David Serafin

Incidente en la Bahia

Comisario Bernal 04

Titulo original: THE BODY IN CADIZ BAY

Traduccion de Antonio Samons

A Jose Antonio y Loli,

agradeciendoles su hospitalidad

en San Fernando (Cadiz).

Los personajes que aparecen en esta novela son enteramente imaginarios, si bien sus actos, asimismo ficticios, tienen por marco hechos reales ocurridos en Cadiz en abril de 1982.

D. S.

Nobly, nobly, Cape Saint Vincent to the North-west died away;

Sunset ran, one glorious blood-red, reeking into Cadiz Bay;

Bluish mid the burning water, full in face Trafalgar lay;

In the dimmest North-east distance dawned Gibraltar grand and gray. *

Robert Browning, Home Thoughts from the Sea

2 DE ABRIL, VIERNES

Al socaire de la Bateria de la Candelaria, el antiguo emplazamiento artillero situado en el extremo mas septentrional de la ciudad de los tres mil anos, dos marineros de la base naval de La Carraca, de permiso en tierra, llevaban un rato tratando de encender su mataquintos. Cuando uno de ellos consiguio por fin que la llama prendiera en el pitillo que, un tanto deforme, se deshebraba por la punta, se lo paso a su companero, hecho lo cual la atencion de ambos volvio a centrarse, aunque sin mucho metodo, en la hilera de pacientes pescadores encaramados en una cornisilla rociada por la espuma de las olas, unos quince metros mas abajo. El murallon que se elevaba abruptamente desde los bajos escollos protegia a Cadiz del recio flujo y reflujo de las mareas, producto del choque del Atlantico con las aguas mas tranquilas que colaba el Mediterraneo por el lado norte del Estrecho.

– Pues, que yo vea, no han pescado maldita la cosa en toda la tarde, Pepe -dijo el mas alto de ambos marineros.

– Bastante me sorprenderia, con el levante que tenemos. Siempre trae mal tiempo a la bahia, y a veces dura dias enteros -mascullo Pepe, que hablaba con el cerrado acento de la region, lleno de consonantes aspiradas.

– Esperemos que el viento cambie para la Semana Santa -dijo su acompanante, dando una chupada al cigarrillo, todavia a medio encender.

– Como no vire al sudoeste -dijo el gaditano, bajo y moreno-, no habra quien tome el sol en la playa de la Victoria.

– Y que mas da -replico su companero de a bordo, que era de La Coruna y no contaba con banos de sol a principios de abril-. Habra que contentarse con la discoteca del puerto.

Segun iban por la cima del rompeolas hacia el parque Genoves, Pepe hizo un nuevo alto y, senalando con la mano el centro de la ancha bahia, a esa hora tenida de rojo vivo por el sol poniente, observo:

– Parece que aquellas dos barcas estan en apuros. Como si las redes se les hubieran enganchado entre los escollos.

Formando visera con la mano, a fin de protegerse los ojos del resol, Pepe fijo su experta mirada de navegante en la escena que se desarrollaba dos kilometros mas alla, hacia el nornoroeste, por el lado de Rota.

– Esas rocas son Los Cochinos y Las Puercas, un peligro del infierno para los barcos que entran a puerto. Pero no me parece a mi que esas barcas corran peligro -dijo. Y advirtiendo una mancha mas oscura que el rojo de las aguas, entre los famosos escollos, agrego-: Lo que ocurre es que traen las redes a reventar. Por eso vocean y se hacen senas.

Los pescadores de la estrecha cornisa tambien accionaban vivamente, atentos, con subito entusiasmo, al manchon que el otro habia senalado. A favor de la fuerte brisa de levante, las dos pesqueras estaban maniobrando para acercar la larga jabega tendida entre ambas, aunque sin tratar de embarcarla, mientras avanzaban rumbo al oeste, hacia la punta de Santa Catalina.

– Para mi que intentan atracar en La Caleta, detras del Castillo -opino Pepe-. Con el viento en contra, la darsena pesquera no les conviene. Vamos a acercarnos a ver que traen.

Mucho antes de que las dos barcas hubieran rodeado la punta, el gallego y el gaditano, dejando atras el hotel Atlantico y atajando por la avenida del Duque de Najera, habian alcanzado la playita de La Caleta, con sus destartalados banos de principios de siglo alzandose, desiertos, sobre podridos pilares de madera, en medio de la marea alta.

Entretanto, un tropel de gente congregado junto al castillo de Santa Catalina senalaba hacia la bahia. De pronto, y cuando los dos marineros empezaban ya a cansarse de la larga espera, las dos embarcaciones, que sus sudorosos y exaltados tripulantes seguian manteniendo separadas a una distancia de unos diez metros, entraron en la pequena ensenada en forma de U y, arrastrando tras de si la hinchada jabega cabeceante, enfilaron entre las olas hacia la playa. Seguidamente, tan pronto como se abrio la amplia red, la arena, animada por miles y miles de peces negros y plateados, empezo a bullir de vida. Pepe y su amigo retrocedieron asombrados, y uno de los pescadores de mas edad exclamo:

– ?Nunca habiamos tenido una pesca como esta! No me explico como ha aguantado la red. ?Es un milagro como el que dicen los curas que hizo Cristo! -Y, a la vista del portentoso espectaculo, se persigno.

Otro de los tripulantes, mas joven, salto a tierra y, dirigiendose a los dos marineros, grito:

– ?Despues de esta pesca, podremos pasarnos unos pocos de dias sin tocaros el «taco», por lo de la suerte!

– Pero ?que demonio traen ahi? -le pregunto a Pepe el gallego.

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