Rathbone se puso muy palido. En sus ojos no habia ni rastro de amistad.

– ?Has dicho «sobornado»? -pregunto.

– Lo he incluido como una posibilidad -respondio Monk, manteniendo firmes la mirada y la voz-. No se quien es el hombre o la mujer que te ha pagado para defender a Phillips. Tu si. ?Seguro que sabes por que?

Algo cambio en la postura de Rathbone. Fue tan ligero que Monk no llego a identificarlo, pero supo que a Rathbone se le habia ocurrido una idea de pronto, y esa idea le alteraba, quiza solo un poco, aunque eso no quitaba que lo incomodara.

– Puedes especular cuanto quieras -contesto Rathbone, con la voz casi tan firme y segura como antes-. Pero sin duda sabes que no puedo comentar nada al respecto, y mucho menos contartelo. El consejo que doy a otras personas es tan confidencial como el que pueda darte a ti.

– Por supuesto -dijo Monk secamente-. ?Y que consejo me darias a mi? Soy comandante de la Policia Fluvial en Wapping. Mi deber es impedir que ocurran delitos de violencia, abusos y extorsion, de pornografia y asesinatos de ninos en mi jurisdiccion. Hice un verdadero estropicio con la causa contra Phillips por el asesinato de Figgis. ?Como impido el siguiente, y los que vengan despues?

Rathbone no contesto de inmediato, pero tampoco intento ocultar que reflexionaba al respecto. Fue hasta su escritorio.

– Nuestras lealtades divergen, Monk -dijo al fin-. La mia es para con la ley y, por consiguiente, es mas amplia que la tuya. Y con eso no estoy diciendo que sea mejor, simplemente que la ley avanza despacio y que sus cambios afectan a generaciones. Tu lealtad es para con tu trabajo, te debes a las personas que hoy viven en el rio, al peligro y el sufrimiento inminente que las acechan. Mi respuesta, simplemente, es que no puedo darte consejo.

– Tu lealtad no es mas amplia -repuso Monk-. Te ocupas de los intereses de un hombre. Yo me ocupo de los de toda esa comunidad. ?Estas seguro de querer vincular tu nombre y tu compromiso a ese hombre y, por consiguiente, a quienquiera que a el este vinculado a su vez, por la razon que sea? Todos tenemos miedos, deudas, rehenes de fortuna. ?Conoces suficientemente bien a los suyos para pagar el precio? -Se mordio el labio-. ?O acaso se trata de los tuyos?

– Como me vuelvas a preguntar eso, Monk, voy a ofenderme. Yo no bailo al son de nadie, solo sirvo a la ley. -La mirada de Rathbone era firme, su semblante no traslucia ni hostilidad ni amabilidad. Respiro hondo-. Y quiza tambien yo deberia preguntarte si estas tan seguro de las lealtades de Durban como te gustaria estarlo. Has unido tu reputacion y tu honor a los suyos. ?Acaso eso es sensato? Tal vez si tuviera algun consejo que darte, seria que te lo pensases mas antes de seguir ahondando en ese sentido. Es posible que descubras cosas que no sean de tu agrado.

Fue un golpe bajo que hirio a Monk en lo mas vivo, aunque procuro que Rathbone no se diera cuenta. Debia marcharse antes de que la entrevista deviniera en una batalla en la que ambos acabaran diciendo demasiadas cosas que luego no podrian retirar. De hecho, ya casi habian llegado a ese punto.

– No esperaba que me dijeras quien es ni que sabes sobre el -dijo Monk-. Mi intencion al venir era la de advertirte que al investigar mas a fondo las actividades de Phillips, tambien estoy descubriendo mas cosas sobre quienes trataban con el, que les debia y que le debian ellos a el. No puedo llevarlo a juicio otra vez por asesinar a Figgis, pero a lo mejor podre hacerlo por pornografia y extorsion. Eso, naturalmente, me llevara mucho mas cerca de sus clientes. Y existen indicios de que estos pertenecen a todos los estratos sociales.

– Incluso a la policia -dijo Rathbone con aspereza.

– Por supuesto -acepto Monk-. Nadie queda excluido. Incluso hay mujeres que tienen mucho que perder, o que temer, en quienes aman.

Dicho esto, dio media vuelta y se dirigio a la puerta, preguntandose si no habia dicho mas que lo que queria.

* * *

Rathbone se quedo mirando la puerta cerrada con mucho mas desasosiego del que habia permitido ver a Monk. Las preguntas de Monk habian metido el dedo en la llaga y, lejos de disiparla, la inquietud que le causaron fue en aumento. Arthur Ballinger era el padre de Margaret, un abogado respetado con quien era natural, incluso previsible, que tuviera trato profesional. Esos hechos habian embotado su acostumbrada curiosidad, absteniendose de indagar por que Ballinger llevaba el asunto de la defensa de Phillips para quien fuese que habia pagado por ello. ?Era concebible que se tratara del propio Phillips? Ballinger habia dicho que no, pero, tal como habia senalado Monk, ?acaso lo sabia Ballinger realmente?

Rathbone tuvo que admitir que algunas de las pruebas le habian hecho dudar mas de lo esperado. Ya no podia apartarlo de su mente ni fingir que era un asunto del pasado que mas valia olvidar.

Decidio cual seria el primer paso a dar y, una vez tomada la decision, pudo proseguir con el resto de la agenda del dia.

A las siete de la tarde se encontraba en un coche de punto camino de Primrose Hill, en las afueras de Londres. La tarde era luminosa y templada, y el sol aun estaba lo bastante alto para que no hubiese pintado el cielo de dorado ni alargado las sombras. Una brisa ligera movia las hojas de los arboles. Un hombre paseaba a su perro y el animal corria de aqui para alla, embriagado de olores y movimientos, gozando de un excitante mundo particular.

El coche se detuvo. Rathbone se apeo, pago al conductor y subio por el sendero hasta la puerta de la casa de su padre. Siempre iba alli cuando algun asunto lo inquietaba y necesitaba explicarlo, aclarar las preguntas para que las respuestas surgieran con nitidez. Ahora, de pie en el umbral, consciente de la intensa fragancia de la madreselva, se daba cuenta de que desde su boda habia espaciado mucho mas sus visitas. ?Se debia a que Henry Rathbone siempre habia demostrado tener mucho carino a Hester, y Oliver no habia querido que la comparase con Margaret? El mero hecho de plantearse la pregunta era, al menos en parte, la respuesta.

La puerta se abrio y el criado le dio la bienvenida con el rostro inmutable salvo por la cortesia que un buen mayordomo debia mostrar en todo momento. Si era preciso que algo le confirmara que ultimamente habia estado alli pocas veces, basto con la actitud del sirviente.

En la sala de estar las cristaleras estaban abiertas al jardin que descendia en suave pendiente hacia el huerto de frutales, donde la floracion habia terminado hacia tiempo. Henry Rathbone caminaba por el cesped hacia la casa. Era un hombre alto y delgado, con la espalda ligeramente encorvada. Tenia el rostro aquilino y unos ojos azules que combinaban una aguda inteligencia con una especie de inocencia. Como si nunca fuese a entender de verdad los aspectos mas mezquinos y desagradables de la vida.

– ?Oliver! -dijo con evidente placer, avivando el paso-. Cuanto me alegra verte. ?Que interesante problema te trae por aqui?

Oliver sintio una aguda punzada de culpa. No siempre era comodo que a uno lo conocieran tan bien. Tomo aire para contestar que no se encontraba alli por ningun problema, pero se dio cuenta justo a tiempo de lo estupido que seria decir tal cosa.

Henry sonrio y entro por una cristalera.

– ?Ya has cenado?

– No, todavia no.

– Bien. Pues entonces cenaremos juntos. Tostadas, pate de Bruselas…, y tengo una botella de un Medoc bastante bueno. Luego tarta de manzanas con nata -propuso Henry-. Y tal vez un poco de buen queso, si te apetece.

– Suena perfecto.

Oliver olvido parte de su nerviosismo ante aquella invitacion. La de su padre tal vez fuera la mejor compania que jamas hubiese conocido: amable, sin manipulaciones y, sin embargo, absolutamente sincera. No habia lugar para las mentiras, ni intelectuales ni afectivas. Durante la cena tendria ocasion de explicarse, ante todo a si mismo, la naturaleza exacta de su desasosiego.

Henry hablo con su criado y luego el y Oliver pasearon por el jardin hasta el huerto del fondo, contemplando como se intensificaban los colores de la luz cuando el cielo comenzo a encenderse en el oeste. El perfume de la madreselva se hizo mas penetrante. No habia mas ruido que el zumbido de los insectos y, a lo lejos, un nino llamando a un perro.

Cenaron en la sala de estar con las viandas dispuestas en una mesa auxiliar entre ambos, delante de las

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