– ?Antes de tiempo? -repitio, perplejo.
– Pues claro. Nadie tiene que presentarse antes de las completas. ?Y donde tiene el sambenito y la capucha? ?O acaso no sabe que a la vigilia hay que venir con el habito puesto?
– Debe haber alguna confusion -dijo Bernal con creciente estupor-. ?No es este el Convento de la Palma?
– Si, si -dijo enojado el religioso-. Por supuesto. ?No viene usted de penitente?
– Yo pensaba que habia monjas aqui -continuo Bernal, un tanto incomodo.
– Y las hay. Pero ?que quiere usted de las santas hermanas? -indago el otro, cada vez mas receloso.
– No es a ellas a quienes quiero ver, sino a mi esposa.
– Una monja no puede ser esposa suya -replico incredulo el presunto obispo, haciendo ademan de cerrar la puerta y dejar en la calle a aquel loco manifiesto.
– Mi esposa es la senora Bernal, Eugenia Carrero de Bernal -dijo el visitante, desesperado ya.
– Pero, hombre, comisario, ?por ahi tenia que haber empezado! -exclamo el eclesiastico, con un subito cambio de tono-. Entre, entre usted. Yo soy el obispo Nicasio. Le llevare junto a su esposa, que esta en el patio principal, me parece, ayudando a adornar el paso de manana, que como ya sabra, es nuestro gran dia.
Aunque Bernal lo ignoraba, incomodo como se sentia por la confusion inicial, decidio dejar para mas tarde las preguntas que le suscitaba aquel extrano retiro mixto de su mujer.
Cruzando el fresco zaguan decorado con azulejos, dejaron atras un claustro bordeado de grandes macetas de cerosos lirios de San Jose y de amarilis de enormes flores escarlata, a Bernal le sorprendio ver paseando bajo las talludas palmas a otros tres eclesiasticos con atuendo episcopal. Iban en compania de un almirante de blanco uniforme. Sin poderse contener, pregunto a su guia:
– ?Es que celebran ustedes una convencion de obispos, padre?
– No, no, comisario: todos ellos pertenecen a la orden. El almirante es uno de nuestros adheridos legos.
Bernal se sentia mas perplejo que nunca. ?Que clase de orden era aquella, con obispos entre sus componentes? Su pasmo se hizo mayor todavia cuando, en el amplio corredor que comunicaba el claustro con la capilla, vio en otras tantas hornacinas, con cirios encendidos, pequenos jarrones de flores a su pie, tres imagenes de un cuarto del tamano natural, en una de las cuales, segun cruzaba guiado a paso vivo por el eclesiastico, le parecio reconocer a Jose Antonio Primo de Rivera. No tuvo ocasion, sin embargo, de mirar de cerca las otras dos.
Salieron de improviso, bajo la cegadora luz de potentes focos, a un extenso patio rodeado de altas palmeras datileras. En su parte central, pavimentada, habia cinco pasos con imagenes de la Virgen y de Jesucristo, de tamano mayor que el natural, en escenas de la Pasion. En el que quedaba mas cerca de la puerta de doble hoja, a todas luces destinado a salir en primer lugar durante los actos de la Semana Santa, Bernal distinguio a tres monjas aplicadas a prender centenares de flores amarillas y moradas en la red que servia de suelo a la escena de la Entrada en Jerusalen. Detras de la gran imagen del Cristo montado en el borriquillo estaba Eugenia, vestida con un ancho habito castano y plantando palmones alrededor de la plataforma.
– Dona Eugenia, esta aqui su esposo -anuncio el hipotetico obispo que habia hecho de cicerone.
– ?Luis! ?Que oportuno! -exclamo ella-. ?Por que no me vas acercando palmones de ese monton? Tenemos que terminar el paso antes de completas, cuando lleguen los penitentes para la vigilia.
– Pero yo queria hablar contigo en privado, Genita…
– Luego, cuando terminemos. Con muchas manos, el trabajo es menos. Anda, quitate la chaqueta y arremangate.
Antes de que dieran las nueve, Bernal estaba ya sudando por todos los poros de su cuerpo, a causa del duro ejercicio que le habia impuesto Eugenia.
– Mejor te sientas a descansar un poco en ese sillon de mimbre, Luis -dijo ella. Y muy satisfecha, anadio-: Por fin esta listo el paso. ?No ha quedado magnifico? Las imagenes fueron talladas especialmente para la Orden de la Palma por un artista de San Fernando que empleo maderas preciosas de cinco clases distintas. ?Verdad que estan hechas una maravilla, y pintadas con muchisimo gusto?
Bernal, secandose la frente, pregunto si podia fumar.
– No me parece muy apropiado en un convento, Luis -dijo ella con aspereza.
Pero la monja de mas edad intervino:
– Dejele usted que eche un pitillo, dona Eugenia. Los hombres tienen sus pequenos vicios -sentencio, provocando las risitas de las otras dos religiosas-. Yo voy a buscarle una limonada fria.
Luis miro beatificamente a sor Encarnacion.
– Que amable y caritativa es usted, hermana. Una limonada me vendra de perilla. ?No podria anadirle unas gotas de algo mas fuerte?
– Luis, reportate -le amonesto Eugenia-. ?Has olvidado que estamos en Cuaresma?
Sin embargo, cuando la monja aparecio con el vaso y tomo el el primer sorbo del liquido deliciosamente frio, Bernal hubiera jurado que tenia algo de licor, aunque no habria sabido decir cual. Sor Encarnacion le hizo un guino desde detras de una palmera.
– Vamos, Luis, tenemos el tiempo justo, antes de completas, para esa charla que querias. Como es natural, asistiras al servicio religioso. Al fin y al cabo, estas de vacaciones, ?no?
– Pero es que tendria que pasar por la comisaria, Genita, por simple atencion -se excuso Bernal mientras apuraba, mas de prisa de lo que hubiera querido, el agradable refresco-. ?No podriamos hablar manana?
– Como quieras, Luis. Pero recuerda que es Domingo de Ramos y que a partir de las once estare en la procesion. Por cierto que esta noche tendrias que confesar, para que estes en gracia de Dios.
En el hospital Mora el anciano forense de la policia y el joven patologo del establecimiento miraban con fijeza el cadaver que, descubierto en la playa de La Caleta, reposaba en ese instante en la losa del deposito.
– ?Cuanto tiempo diria usted que ha pasado en el agua? -indago el mas joven de los medicos mientras volvia las mutiladas manos del muerto, para examinarle las palmas-. Los peces han hecho papilla las partes expuestas.
– Primero quitemosle el traje de inmersion. Ayudame a descalzarle.
– Uf, la descomposicion anda muy avanzada. Echemosle un poco de formol.
– Todavia no: antes hay que retirar los organos -dijo el forense haciendo un alto para enjugarse la frente con la manga de la blanca bata-. Esto es lo que mas desagradable resulta siempre.
Al alcanzar el torso, notaron que la negra goma del traje se resistia a la altura del pectoral izquierdo.
– Vaya, aqui hay una herida o algo -observo el patologo-. La goma tiene una muesca y esta pegada al cuerpo.
– Echemos un vistazo. Pues si: tiene como un pinchazo en forma de estrella, justo por encima del corazon, y se ha soldado con la carne.
– ?Una herida de bala?
– No estoy seguro -repuso el forense-. Habra que sondear y ver si tiene salida. De momento, cortemos alrededor de la obstruccion.
Una vez retirado el traje de submarinista, el casco, tambien de goma negra, las botas y el cinturon del mismo material, este con acoplamientos y bolsillos especiales, todos ellos vacios, metieron los distintos objetos en bolsas individuales, de plastico transparente, y las rotularon con esmero, para proceder a su posterior examen tecnico.
– Ahora demosle la vuelta y veamos si hay senales o heridas en la espalda -pidio el forense-. Ah, hay marcas de lividez… Es curioso: despues de la muerte tendria que haber flotado un rato boca arriba… Y aparte de eso, no veo mas senales.
– Ni yo tampoco -convino el joven patologo-. El color verde del abdomen indica que el proceso de putrefaccion interna esta muy adelantado. Y mire: las venas mayores estan jaspeadas. ?De cuanto datara la muerte, diria usted? ?Seis o siete dias?
– Mucho mas, creo yo. A lo largo de los anos he visto no pocos cuerpos rescatados del mar, y la descomposicion se produce al aire libre dos veces mas de prisa que en el agua, y ocho veces mas rapido que en el interior de tierra seca. Dada la estacion, la temperatura media del agua del mar no podia estar a mas de diez o doce grados, y el traje ha protegido la mayor parte de las superficies corporales del ataque de la fauna marina. A primera vista yo diria que lleva muerto entre once y doce dias.
– ?Tanto? ?No se habria desprendido la epidermis de las manos?
– Y asi ha sido -dictamino el mas experto de los dos hombres-. Solo queda la dermis, y los peces hicieron de