Era tan horrible, tan especialmente horrible con el estomago revuelto y la martilleante resaca, que Grace quiso retirarse a un rincon y taparse los oidos con los dedos. Pero no podia, por supuesto. Tuvo que resistir mientras el joven tecnico del deposito repasaba todo el craneo con la sierra, los fragmentos de hueso volando como serrin, hasta que al fin termino. Luego levanto el casquete del craneo, como si fuera la tapa de una tetera, y el cerebro, de aspecto brillante, quedo al descubierto.

La gente siempre se referia a el como «materia gris», pero a Grace, que habia visto muchos, nunca le habia parecido que fueran realmente grises -mas bien de un color marron crema-. Se volvian grises mas tarde. Nadiuska avanzo; la observo mientras examinaba el cerebro. Darren le acerco un cuchillo para deshuesar de hoja fina, un Sabatier que podria estar en el cajon de cualquier cocina. Lo introdujo en la cavidad craneal, corto los musculos y los nervios opticos, luego saco el cerebro, como si fuera un trofeo, y se lo dio a Cleo. Ella lo llevo a la balanza, lo peso y anoto la cantidad en la lista de la pared: 1,6 kilos.

Nadiuska la miro.

– Normal para su estatura, peso y edad -afirmo.

Darren coloco una bandeja de metal sobre los tobillos de Katie, las patas encima de la mesa a cada lado de las piernas de la mujer. La patologa cogio un cuchillo de carnicero de hoja larga y palpo el cerebro en diversos lugares con los dedos, mirandolo detenidamente. Luego, con el cuchillo, sajo un trozo fino en un extremo, como si estuviera cortando el asado del domingo.

En ese momento, a Grace le sono el movil. El comisario se retiro para contestar.

– Roy Grace -dijo.

Era Linda Buckley otra vez.

– Hola, Roy -dijo la policia-. Brian Bishop acaba de volver. He llamado para anular la alerta.

– ?Donde diablos estaba?

– Dice que ha salido a tomar el aire.

– Ya, seguro -dijo Grace saliendo de la sala al pasillo-. Habla con el equipo que controla las camaras de seguridad. A ver que tienen de las inmediaciones del hotel en las ultimas horas.

– Lo hare, ahora mismo. ?Cuando acabareis, para llevarlo a reconocer el cadaver?

– Aun tardaremos un rato. Tres o cuatro horas por lo menos. Te llamare.

Al colgar, el telefono volvio a sonar al instante. No reconocio el numero: vio una larga serie de digitos que comenzaba por 49, lo que sugeria que la llamada provenia del extranjero. Contesto.

– ?Roy! -dijo una voz que le resulto familiar.

Era su viejo amigo y companero Dick Pope. En su dia, Dick y su mujer, Lesley, habian sido sus mejores amigos. Pero a Dick lo destinaron a Hastings y, desde que se mudaron, Grace no los habia visto demasiado.

– ?Dick! Me alegra escucharte… ?Donde estas?

Hubo una vacilacion repentina en la voz de su amigo.

– Estamos en Munich. De vacaciones con el coche. ?Probando la cerveza bavara!

– ?Que bien suena! -dijo Grace, intranquilo por la vacilacion, como si hubiera algo que su amigo no quisiera contarle.

– Roy… Mira, puede que no sea nada. No quiero causarte ningun… Ya sabes, ningun trastorno ni nada. Pero Lesley y yo creemos que acabamos de ver a Sandy.

Capitulo 18

El telefono de Skunk sonaba otra vez. Se desperto, temblando y sudando a la vez. Dios santo, que calor hacia alli dentro. Su ropa -la camiseta harapienta y los calzoncillos con los que dormia- y las sabanas estaban empapadas. Chorreaba agua.

Biiip, biiip, biiip.

Desde algun lugar en la oscuridad fetida de la parte trasera de su autocaravana, una voz con acento de Liverpool grito:

– Mierda de trasto. Apaga esa mierda, por el amor de Dios, antes de que lo tire por la puta ventana.

No era el telefono que habia robado ayer, se percato de repente. Era su movil de tarjeta. ?Su telefono de negocios! ?Donde cono estaba?

Se levanto a toda prisa y grito:

– ?Si no te gusta, te largas de la caravana, joder!

Luego miro por el suelo, encontro los pantalones del chandal, metio las manos en los bolsillos y saco el pequeno movil verde.

– ?Diga? -contesto.

Al cabo de un momento estaba buscando boligrafo y papel. Lo tenia en la chaqueta, dondequiera que esta se encontrara. Entonces se dio cuenta de que habia dormido encima de ella, utilizandola de almohada. Saco un boligrafo mugriento con el mango roto y una hoja rasgada y humeda de papel rayado y la puso sobre la encimera. Con la mano tan temblorosa que apenas podia escribir, logro anotar los detalles con un garabato puntiagudo y colgo.

Era un buen negocio. Dinero. ?Pasta! ?Mucha!

Sus intestinos le decian que iba a tener un buen dia. No era uno de esos retortijones terribles seguidos de diarrea que lo asediaban desde hacia dias -aun no, por lo menos-. Tenia la boca seca; se moria por beber agua. Mareado y aturdido, camino hasta el fregadero y, luego, sujetandose a la encimera, abrio el grifo. Pero ya estaba abierto, el tanque de agua se habia agotado. Mierda.

– ?Quien cono ha dejado el grifo abierto toda la noche? ?Eh? ?Quien? -grito.

– ?Relajate, tio! -contesto una voz.

– ?Yo si que te voy a relajar, joder!

Volvio a separar las cortinas y parpadeo ante la intrusion repentina del sol cegador de primera hora de la tarde. Fuera, vio una mujer en el parque que cogia de la mano a un nino montado en un triciclo. Un perro sarnoso correteaba olisqueando la hierba abrasada donde hasta hacia un par de dias se habia alzado la carpa de un circo. Luego miro el interior de la caravana. Un tercer cuerpo desplomado que no habia visto antes se revolvio. Ahora no podia hacer nada con ninguno de ellos, tan solo esperar que no estuvieran cuando regresara. Era lo que pasaba normalmente.

Entonces oyo un chirrido casi ritmico y vio a Al, su hamster, con la pata rota que el veterinario le habia entablillado, corriendo todavia en su rueda de cromo brillante, los bigotes temblorosos.

– ?Es que no te cansas nunca, tio? -dijo, acercando la cara a los barrotes de la jaula, pero no demasiado porque una vez Al le mordio. Dos veces, en realidad.

Habia encontrado al animal abandonado en su jaula, que algun cabron insensible habia tirado a un contenedor de la carretera. Habia visto que tenia la pata rota y habia intentado sacarlo; el bicho le habia mordido por las molestias. Luego, en otra ocasion, habia tratado de acariciarle a traves de los barrotes y le habia vuelto a morder. Sin embargo, otros dias podia abrir la jaula, y Al correteaba por su mano y se sentaba en ella encantado, durante una hora o mas, solo cagandose de vez en cuando.

Se puso los pantalones del chandal Adidas gris y la sudadera con capucha, que habia robado de un hipermercado ASDA, en la Marina, y las deportivas Asics nuevas azules y blancas que se habia probado y con las que habia salido corriendo de una tienda en Kemp Town. Cogio una bolsa del Waitrose con sus herramientas, donde metio el movil del coche que habia robado el dia anterior. Abrio la puerta de la autocaravana y grito:

– Quiero que os hayais largado cuando vuelva.

Salio al calor abrasador y despejado del Level, la franja larga y estrecha de zonas verdes en el centro de Brighton y Hove. La ciudad que el llamaba en broma -y no tanto- su «despacho».

Escritos en el papel humedo, bien doblado y guardado en el bolsillo superior de cremallera, figuraban un pedido, una entrega, una direccion y un pago acordado. Era pan comido. De repente, a pesar de los temblores, la vida le sonreia. Hoy podia ganar dinero suficiente para toda una semana.

Incluso podia permitirse ser implacable en las negociaciones para vender el telefono movil.

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