muerte en tales circunstancias quedo anonadada, herida para siempre en el alma y la mente.

Habia estado en los altos de Sebastopol, contemplado la masacre durante la carga de la Brigada Ligera contra los canones rusos. Luego intento rescatar a algunos de los pocos maltrechos supervivientes. El sinsentido de aquello todavia la abrumaba. Dudaba seriamente de que ella fuese capaz de ofrecer lealtad ciega a nadie. Sabia cuanto podia costar.

?Cual era el precio de la deslealtad, la soledad que no confia en nadie, que no cree en nada, siempre titubea, cuestiona, antepone el intelecto a la pasion? Seguramente al final ese precio aun era mayor, y no queria que Monk lo pagara. Si ella llegaba primero, quiza podria amortiguar el golpe, encajar una parte del desengano.

Al final de Gray's Inn Road torcio a la izquierda por High Holborn. Cuando el trafico se lo permitio, cruzo la calle, siguio caminando y entro en Castle Street. Sabia exactamente adonde estaba yendo y a quien buscaba.

Aun asi tardo otra media hora en encontrarle, pero el motivo de la demora la lleno de alegria. En su domicilio le dijeron que habia conseguido empleo como escribiente en una firma comercial, aptitud que habia adquirido tras perder la pierna en Crimea nueve anos antes. Por aquel entonces incluso escribir su propio nombre constituia todo un reto para su analfabetismo.

Al llegar al establecimiento en cuestion refreno su urgencia tan bien como pudo, pero aun asi el jefe de escribientes la miro con recelo, mordiendose el labio mientras decidia si daria permiso a uno de sus empleados para que hablara con ella.

Hester sonrio.

– Por favor -dijo con tanto encanto como fue capaz de reunir-. Soy la enfermera que cuido de el cuando perdio la pierna en Sebastopol. Estoy intentando localizar a otro hombre, o al menos saber donde buscarlo, y creo que el senor Fenneman podria ayudarme.

– Bueno…, si, por supuesto -dijo el jefe de escribientes un tanto nervioso-. Supongo… supongo que puedo concederle unos minutos. ?Sebastopol? ?En serio? Nunca lo ha mencionado, ?sabe?

– A nadie le gusta hablar de aquello -explico Hester-. Fue verdaderamente espantoso.

– He oido a otros hablar -repuso el oficinista.

– Tambien yo -admitio Hester-. Normalmente no estuvieron alli, solo hablan de oidas. Quienes lo vieron de verdad no dicen nada. Lo cierto es que a mi tampoco me gusta recordarlo, y eso que solo vivi las consecuencias, buscando entre los muertos a quienes siguieran con vida y cupiera hacer algo por ellos.

El jefe de escribientes se estremecio y palidecio un poco.

– Voy a buscar al senor Fenneman.

Fenneman se persono enseguida. Estaba mas delgado que la ultima vez que lo habia visto y, por descontado, no iba de uniforme. Llevaba una pata de palo sujeta al munon de la pierna, un poco por encima de la rodilla, y caminaba con ayuda de una muleta, manteniendo bastante bien el equilibrio. Hester volvio a sentirse mareada al recordar al agil muchacho que habia sido, asi como la frenetica lucha que habia librado para salvarlo. Ella misma tuvo que serrarle el hueso de los destrozados restos de su pierna, sin medios para anestesiarlo durante tan tremendo suplicio. Pero habia detenido la hemorragia y, con ayuda, lo habia trasladado del campo de batalla al hospital.

Ahora el semblante se le ilumino al verla.

– ?Senorita Latterly! ?Que casualidad encontrarla en Londres! El senor Potts me ha dicho que necesita mi ayuda. Me encantaria serle util; digame, ?que puedo hacer por usted?

Se detuvo delante de ella, sonriente, inclinandose un poco hacia un lado para afianzar el peso en la muleta.

Hester se pregunto si no habia un lugar donde el pudiera sentarse, pero opto por no decir nada. Tal vez se ofenderia, indirectamente, si sacaba a relucir su minusvalia insinuando de buenas a primeras que no podia estar de pie.

– Me alegra verlo tan bien -dijo en cambio-. Y con un buen empleo. -Fenneman se sonrojo, pero fue por timidez. Hester prosiguio-. Busco informacion sobre un hombre que fallecio a primeros de ano -continuo Hester con cierta premura, consciente de que el jefe de escribientes estaria contando los segundos-. Se llamaba Durban. Era comandante de la Policia Fluvial en Wapping, y tengo entendido que usted se crio en Shadwell. Nunca hablaba de si mismo, asi que apenas se por donde empezar a buscar a su familia. ?Se le ocurre alguien que pueda echarme una mano?

– ?Durban? -dijo Fenneman pensativo-. Me temo que no se nada sobre su familia ni sobre su origen, pero he oido decir que era un buen hombre. Aunque el cabo Miller…, ?se acuerda de el?, bajito, pelirrojo, lo llamabamos Dusty, y al final llamabamos Dusty a todos los Miller. -Sonrio al recordarlo. A pesar de haber perdido la pierna, seguia conservando buenos recuerdos de la camaraderia del ejercito-. Quizas el sepa algo. Puedo darle los nombres de dos o tres mas, si le parece.

– Si, por favor -acepto Hester de inmediato-. Y, si lo sabe, digame donde encontrarlos.

Fenneman dio media vuelta apoyandose en la muleta y se dirigio con presteza al escritorio donde trabajaba. Escribio en una hoja de papel, mojando la pluma en el tintero y concentrandose en su caligrafia. Regreso al cabo de un momento y le entrego la hoja cubierta de hermosa letra inglesa. Mientras Hester leia, no le quito el ojo de encima, incapaz de disimular su orgullo, ansioso por comprobar si ella reparaba en sus logros.

Hester dijo en voz alta los nombres y direcciones y levanto la vista hacia el.

– Gracias -le dijo con sinceridad-. Si alguna vez busco empleo como escribiente no se me ocurrira venir aqui. Nunca alcanzaria este nivel. Verle a usted me ha alegrado un mal dia. Voy a ver si encuentro a estos hombres. Gracias otra vez.

Fenneman parpadeo, sin saber muy bien que decir, y al final se limito a sonreir.

Hester tardo el resto del dia y la mitad del siguiente, pero fue juntando las piezas que le dieron los hombres cuyos nombres le habia apuntado Fenneman, y reconstruyo un relato coherente de la juventud de Durban. Al parecer habia nacido en Essex. Su padre, John Durban, habia sido director de un colegio masculino y su madre una feliz ama de casa y satisfecha administradora de la escuela. Formaron una familia numerosa: Durban tenia varias hermanas y al menos un hermano, capitan de la Marina Mercante, que habia viajado a los Mares del Sur y a las costas de Africa. No habia indicios de nada turbio, y el expediente policial del propio Durban era ejemplar. El pueblo donde naciera quedaba tan solo a unos pocos kilometros del estuario del Tamesis.

Apenas habian dado las doce. Podria llegar alli antes de las dos, localizar la escuela, la iglesia parroquial, revisar los archivos y estar de vuelta en casa antes del anochecer. Sintio una punzada de remordimiento ante el susurro de cautela que la empujaba a hacerlo. Iba a entrometerse en la vida de Durban. Antes del juicio y de las preguntas que Rathbone habia suscitado, jamas hubiese dudado de el.

Pero el delgado e inteligente rostro de Oliver Rathbone no paraba de acudirle a la mente, y con el la necesidad de comprobar, de demostrar, de ser capaz de responder a cualquier pregunta con absoluta certeza.

Compro un billete y viajo en un atestado vagon hasta el apeadero mas cercano al pueblo, y luego camino los tres kilometros restantes bajo el viento y el sol, con el agua del estuario reflejando el sol en el sur. Fue al colegio y a la iglesia. En el archivo parroquial no hallo un solo documento sobre alguien que se llamara Durban; ni partidas de nacimiento ni de defuncion ni de matrimonio. La escuela tenia un tablon con los nombres de todos los directores, desde 1823 hasta el presente. En el no figuraba ningun Durban.

Se sintio mareada, confundida, y le dio mucho miedo el desengano que se llevaria Monk. Mientras caminaba de vuelta a la estacion del ferrocarril para efectuar el viaje de regreso, de repente el camino le parecio duro, tenia los pies acalorados y doloridos. La luz del agua ya no era bonita y ni siquiera se fijo en las velas de las gabarras que iban y venian. El dolor de su fuero interno por las mentiras y la desilusion era tan grande que anulaba cosas tan secundarias y materiales como esas. Y una pregunta retumbaba sin cesar en su cabeza: ?por que? ?Que ocultaban aquellas mentiras?

Por la manana, con los pies todavia doloridos, se encontraba en la clinica de Portpool Lane, sumamente aliviada de que Margaret no estuviera presente. Tal vez ahora ella tambien encontrara sus encuentros tan tristes como Hester.

Habia visitado a todas las pacientes ingresadas, cosido unos puntos de sutura en un par de heridas y devuelto a su sitio un hombro dislocado cuando Claudine entro en la habitacion y cerro la puerta a sus espaldas. Le brillaban los ojos y estaba un poco colorada. No aguardo a que Hester hablara.

– Tengo a una mujer en una habitacion -dijo con urgencia-. Llego ayer por la noche. Tiene una herida de cuchillo y sangro bastante…

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