demonio. Lo habia cogido anoche de un coche que habia robado y el propietario no habia tenido la amabilidad de dejar el manual de instrucciones ni el codigo PIN. Skunk estaba tan nervioso que no habia sabido ponerlo en silencio y no se habia arriesgado a apagarlo porque tal vez necesitara el PIN para encenderlo de nuevo. Tenia que realizar algunas llamadas antes de que su propietario se percatara de que habia desaparecido y lo denunciara. Entre esas llamadas estaba la que iba a hacer a su hermano, Mick, que vivia en Sydney, con su mujer e hijos. Pero a Mick no le alegro oir su voz, le dijo que eran las cuatro de la madrugada y le colgo.
Despues de otra ronda de pitidos y zumbidos, el aparato se callo: agotado. Era un telefono que valia una pasta, con la carcasa reluciente de acero inoxidable, un Motorola de ultima generacion. El precio de venta en las tiendas, sin ningun trato de favor especial, rondaria las trescientas libras. Con suerte, y seguramente despues de regatear, sacaria veinticinco libras por el mas tarde aquella manana.
Se dio cuenta de que estaba temblando. Y estaba aquella penumbra oscura, indefinida, que se filtraba por sus venas, extendiendose a todas las celulas de su cuerpo, mientras yacia sobre las sabanas en calzoncillos y camiseta, sudando un momento, temblando al siguiente. Todas las mananas lo mismo: se despertaba con la sensacion de que el mundo era una cueva hostil que iba a derrumbarse encima de el y que lo sepultaria. Para siempre.
Un escorpion cruzo delante de sus ojos.
– ?Me-caguen-laputa, quita, joder!
Se incorporo, se golpeo la cabeza otra vez y grito de dolor. No era un escorpion; no era nada. Solo su mente, que le jugaba una mala pasada. Igual que ahora le decia que tenia el cuerpo lleno de gusanos que le comian. Miles de ellos le subian por la piel, tan juntos que parecian un traje.
– ?Fuera!
Se retorcio, se los sacudio de encima, volvio a insultarlos, aun mas fuerte, y luego se dio cuenta de que, como el escorpion, no existian. Solo era su mente, que le decia algo. Igual que todos los dias. Le decia que necesitaba jaco o farlopa. Lo que fuera, Dios mio.
Le decia que necesitaba alejarse de este hedor a pies, ropa fetida y leche cortada. Tenia que levantarse, ir al despacho. A Bethany le gustaba eso, que lo llamara su «despacho». Le parecia gracioso. Tenia una risa extrana, torcia un poco la boca minuscula hacia arriba y el aro que llevaba en el labio superior desaparecia un momento. Y Skunk nunca sabia si se reia con el o de el.
Pero se preocupaba por el. Eso si lo notaba. Nunca antes habia conocido esa sensacion. Habia visto en los culebrones de television a personajes que hablaban de preocuparse los unos por los otros, pero no supo lo que significaba hasta que la conocio a ella -la recogio- en el Escape-2 un viernes por la noche unas semanas -o unos meses- atras.
«Se preocupaba por el» en el sentido de que se pasaba a verle de vez en cuando como si fuera su muneca preferida. Le traia comida, limpiaba la caravana, le lavaba la ropa, le vendaba las llagas que tenia a veces y se acostaba torpemente con el antes de salir corriendo otra vez, de dia o de noche.
Rebusco a tientas en la estanteria que habia detras de su cabeza doblemente golpeada, alargo el brazo delgado, cubierto de arriba abajo por un tatuaje de una cuerda enroscada, y encontro el paquete de cigarrillos, el encendedor de plastico y el cenicero de papel de aluminio, junto a la hoja de su navaja, que siempre tenia abierta, a punto.
Tras balancearlo y dejarlo en el suelo, el cenicero escupio varias colillas y una estela de ceniza. Skunk sacudio el paquete y saco un Camel, lo encendio, se recosto en la almohada llena de bultos con el cigarrillo aun en la boca, dio una calada, inhalo con fuerza y luego expulso el humo lentamente por la nariz. ?Que sabor tan dulce, tan increiblemente dulce! Por un momento, la penumbra se evaporo. Noto que el corazon le latia con mas fuerza. Energia. Estaba reviviendo.
Fuera en el «despacho», habia actividad. Una sirena se acerco y alejo. Un autobus paso con gran estruendo, levantando el aire a su alrededor. Alguien toco la bocina con impaciencia. Una moto cruzo a toda mecha. Skunk alargo la mano para coger el mando, lo encontro, lo pulso varias veces hasta que dio con la tecla correcta y el televisor se encendio. Esa chica negra que le gustaba bastante, Trisha, estaba entrevistando a una mujer deshecha en sollozos cuyo marido acababa de confesarle que era homosexual. La luz de debajo de la pantalla indicaba las 22.36.
Era temprano. Nadie estaria levantado. Ninguno de sus «socios» habria salido aun al «despacho».
Se oyo otra sirena. El humo le hizo toser. Salio de la cama arrastrandose, paso con cuidado por encima del cuerpo dormido de un capullo de Liverpool, cuyo nombre no recordaba y que habia vuelto aqui con su amigo en algun momento de la noche. Habian fumado algo y habian bebido una botella de vodka que uno de ellos habia robado en una licoreria. Esperaba que se largaran cuando se despertaran y descubrieran que no quedaba ni comida ni drogas ni alcohol.
Abrio la puerta de la nevera y saco lo unico que contenia, una botella medio llena de Coca-Cola caliente -el frigorifico llevaba sin funcionar el mismo tiempo que hacia que tenia la caravana-. Se oyo un leve silbido al desenroscar el tapon; el liquido sabia bien. A gloria.
Se inclino sobre el fregadero de la cocina, lleno de platos por fregar y recipientes para tirar -cuando Bethany volviera- y separo las cortinas moteadas de naranja. La luz brillante del sol le dio en la cara como un rayo laser hostil. Noto como le quemaba las retinas. Parecia que se las iba a incendiar.
La luz desperto a
Volvio a cerrar las cortinas bruscamente. Bebio un poco mas de Coca-Cola, cogio el cenicero del suelo y dio una ultima calada al cigarrillo, apurandolo hasta el filtro, despues lo apago. Volvio a toser, esa larga tos convulsiva que tenia desde hacia dias. Quizas incluso semanas. Entonces, de repente, se sintio mareado, se agarro con cuidado al fregadero, luego al borde del amplio asiento de la zona del comedor y volvio a su litera. Se tumbo y dejo que los sonidos del dia se arremolinaran a su alrededor. Eran sus sonidos, sus ritmos, el pulso y las voces de su ciudad. El lugar donde habia nacido y donde, sin duda, moriria algun dia.
Esta ciudad que no lo necesitaba. Esta ciudad de tiendas con cosas que jamas podria permitirse, de arte y acontecimientos culturales que no entendia, de barcos, golf, inmobiliarias, abogados, agencias de viajes, visitantes, delegados de conferencia, policias… Todo eran ganancias potenciales para su supervivencia. No le importaba quien fuera la gente, nunca le habia importado. Eran «ellos» y «yo».
Ellos tenian las posesiones. Las posesiones significaban dinero.
Y el dinero significaba sobrevivir veinticuatro horas mas.
Invertiria veinte libras del telefono en una bolsita de jaco o farlopa -heroina o crac, lo que hubiera-. Las otras cinco, si las conseguia, serian para comida, bebida, tabaco. Y lo complementaria con lo que pudiera robar hoy.
Capitulo 7
Prometia ser una de esas cosas tan extranas, un dia de verano ingles sublime. Incluso en lo alto de los Downs no soplaba ni una pizca de brisa. A las 10.45 de la manana, el sol ya habia evaporado la mayor parte del rocio de los greens y calles elegantes del club de golf North Brighton, lo que habia dejado la tierra seca y dura y, en el aire, el perfume embriagador de la hierba recien cortada y el dinero. El calor era tan intenso que casi podias arrancartelo de la piel.
El metal caro relucia en el aparcamiento y los unicos sonidos, aparte del pitido intermitente de la alarma solitaria de un coche, eran el zumbido de los insectos, los toques del titanio contra el polimero poroso, el runrun de los carros electricos, los tonos rapidamente silenciados de los moviles y los tacos que susurraba entre dientes algun golfista que habia ejecutado un golpe espantoso.
Las vistas desde aqui arriba le hacian sentir a uno como si estuviera en la cima del mundo. Al sur se extendia toda la panoramica del municipio de Brighton y Hove: los tejados, el grupo de bloques de pisos alrededor del paseo maritimo en el lado de Brighton, la unica chimenea de la central electrica de Shoreham y, detras, el agua normalmente gris del canal de la Mancha, que hoy aparecia tan azul como el Mediterraneo.