– ?Culpabilidad? -pregunto Henry-. ?O miedo a haber perdido la buena opinion que tenia de ti?

Ese era el quid de la cuestion. Oliver se asusto al comprobar cuanto le escocia. Habia deshilachado un lazo que habia formado parte de su felicidad durante mucho tiempo. No estaba seguro de que con el tiempo no llegara a romperse del todo.

– Me pregunto si sabia de donde procedia el dinero con el que me habian pagado -dijo en voz alta-. Y como habia sido obtenido.

– ?Lo sabes?

– No se quien me pago, por supuesto, pero tampoco se quien es su cliente ni por que le importaba tanto la defensa del acusado. Y puesto que no se quien es el cliente de Ballinger, naturalmente no se de donde procede el dinero. -Miro al suelo-. Supongo que me da miedo que el dinero sea del propio acusado y, siendo asi, desde luego me consta que es fruto de la extorsion y la pornografia.

– Entiendo -dijo Henry en voz baja-. ?Cual es la decision que debes tomar?

Oliver levanto la vista.

– ?Como dices?

Henry repitio la pregunta.

Oliver lo medito unos instantes.

– A decir verdad, no estoy seguro. Tal vez no exista ninguna decision, salvo la de como voy a aceptar esta situacion. Defendi a ese hombre y cobre por mi trabajo. No puedo devolver el dinero. Podria donarlo a una obra benefica, pero no desharia el entuerto. Y si soy un poco sincero, tampoco me limpiaria la conciencia. Apesta a hipocresia. -Esbozo una sonrisa, como burlandose de si mismo-. Quiza solo queria confesarme. No deseaba sobrellevar a solas esta sensacion de haber hecho algo vagamente cuestionable, algo con lo que me parece que no estare nunca tranquilo.

– Estoy de acuerdo -confirmo Henry-. Admitir que estas insatisfecho es un primer paso. Hace falta mucha menos energia para confesar un error que para intentar ocultarlo. ?Quieres otra copa de Medoc? Podriamos terminarnos la botella. Y la tarta tambien, si te apetece. Me parece que queda un poco de nata…

* * *

Rathbone llego a casa bastante tarde y le desconcerto encontrar a Margaret todavia levantada. Aun le sorprendio mas, y de manera desagradable, darse cuenta de que habia contado con encontrarla acostada, de modo que cualquier explicacion de su ausencia pudiera posponerse hasta la manana siguiente. A esas horas tendria prisa por marcharse a su bufete y podria eludir el tema otra vez.

Margaret se veia cansada y preocupada, si bien procuraba disimularlo. Estaba inquieta porque no sabia que decirle.

El se dio cuenta y quiso tocarla, decirle que tales trivialidades eran superficiales y carecian de importancia, pero le parecio que resultaria poco natural hacerlo. Tuvo que admitir, con una discordante sensacion de soledad, que no se conocian lo suficiente, que les faltaba intimidad para vencer tales reservas.

– Debes de estar cansado -dijo Margaret con cierta frialdad-. ?Has cenado?

– Si, gracias. Me ha invitado mi padre.

Ahora tendria que explicar por que habia ido a Primrose Hill sin llevarla a ella. No podia decirle la verdad, y le molesto haberse puesto en una situacion que le obligaba a mentir. Resultaba a la vez indecoroso y absurdo.

Tambien fue subita y dolorosamente consciente de que a Hester le habria dicho la verdad. Quizas hubiesen discutido, tal vez incluso se habrian gritado. Ella se habria enfadado tanto que le habria echado la culpa y se lo habria dicho sin tapujos. Al final se habrian acostado cada uno en una punta de la casa, con el animo por los suelos. Luego, en algun momento de la noche, el se habria levantado, habria ido a su encuentro y habrian recomenzado la rina porque el no podria soportar la idea de dejar las cosas de aquella manera. El sentimiento habria invalidado la razon y el orgullo. La necesidad de ella habria sido mas fuerte que la necesidad de dignidad o que el miedo a hacer el ridiculo. La vulnerabilidad de ella habria sido mas importante que la suya.

Margaret era mas estoica. Sufriria en silencio, para sus adentros, y el nunca estaria seguro de haberla herido en su amor propio. Su rostro, mas sereno, bonito y convencional, no revelaria nada. Esa mascara ponia a Rathbone a salvo de ella, convirtiendola en una esposa mucho mas comoda y apropiada de lo que Hester jamas hubiese sido. Rathbone nunca habia tenido que preocuparse de que Margaret dijese o hiciera algo que lo pusiera en evidencia.

Ahora le debia una explicacion, algo que no se alejara demasiado de la verdad, pero que no la expusiera a la preocupacion de que su padre le hubiese puesto en la situacion de defender a Phillips a modo de favor. No era preciso que llegara a enterarse; de hecho, salvo si se lo contaba el propio Ballinger, no debia saberlo. Se trataba de un secreto profesional.

– Tenia que discutir un caso -dijo-. Hipoteticamente, por supuesto.

– Ya -contesto Margaret friamente. Se sentia excluida, y ese sentimiento la heria en lo mas vivo; no podia disimular.

Rathbone debia decir algo mas.

– Si te lo hubiese contado a ti, habrias sabido de quien se trataba, y no puedo romper el secreto profesional -agrego. Eso al menos era verdad.

Margaret queria creerle. Abrio mas los ojos, un tanto esperanzada.

– ?Te ha ido bien?

– Tal vez. Al menos entiendo mi problema con mas claridad. El proceso de pensamiento que requiere explicar algo a veces despeja la mente.

Margaret opto por pasar pagina, conformandose con tan magro consuelo en lugar de seguir insistiendo.

– Me alegro. ?Te apetece una taza de te?

Fue una mera cortesia, algo que decir. En realidad no deseaba que aceptase; el lo percibio en la entonacion.

– No, gracias. Es bastante tarde. Creo que ire directamente a la cama.

Margaret esbozo una sonrisa.

– Yo tambien. Buenas noches.

* * *

Mientras Monk estaba atareado, con la ayuda de Scuff, en buscar nuevas pruebas sobre el lado mas oscuro de las actividades de Phillips, Hester comenzo a investigar el pasado de Durban, incluyendo a la familia que pudiera haber tenido.

Necesitaba enterarse porque temia que hubiese algo que al ser descubierto por Monk le perjudicara no solo a el sino, por extension, a toda la Policia Fluvial, cosa que aun le haria mas dano.

Hester conocia de primera mano lo que era la lealtad en las fuerzas del orden, y como en situaciones peligrosas donde las vidas de los hombres solian estar en peligro, la lealtad debia ser absoluta. Los oficiales al mando rara vez podian permitirse el lujo de dedicar tiempo a formular o contestar preguntas, y no daban explicaciones. Esperaban obediencia. La fuerza publica no funcionaria sin ella. Un oficial que no inspirase lealtad entre sus hombres era en ultima instancia un fracasado, tanto si dicha lealtad le era otorgada, o no, por su capacidad o su caracter.

Caminaba por Gray's Inn Road hacia High Holborn. Hacia calor y la calle polvorienta ya le habia ensuciado el dobladillo de las faldas. El trafico era intenso, las ruedas traqueteaban sobre el adoquinado, el sol relucia en los arneses brunidos. Cuatro grandes percherones pasaron tirando del gran carro de un cervecero. Los coches de punto chacoloteaban en direccion contraria con gran estrepito de pezunas y los latigos restallaban sobre las orejas de los caballos. Un lando descubierto dejo entrever la moda de aquel verano, palidos parasoles para mantener el cutis blanco, el cascabeleo de las risas, la brillante seda de una manga abullonada y cintas de raso aleteando en la brisa.

Hester reflexionaba en la lealtad ciega en la fuerza publica, en la obediencia incuestionable, en oficiales que no estaban a la altura de la confianza depositada en ellos, no por mala intencion sino porque la jerarquia que engendraba el sacrificio de la voluntad a un sentido del honor por encima de la inteligencia, incluso por encima de la certeza, habia exigido un precio espantoso. Tal vez la alternativa fuese el caos, pero cuando Hester presencio la

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