dirigiendose al oeste.
– Esa vieja no tendria que haberle hablado de esa manera -respondio Scuff-. Y usted deberia haberla puesto en su sitio. Se toma muchas libertades, la vieja.
Scuff tenia razon. Monk habia sentido tanto alivio al oir que alguien hablaba bien de Durban que habia pasado por alto el hecho de que habia permitido que la anciana lo menospreciara sin hacer nada para imponer su autoridad. Se trataba de un error que tendria que enmendar, pues de lo contrario mas tarde lo pagaria caro. Lo reconocio ante Scuff, que quedo satisfecho aunque sin disfrutar de aquella pequena victoria.
A su manera, el chico se preocupaba por Monk, temia que no fuese adecuado para hacer aquel trabajo o para cuidar de si mismo en los peligrosos callejones y muelles de su nueva ronda. Existia una jerarquia muy estricta, y Monk estaba dejando que su posicion decayera.
– Me encargare de ella -repitio Monk con firmeza.
– Vigile a Pearly Boy. -Scuff levanto la vista hacia el-. Yo nunca he llegado a verlo, por la cuenta que me trae. Pero dicen que es muy amable cuando le tienes delante, pero que te raja en cuanto te das la vuelta.
Monk sonrio.
– Tu no sabes lo que decian de mi cuando trabajaba en la policia regular.
– Ya.
Pero la inquietud de Scuff no disminuyo en absoluto. ?Estaba Monk siendo diplomatico? ?Temia por el, con un poco de desden? Le dolio. Monk estaba dejando que su preocupacion por Durban socavara la habilidad que solia mostrar en su trabajo. Ya iba siendo hora de que enmendara eso.
– Tendre mucho cuidado con Pearly Boy -aseguro a Scuff-. Pero tengo que hallar informacion acerca de el, y al mismo tiempo hacerle saber que verselas conmigo no le sera mas facil ni mas agradable que con Durban.
Scuff enderezo un poco los hombros y adopto un aire mas ufano, pero no contesto.
Capitulo 6
Monk no pudo posponerlo mas. Ya estaba en el bufete de Rathbone cuando el secretario abrio la puerta antes de las nueve.
– Buenos dias, senor Monk -dijo un tanto sorprendido y con cierto grado de inquietud. Sin duda sabia mas sobre muchas cosas de las que nunca revelaba, ni siquiera al propio Rathbone-. Me temo que sir Oliver todavia no ha llegado.
– Aguardare -respondio Monk-. Vengo por un asunto importante.
– Si, senor. ?Le apetece una taza de te?
Monk acepto el ofrecimiento y le dio las gracias. En cuanto se hubo acomodado se pregunto si al secretario tambien le preocuparia que su patron, a cuyo servicio llevaba ocho anos, se hallase en una especie de cienaga moral y que su vida hubiese dado un giro sombrio. ?O era una idea descabellada?
Todos estaban inmersos en un dilema moral; Monk tambien. Apenas podia culpar a Rathbone si el orgullo, una arrogancia profesional, le habia empujado a aceptar una causa tan fea como la de Phillips, para demostrar que podia ganarla. Estaba poniendo a prueba la ley hasta el limite, sosteniendo su valor por encima de la decencia que era la suprema salvaguarda de los ciudadanos. Al fin y al cabo, si la arrogancia no hubiese llevado a Monk a estar tan seguro de su habilidad, podria haber dejado morir a Phillips en el rio y se habria ahorrado todo lo ocurrido despues. No habia sido por compasion que no lo hiciera, sino por la certeza de que iba a ganar en el tribunal y asi demostrar publicamente que Durban habia tenido razon. En vista de esto, el orgullo de Rathbone era muy moderado. Monk nunca se habia planteado la posibilidad de perder. ?Cuantas personas iban a pagar por eso ahora con sufrimiento, miedo y quiza sangre?
Rathbone llego al cabo de media hora, impecablemente vestido con un traje gris, desplegando su elegancia natural como siempre. Monk solo recordaba haber visto a Rathbone realmente desconcertado una vez, y eso habia sido en las cloacas recien construidas, tan solo unos meses antes, cuando parecio que todo Londres corria el peligro de sufrir otro gran incendio.
– Buenos dias, Monk -saludo Rathbone con una entonacion ligeramente inquisitiva. Parecia indeciso sobre que actitud adoptar-. ?Un caso nuevo?
Monk se levanto y siguio a Rathbone a su despacho, una habitacion ordenada, de una elegancia informal semejante a la del propio Rathbone. Sobre la pequena mesa auxiliar habia una licorera de cristal tallado con un tapon de plata ornamentado. Dos cuadros muy bonitos de barcos navegando decoraban una pared en la que no habia estanterias. Eran pequenos y tenian marcos muy anchos. A Monk le basto echar un vistazo para darse cuenta de que eran muy buenos. Tenian a un mismo tiempo una simplicidad y una fuerza que los senalaba como pinturas fuera de lo comun.
Rathbone reparo en su mirada y sonrio, aunque no hizo ningun comentario.
– ?En que puedo ayudarte, Monk?
Monk habia ensayado mentalmente lo que iba a decir y como comenzar, pero ahora lo ensayado le parecia artificioso y le daba la impresion de que pondria de manifiesto la vulnerabilidad de su posicion y su estrepitoso fracaso reciente. Pero no podia quedarse alli plantado sin decir nada, y tampoco tenia sentido intentar enganar a Rathbone. La franqueza, al menos aparente, era la unica posibilidad que cabia.
– No estoy seguro -contesto Monk-. No logre demostrar que Phillips matara a Figgis, mas alla de toda duda fundada, y la Corona omitio acusarlo de chantaje, pornografia y extorsion. Obviamente, no podria reabrir la primera acusacion por mas pruebas que encontrase, pero en cuanto a lo demas, aun podria presentar cargos.
Rathbone sonrio sombriamente.
– Espero que no hayas venido a pedirme que te ayude en eso.
Monk abrio mucho los ojos.
– ?Acaso seria contrario a la ley?
– Seria contrario a su espiritu -respondio Rathbone-. Si no ilegal, sin duda es poco etico.
Monk sonrio, consciente de hacerlo de un modo pesimista, incluso sarcastico.
– ?Para con quien? ?Jericho Phillips o el hombre que te pago para que lo defendieras?
Rathbone palidecio ligeramente.
– Phillips es un hombre infame -dijo-. Y si esta en tu mano enjuiciarlo con exito, debes hacerlo. Harias un favor a la sociedad. Ahora bien, mi parte en cualquier proceso legal es acusar o defender, segun se me contrate, pero nunca juzgar; ni a Jericho Phillips ni a nadie. Todos somos iguales ante la ley, Monk; esa es la esencia de cualquier clase de justicia. -Estaba de pie junto a la repisa de la chimenea, apoyando el peso mas en un pie que en el otro-. Si no lo somos, la justicia queda aniquilada.
»Cuando acusamos a un hombre solemos llevar razon, pero no siempre es asi. La defensa tiene por objeto salvaguardarnos a todos contra esas ocasiones en que nos equivocamos. A veces se han cometido errores, se han dicho mentiras que no esperabamos, se ha sobornado a testigos o se han manipulado pruebas. El odio y los prejuicios, los miedos, las deudas o el interes personal influyen en las declaraciones. Cada caso debe ponerse a prueba. Si cede al someterse a presion, resulta arriesgado condenar e imperdonable castigar. -Monk no lo interrumpio-. Tu odias a Phillips -prosiguio Rathbone, un poco mas desenvuelto-. Yo tambien. Me imagino que igual que todos los hombres y mujeres honrados que habia en la sala. De ahi que sea tanto mas necesario que actuemos con justicia. Si nosotros, precisamente, permitimos que nuestra repulsa nos gobierne a la hora de hacer justicia, ?que esperanza le queda a cualquier otra persona?
– Un discurso excelente -aplaudio Monk-. Y absolutamente cierto en todos los aspectos. Pero incompleto. El juicio ha terminado. Ya he reconocido que fuimos descuidados. Estabamos tan convencidos de que Phillips era culpable que dejamos cabos sueltos que pudiste utilizar, cosa que hiciste. Ahora no podemos volver a juzgarlo por el asesinato de Figgis nunca mas. Cualquier otra causa sera independiente. ?Me estas advirtiendo de que lo defenderas otra vez, sea por eleccion o por alguna clase de obligacion, porque se lo debes, y si no a el, a alguna otra persona que se preocupa de sus intereses? -Monk tambien cambio de posicion, deliberadamente-. ?O es posible que tu, o tu cliente, esteis siendo sobornados, coaccionados o amenazados por Phillips, y que no tengas mas opcion que defenderlo de los cargos que sean?
Fue una pregunta atrevida, incluso cruel, y en cuanto la hubo formulado dudo de que fuese acertada.