abundaban. Ahora tan solo quedaban algunos objetos singulares de los cincuenta que habian comprado juntos (ocupando el lugar de honor estaba una maquina tocadiscos que habian restaurado) y una unica fotografia de ella, en un marco de plata, tomada doce anos atras en unas vacaciones en Capri, su rostro hermoso y bronceado sonriendo con descaro. Estaba apoyada en unas rocas escarpadas, con su pelo rubio revoloteando al viento, banado por la luz del sol, como la diosa que habia sido para el.

Tomo un trago de Glenfiddich, los ojos pegados a la pantalla del televisor, viendo una pelicula antigua de DVD. Era una de las diez mil que su amigo Glenn Branson no podia creer que no hubiera visto nunca.

Y no era que ultimamente la superioridad de Branson en temas cinematograficos sacara lo mejor de su naturaleza competitiva, sino que Grace se habia propuesto aprender, educarse, llenar ese enorme agujero negro cultural que tenia en la cabeza. Durante el mes pasado, se habia ido dando cuenta de que su cerebro era el depositario de paginas y paginas de manuales de instruccion policial y datos sobre rugby, futbol, automovilismo, criquet y poco mas. Y eso tenia que cambiar. Deprisa.

Porque por fin estaba quedando otra vez con alguien -salia con una mujer, la deseaba, estaba totalmente loco por ella, tal vez incluso enamorado-. Y no podia creer la suerte que tenia. Pero ella era mucho mas culta que el. A veces parecia haber leido todos los libros que se habian escrito, que hubiera visto todas las peliculas, que hubiera asistido a todas las operas y que conociera intelectualmente la obra de todos los artistas de renombre, vivos o muertos. Y por si no fuera poco, estaba estudiando un curso de Filosofia en la universidad a distancia. Aquello explicaba la pila de libros de esta disciplina que descansaban sobre la mesita de cafe junto al sillon. La mayoria los habia comprado hacia poco en City Books, en Western Road, y el resto, rebuscando en casi todas las librerias de Brighton y Hove.

Dos titulos supuestamente accesibles, Las consolaciones de la filosofia y Zenon y la tortuga, estaban arriba del monton. Libros para profanos que comenzaba a comprender. Bueno, algunos trozos, en cualquier caso. Al menos le proporcionaban conocimientos suficientes para salir del apuro en las conversaciones que mantenia con Cleo sobre algunos de los temas de los que hablaba. Y descubrio que le interesaban de verdad, lo cual era bastante sorprendente. Conectaba en particular con Socrates. Un solitario, condenado a muerte por sus pensamientos y ensenanzas, que en una ocasion dijo: «Una vida sin examen no es digna de ser vivida».

Y la semana pasada ella lo habia llevado al Glyndebourne, a ver Las bodas de Figaro, de Mozart. Algunos pasajes de la opera se le hicieron largos, pero hubo momentos de una belleza tan intensa, tanto por la musica como por el espectaculo, que casi se le escapo una lagrima de la emocion.

Ahora, se sentia atrapado por la pelicula en blanco y negro que estaba viendo, ambientada en la Viena de posguerra. En escena, Orson Welles, que interpretaba a un estraperlista llamado Harry Lime; estaba con Joseph Cotten en la cabina de una noria en un parque de atracciones. Cotten reprobaba a su viejo amigo Harry que se hubiera vuelto un corrupto. Welles contraatacaba diciendo: «En Italia, en treinta anos de dominacion de los Borgia, no hubo mas que terror, guerras, matanzas… Pero surgieron Miguel Angel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos anos de amor, democracia y paz. ?Y cual fue el resultado? El reloj de cuco».

Bebio otro trago largo de whisky. Welles interpretaba a un personaje simpatico, pero Grace no sentia ninguna simpatia por el. El hombre era un villano y, a lo largo de sus veinte anos de carrera hasta la fecha, el comisario jamas habia conocido a un delincuente que no intentara justificar lo que habia hecho. En sus mentes retorcidas, era el mundo el que estaba mal, no ellos.

Bostezo y movio el vaso vacio; los cubitos de hielo repiquetearon. Pensaba en manana viernes y en la cena con Cleo. No la habia visto desde el viernes anterior, pues habia pasado el fin de semana fuera, en una gran reunion familiar en Surrey. Sus padres celebraban su trigesimo octavo aniversario de boda y el habia sentido una punzadita de malestar porque no le habia invitado, como si guardara las distancias para marcar que aunque estuvieran saliendo e hicieran el amor, en realidad no eran una pareja. Luego, el lunes, se habia marchado a un curso de formacion. Aunque habian hablado todos los dias, y se habian enviado mensajes por movil e internet, la echaba muchisimo de menos.

Manana lo aguardaba una reunion a primera hora con su impredecible jefa, la agridulce Alison Vosper, la subdirectora de la Policia de Sussex. Muerto de cansancio de repente, se debatia entre servirse otro whisky y ver el resto de la pelicula o dejarlo para la noche siguiente cuando llamaron a la puerta.

?Quien diablos lo visitaba a medianoche?

El timbre volvio a sonar. Lo siguio un golpeteo seco. Luego otro mas.

Perplejo y cauteloso, paro el DVD, se levanto, algo tambaleante, y salio al recibidor. Mas golpes, insistentes. Luego sono otra vez el timbre.

Grace vivia en un barrio tranquilo, casi residencial, en una calle de casas pareadas que llegaba hasta el paseo maritimo de Hove. Quedaba lejos del lugar que frecuentan los drogatas y los marginados que poblaban las noches de Brighton y Hove, pero de todas formas, estaba alerta.

A lo largo de los anos, debido a su trabajo, se habia peleado -cabreado- con muchos sinverguenzas de esta ciudad. La mayoria eran meros delincuentes comunes, pero algunos eran actores poderosos. Habia un sinfin de personas que podian tener una buena razon para ajustar las cuentas con el. Sin embargo, nunca se habia molestado en instalar una mirilla o una cadena de seguridad en la puerta.

Asi que, confiando en su ingenio y un tanto confundido por el exceso de whisky, abrio la puerta de par en par. Se encontro mirando al hombre a quien mas queria en este mundo, el sargento Glenn Branson, un tipo de un metro noventa, negro y calvo como una bola de billar. Pero en lugar de ofrecerle su habitual sonrisa alegre, el sargento tenia los ojos llorosos.

Capitulo 4

La hoja del cuchillo le presiono el cuello con mas fuerza y le pincho la piel. Le dolia mas y mas con cada bache de la carretera.

– Ni se te ocurra pensar en lo que sea que estes pensando hacer -dijo el con voz tranquila y llena de buen humor.

La sangre le bajaba por el cuello; o quizas era sudor, o ambas cosas. No lo sabia. Intentaba desesperadamente vencer el terror que sentia y pensar con calma. Abrio la boca para hablar, mirando a los faros que se acercaban, agarrando el volante del BMW con manos resbaladizas, pero el filo solo se le clavo mas y mas.

Estaban subiendo por una colina, las luces de Brighton y Hove a su izquierda.

– Ponte en el carril de la izquierda. Toma la segunda salida en la rotonda.

Katie obedecio y entro en la ancha avenida de dos carriles de Dyke Road. El resplandor naranja del alumbrado de la calle. Casas grandes a cada lado. Sabia adonde iban y sabia que tenia que hacer algo antes de que llegaran. De repente, el corazon le dio un brinco de alegria. Al otro lado de la calle vio el destello de unas luces azules. ?Un coche de la policia! Estaba deteniendose delante de otro coche.

Solto la mano izquierda del volante y la movio hacia la palanca de las luces. Tiro hacia ella, con fuerza. Los limpiaparabrisas aranaron el cristal seco.

«Mierda.»

– ?Por que has puesto los limpiaparabrisas, Katie? No esta lloviendo -oyo su voz desde el asiento trasero.

«Oh, mierda, mierda, mierda. ?Se habia equivocado de palanca, joder!»

Ahora ya habian dejado atras el coche patrulla. Vio las luces, que desaparecian como un oasis, en el retrovisor, y luego el contorno de la cara barbuda del hombre, ensombrecido por la gorra de beisbol y mas oculto aun por las gafas de sol que llevaba, pese a ser de noche. El rostro de un desconocido, pero al mismo tiempo un rostro -y una voz- que le resultaban inquietantemente familiares.

– Vas a tener que girar a la izquierda, Katie. Deberias reducir. Ya sabras donde estamos, espero.

El sensor del salpicadero activaria automaticamente el interruptor de la verja. En unos segundos comenzaria a abrirse y luego se cerraria tras ella y se quedaria a oscuras, sola, nadie podria verla, excepto el hombre que tenia detras.

No. Tenia que evitar que eso sucediera.

Podia dar un volantazo, empotrar el coche en una farola. O chocar contra los faros del vehiculo que venia de

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