a la cara.

– La responsabilidad es tan mia como tuya -contesto Hester. Luego sonrio-. Claro que no puede irse. Y eso puede ser una larga temporada, de modo que tendras que comprarle ropa nueva. Estoy demasiado atareada para lavar la que lleva cada dia, aun suponiendo que me diera tiempo a secarla. Incluso podrias permitirte un par de botas de su talla, y que sean realmente un par.

Estaba deseosa de hablar sobre algo que la preocupaba. Monk lo percibio en su mirada: una especie de vacilacion como si aun siguiera buscando la manera de eludir la cuestion por completo.

Le conto lo que habia averiguado sobre Mary Webber, pero nada dijo sobre la violencia de Durban contra el prestamista ni del abuso que hiciera de su autoridad para impedir que un agente presentara cargos. Se sorprendio al constatar que no era a Hester a quien protegia sino a Durban. Como a el mismo le importaba tanto lo que Hester pensara de el, se imaginaba que a Durban le importaria de igual manera.

– ?Por que sonries? -le pregunto Hester, desconcertada y un tanto perdida.

– No lo se -admitio Monk-. Por la ayuda que me presta Scuff, me figuro.

De repente Hester se puso muy seria.

– Ten cuidado, William -advirtio-. Por favor. Ya se que ha cuidado de si mismo durante anos, pero no es mas que un nino. Muere mucha gente en el rio…

Dejo el resto sin decir. Habia mas ninos como Fig que como Scuff, y ambos lo sabian.

Monk bajo la vista hacia las manos de su esposa, apoyadas sobre la mesa. Eran muy finas, como las manos de una nina, pero fuertes. Su belleza no residia en la suave piel blanca ni en las unas delicadas, sino en su elegancia, y en el tener constancia de que eran rapidas y cuidadosas, primorosas. Se romperian antes de dejar que un hombre se ahogara, pero asimismo dejarian que una mariposa se posara y levantara el vuelo sin asustarse. Monk amaba aquellas manos. Tuvo ganas de estrecharlas entre las suyas, pero le dio verguenza habida cuenta de la cantidad de cosas mas urgentes que tenia por hacer.

– A Durban le hacian chantaje -dijo Hester en voz baja, sin mirarlo a los ojos-. Todavia no se quien ni por que. ?Podria tener relacion con esa tal Mary Webber, quienquiera que sea?

– No lo se -confeso Monk. Deseo no tener que saberlo. Estaba agobiado por lo que ya sabia, y cuanto mas averiguaba, mas le dolia. ?Que era lo que impelia a la gente a seguir buscando la verdad, a desentranar cada nudo, incluso cuando eran la ignorancia y la paz del corazon los que hacian que todo resultara soportable? ?Acaso la verdad serviria para curar algo? ?Cuanta verdad era capaz de aprehender una persona?

Hester se levanto.

– Ya basta por hoy. Vayamos a dormir.

Su tono fue amable, pero no admitia discusion.

* * *

A Hester le preocupaba la reputacion de Durban, no tanto por el mismo como por lo que Monk fuese a descubrir. Su marido habia tenido pocos amigos, al menos que ella pudiera recordar. Antano el y Runcorn habian sido algo mas que aliados. Habian compartido el compromiso y las tragedias del trabajo policial, asi como el peligro que entranaba. Habian conocido esa clase de confianza que pone tu vida en manos de un tercero, sabiendo que si es preciso dara la vida por ti con tal de no fallarte.

Pero la brusquedad y la ambicion de Monk habian conducido a Runcorn a una amarga envidia. El era mas estrecho de miras y menos capaz. La rivalidad habia hecho aflorar lo peor de su caracter. Con el tiempo, aquella amistad devino enemistad.

Y el mentor de la juventud de Monk, a quien este habia admirado tan profundamente, habia resultado ser un hombre deshonesto. Su fantasma habia atosigado a Monk incluso despues del accidente que lo despojo del recuerdo. Habia obedecido al impulso de investigarlo hasta que por fin lo desenmarano y le dio al menos una parte de la respuesta, lo mismo que iba a sucederle ahora.

Por supuesto Hester no explico nada de esto a Sutton cuando se encontro con el para reemprender la busqueda de nuevo. Pensaria que su proposito era hallar alguna prueba que convirtiera a Phillips en culpable de algo que les permitiera llevarlo a juicio. Sin duda sabia que ahora tenian acotado el asunto de la muerte de Fig, aun cuando hubiese tenido el tacto de abstenerse de comentarlo.

Sumidos en un cordial silencio, viajaron en el omnibus con Snoot a los pies de su amo como siempre.

Hester iba sentada en el piso alto del omnibus, observando las estrechas y apretujadas casas con sus paredes manchadas y tejados combados mientras la ruta los acercaba a Limehouse y a la imprenta adonde Sutton le habia dicho que se dirigian. La habia ayudado en muchas cosas y le contaba que ahora haria cuanto estuviera en su mano. Recurriria a quienes le debian favores, quedaria en deuda con otros, pasaria toda la jornada lejos de su propio trabajo para ayudarla a encontrar lo que estaba buscando. La suya era una amistad forjada en la epoca mas oscura que Hester hubiese conocido jamas, enfrentada a un viejo enemigo que tiempo atras habia matado a una cuarta parte del mundo.

Pero Sutton no podia decirle que era lo que ella queria encontrar ni lo que esperaba demostrar con ello. No podian deshacer el fiasco del juicio de Phillips, como tampoco el hecho de que Rathbone lo hubiese defendido. Tal vez averiguarian el motivo de aquella eleccion, suponiendo que en efecto hubiese sido una eleccion y no alguna clase de obligacion. Pero se trataria de algo confidencial que posiblemente nunca llegarian a descubrir. ?Acaso importaba? ?Ya no podia confiar en Rathbone, despues de todas las batallas que habian librado juntos?

Al formular la pregunta se dio cuenta, con sobresalto y sorpresa, de que la respuesta tenia que ser forzosamente que no, pues de lo contrario no se lo habria preguntado. Un ano antes ni se le habria ocurrido. ?En verdad le habia cambiado tanto el casarse con Margaret? ?O era simplemente que habia hecho saltar a primera plana una parte distinta, mas debil, de su caracter?

?O era una parte diferente de si misma? Nunca habia estado enamorada de el; su hombre siempre habia sido Monk, incluso si en ocasiones habia dudado de que alguna vez llegara a amarla o hacerla feliz. De hecho habia considerado imposible que siquiera deseara intentarlo. Pero siempre habia sentido una profunda estima por Rathbone, y siempre habia confiado en su honradez. Si aquello era un lapsus, por el motivo que fuese, ?no podia perdonarselo? ?Tan superficial era su lealtad que bastaba una equivocacion para romperla? La lealtad tenia que valer mas que eso, pues de lo contrario era poco menos que conveniencia.

El omnibus se detuvo otra vez y subieron mas pasajeros que se apretujaron de pie en el pasillo.

Y la lealtad de Monk para con Durban, penso Hester. Tambien tenia que ser lo suficientemente inquebrantable para asumir la verdad. Deseaba de todo corazon protegerlo de la desilusion que temia que se avecinaba. Habia momentos en los que ella no queria saber por que Rathbone habia defendido a Phillips. Pero pasaban. Su lado bueno desdenaba la debilidad que preferia la ignorancia o, peor aun, las mentiras. Lo ultimo que querria era que alguien que le importara amase un falso reflejo de ella, negandose a ver la realidad. ?Cabia imaginar mayor soledad que aquella?

Llegaron al final del recorrido y se apearon del omnibus. Aun habia que caminar casi medio kilometro por la concurrida calle y Hester tuvo que ir detras de Sutton y Snoot porque era tan estrecha que no podian caminar de lado sin chocar constantemente con los peatones que venian en sentido contrario. Cada dos por tres Sutton se volvia para comprobar que siguiera pegada a sus talones.

Se detuvieron ante una puerta pequena que se abria a un lado de un callejon de no mas de tres metros de largo, terminando contra un muro ciego. Snoot se sento a sus pies de inmediato. Sutton llamo, y paso un buen rato hasta que abrio la puerta un hombre jorobado con una expresion extraordinariamente dulce en el rostro. Asintio al reconocer al hombre y al perro, luego miro a Hester, mas como preguntando si venia con ellos que quien era o que queria. Satisfecha su curiosidad, les hizo pasar a una habitacion tan abarrotada de libros y papeles que tuvo que despejar dos sillas para que pudieran sentarse. Habia resmas de papel nuevo apiladas contra la pared; el olor a tinta era muy penetrante. El hombrecillo renqueo con cierta dificultad hasta la que sin duda era su silla.

– Yo no lo imprimi -dijo sin mas preambulo. Su voz era grave y gutural, y su diccion notablemente clara.

Sutton asintio.

– Ya lo se. Lo hizo Pinky Jones, pero ha muerto, y mintio sobre la hora en que lo hizo. Solo cuente a la senora Monk lo que ponia, por favor, senor Palk.

– Es desagradable -advirtio Palk.

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