esta no le hiciera dano.
Se quedaron frente a frente bajo el sol y el viento, envueltos por el olor de la marea y el chapoteo del agua.
– ?Que le llevo a pensar que ya se conocian? -pregunto Monk. Solo era parte de la pregunta, con lo cual permitia que Orme evitara la respuesta si queria.
Orme carraspeo. Se relajo tan ligeramente que apenas fue perceptible.
– Lo que decian, senor. No recuerdo las palabras exactas. Algo sobre lo que sabian y recordaban, esa clase de cosas.
Monk penso en preguntarle si se conocian desde hacia mucho tiempo, desde la juventud, tal vez, y luego decidio no hacerlo. Orme solo diria que no habia oido nada en ese sentido. Monk lo comprendio. La respuesta estaba en el agua, el frio y el odio de Phillips. La prostituta que habia hablado con Hester no mentia.
– Gracias, senor Orme -dijo en voz baja-. Aprecio su sinceridad.
– Si, senor.
Orme por fin se relajo.
Ambos dieron media vuelta y regresaron a Wapping.
Durante los dos dias siguientes Monk solo paso por la Comisaria de Wapping para seguir el hilo de la labor policial que efectuaban sus hombres. Aunque a reganadientes, llevaba a Scuff con el. Scuff estaba encantado. Era bastante consciente de que, en buena medida, los recados que habian hecho hasta entonces tenian el objetivo oculto de velar por su seguridad; en realidad no eran urgentes. Monk creia haber actuado con tacto y se quedo un tanto perplejo al constatar que Scuff le habia leido el pensamiento tan facilmente. Por descontado, no podia ni queria disculparse, al menos no abiertamente, pero seria menos torpe en el futuro, o lo intentaria, pues Scuff estaba mas que resuelto a demostrar su valia y su capacidad no solo para cuidar de si mismo sino tambien de Monk.
Su camino se cruzo en varias ocasiones con el de Durban. Este habia averiguado los nombres de casi una docena de ninos de distintas edades que habian terminado a cargo de Phillips. Seguro que entre ellos habria al menos dos o tres dispuestos a testificar contra el.
Siguieron un rastro tras otro, recorriendo de arriba abajo ambas orillas del rio, interrogando apersonas, buscando a otras.
En cierto punto Monk se encontro en un hermoso edificio del muelle de Legal Quay. Entro con Scuff en una sala revestida de paneles de madera, con las mesas enceradas y el entarimado desigual a causa del desgaste de miles de pisadas a lo largo de un siglo y medio. Olia a tabaco y a ron, y casi tuvo la impresion de poder oir antiguas discusiones que narraban la historia del rio reverberando en el aire viciado.
Scuff miraba en derredor con los ojos como platos.
– Nunca habia estado en un sitio asi -dijo en voz baja-. ?Que hacen aqui?
– Discuten asuntos legales -contesto Monk.
– ?Aqui? Pensaba que eso se hacia en los tribunales.
– Las leyes maritimas -explico Monk-. Todo lo relacionado con quien puede cargar que carga, leyes de importacion y exportacion, pesos y medidas, salvamentos en el mar, esa clase de cosas. Quien descarga y que impuestos debe pagar a Hacienda.
Scuff hizo una mueca de asco, torciendo las comisuras de los labios hacia abajo.
– Menudo atajo de ladrones -respondio-. No deberia creerse ni pizca de lo que le digan.
– Hemos venido en busca de un hombre cuya hija fallecio y su nieto desaparecio. Trabaja aqui de oficinista.
Dieron con el oficinista: un cincuenton de semblante triste y expresion amargada.
– ?Como quiere que lo sepa? -dijo con abatimiento cuando Monk comenzo su interrogatorio-. El senor Durban me hizo las mismas preguntas y yo le di las mismas respuestas. Al marido de Moli lo mataron en el puerto cuando Billy tenia cosa de un ano. Volvio a casarse con un bestia que la trataba fatal. Golpeaba a Billy hasta romperle los huesos, pobre chiquillo. -Se habia puesto palido y su mirada era de desdicha a causa del recuerdo y de su propia impotencia para alterarlo-. Yo no podia hacer nada. Me rompio el brazo la vez que lo intente. Estuve dos meses de baja. Casi me muero de hambre.
»Billy se escapo cuando tenia unos cinco anos. Me dijeron que Phillips se habia hecho cargo de el y que le daba de comer regularmente, que no pasaba frio y dormia en una cama, y, que yo sepa, nunca le pego. Deje las cosas como estaban; tal como le dije al senor Durban, el chico estaba mejor que antes. Mejor aquello que nada.
– ?Que fue de Moli? -pregunto Monk, y acto seguido se arrepintio de haberlo hecho.
– Se tiro a la calle, por supuesto -contesto el oficinista-. ?Que otra cosa podia hacer? Iba cambiando de sitio para que no la encontrara el marido. Pero la encontro. La mato con una navaja. El senor Durban lo atrapo y lo ahorcaron. -Contuvo las lagrimas-. Fui a ver la ejecucion. Di seis peniques al verdugo para que se tomara una copa a mi salud. Pero nunca encontre a Billy.
Monk no contesto. Poco cabia decir que no resultase trillado y, en ultima instancia, sin sentido. Sin duda habia muchos ninos como Billy, y Phillips los utilizaba. Ahora bien, ?sus vidas hubiesen sido mejores o mas largas sin el?
Monk y Scuff comieron empanada caliente, sentados en el muelle en medio del barullo de la descarga, contemplando a los gabarreros que iban y venian por el agua. Se precisaba un largo aprendizaje para dominar el manejo de las barcazas, y Monk los observaba con franca admiracion. No solo habia destreza sino una gracia especial en el modo en que los hombres se balanceaban, se apoyaban, empujaban, recobraban el equilibrio y volvian a empezar.
Un ruido incesante los envolvia mientras comian su empanada y bebian te en jarros de hojalata. Los cabrestantes chirriaban con gran estrepito de cadenas, los estibadores se gritaban unos a otros, los mozos de cuerda acarreaban barriles, cajas y fardos. De vez en cuando se oia el tintineo de unos arneses y chacoloteo de cascos cuando los caballos retrocedian con pesados carros, cargados hasta los topes, y luego el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines. Los intensos y exoticos aromas de las especias y el repulsivo hedor del azucar sin refinar flotaban de una darsena a otra, mezclados con el penetrante olor a sal, pescado y algas de la marea y, de tanto en tanto, la pestilencia de las pieles sin curtir.
Scuff se volvio hacia Monk un par de veces como si fuera a decir algo, para luego cambiar de opinion. Monk se pregunto si trataba de hallar la manera de decirle que los ninos como Billy estaban mucho mejor con Phillips que muertos de frio o hambre en el patio de un almacen.
– Ya lo se -dijo Monk de repente.
– ?Que…? -repuso Scuff, pillado por sorpresa.
– Hay mas de un camino. No vamos a lograr que los ninos como Billy nos digan nada.
Scuff suspiro y dio otro gran bocado a su empanada.
– ?Te apetece otro trozo? -le pregunto Monk.
Scuff titubeo, poco acostumbrado a la generosidad y temeroso de abusar de su suerte.
Monk no tenia apetito pero mintio.
– Yo si. Si vas a buscar uno para mi, tambien puedes pedir otro para ti.
– Oh. Vaya. -Scuff lo penso unos instantes y se levanto-. ?Quiere que tambien traiga mas te?
– Gracias -contesto Monk-. No me vendria mal.
Les llevo mas tiempo encontrar a un muchacho dispuesto a hablar con ellos, y finalmente fue Orme quien lo consiguio. Fue en un callejon bastante retirado del agua. El paso era tan estrecho que un hombre alto que extendiera los brazos tocaria ambos lados a la vez, y los aleros de los tejados casi se unian, creando la claustrofobica sensacion de que uno se hallaba en un laberinto de tuneles. Las callejas estaban cuajadas de establecimientos: panaderias, proveedores de buques, fabricantes de cuerdas, tabaquerias, casas de empenos, burdeles, pensiones baratas y tabernas. Habia entradas a talleres y patios donde se fabricaban, remendaban o se montaban toda suerte de trozos de madera, metal, lona, cuerda o tela que guardara relacion con el mar, sus cargamentos y su comercio.
La madera crujia, el agua chorreaba, las pisadas sonaban inquietas y las sombras proyectadas en las paredes