido del puerto y se perdio de vista, Bernal tomo un taxi que le llevo a su hotel de la plaza de Calvo Sotelo a traves de las callejas que subian de la darsena. Mientras el taxista daba un rodeo cuesta arriba hacia el casco antiguo de la ciudad, Bernal reparo en las ultimas reliquias de las senales que, mostrando un coche de caballos, indicaban antiguamente la direccion que habia de seguir el trafico: Cadiz habia sido una pionera europea no solo en promulgar su Constitucion liberal de 1812, sino tambien en la invencion de las calles de sentido unico.

El Hotel de Francia y Paris, situado en la parte mas alta y nortena de la ciudad, era un edificio modernista, adornado de azulejos blancos y de color verde botella, con todas sus ventanas protegidas por toldos cuyo vivo color naranja realzaba el de la fruta de los naranjos alrededor del triangulo irregular que formaba la plaza de Calvo Sotelo. Habian pasado nada menos que veinte anos, reflexiono Bernal, desde su ultima y breve estancia en el antiguo hotel, antes de emprender viaje a Madrid con un sospechoso cuya custodia le habian encomendado. El habil remozado que el establecimiento habia conocido entretanto le sorprendio agradablemente.

Deshecho ya el equipaje, encendio un Kaiser y releyo la nota deslavazada que Eugenia le habia dejado en el piso de Madrid:

Luis:

Pasare la Semana Santa en Cadiz, de ejercicios espirituales en el Convento de la Palma, calle de la Concepcion, s/n. Medita las cosas como te pedi.

Eugenia

Aunque de mala gana, decidio hacerle una visita antes de que empezasen en serio las procesiones.

Bernal salio de la pequena plaza y, entornados los ojos para resguardarlos del intenso resol del ocaso, trato de orientarse con ayuda del plano del casco antiguo, obsequio de la simpatica recepcionista. Completamente extraviado al cabo de poco tiempo, se encontro en la plaza del Tio de la Tiza, orlada de macetas de geranios e invadida por el tufo de las parrilladas de pescado de la bahia, hechas con lena. Habiendo conseguido atraer la atencion de un atareado camarero que le dio indicaciones muy imprecisas, volvio a perderse en el laberinto de callejas. Aquella parte inferior de la ciudad, de una calma casi inquietante, daba la impresion de estar incomodamente a caballo entre el bienestar de los barrios nortenos y la relativa pobreza del Campo del Sur.

Localizada finalmente la calle Sacramento, no tardo Luis en encontrar la estrecha bocacalle de la Concepcion. Despues de echar una ojeada un tanto inquieta a la desierta calleja crecientemente oscura, se detuvo al pie de un farol mural de mortecina luz y volvio a consultar la nota de Eugenia: Convento de la Palma, calle de la Concepcion, sin numero. Aunque no veia ningun edificio de aspecto eclesial, por ultimo reparo en un grueso llamador de hierro, empotrado en la pared, junto a un alto porton coronado por puntas de lanza. Tiene que ser aqui, penso; no hay en toda la calle otra casa que pueda ser un convento. Tiro de la manija, y tras un largo tintineo metalico, oyo sonar un timbre muy a lo lejos, en las entranas del edificio. Y eso fue todo.

Luego de esperar unos cuantos minutos en la calle, y preguntandose si todas las inquilinas de la santa casa estarian entregadas a sus devociones, Bernal volvio a tirar del macizo llamador, que de nuevo tintineo en la lejania. Transcurrieron otros dos o tres minutos de silencio, despues de lo cual se oyo ruido de cerrojos descorridos y se abrio un postigo en el alto porton. La sorpresa de Bernal fue no poca al ver a un eclesiastico tonsurado y con vestiduras de obispo, que se asomo malhumoradamente.

– ?Que quiere usted? Llega antes de tiempo. Todavia estamos ocupadisimos.

Bernal se quedo estupefacto. ?Como podian estar al corriente de su visita?

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