Se miro en el espejo y vio su reflejo con la larga nariz, la boca delicada y la sempiterna chispa de humor en sus ojos oscuros. Se aparto un poco y ajusto la peluca y la toga hasta que quedaron perfectas. Faltaba un cuarto de hora para el inicio de la vista.
Seguia deseando saber quien pagaba sus muy considerables honorarios, pero Ballinger se habia negado rotundamente a decirselo. Bien cierto era que Rathbone no necesitaba saberlo. La conviccion de su suegro a proposito de que se trataba de un hombre acreditado que ganaba su dinero honradamente bastaba para descartar cualquier recelo. Era la curiosidad lo que picaba a Rathbone, y posiblemente el deseo de saber si existian datos relacionados con la culpabilidad de un tercero que le estuvieran siendo ocultados. Esta segunda posibilidad era la que le impelia a proporcionar a Phillips la mejor defensa que pudiera.
Llamaron discretamente a la puerta. Era el ujier para avisarle de que habia llegado la hora.
El juicio comenzo con toda la ceremonia que imponia el Old Bailey [3]. Presidia el tribunal lord Justice Sullivan, un hombre cercano a la sesentena con una hermosa nariz y el menton ligeramente hundido. Su mata de pelo negro quedaba oculta bajo su pesada y larga peluca, pero sus hirsutas cejas acentuaban la expresion un tanto tensa de su rostro. Condujo las formalidades de apertura con rapidez. El jurado presto juramento, se leyeron los cargos y Richard Tremayne, el fiscal inicio la causa de Su Majestad contra Jericho Phillips.
Tremayne era un poco mayor que Rathbone, un hombre con un rostro curioso, rebosante de humor e imaginacion. Habria parecido mucho mas a su aire con la camisa de mangas afaroladas propia de un poeta y luciendo una corbata extravagante. Rathbone le habia visto ataviado precisamente asi una tarde en una fiesta celebrada en su residencia, cuyos jardines daban al Tamesis. En aquella ocasion jugaron al croquet y perdieron una cantidad exorbitante de pelotas. El sol se estaba poniendo, y tenia el rio de tonos rojos y melocoton, las abejas zumbaban en los lirios y nadie sabia quien iba venciendo ni le importaba.
No obstante, Tremayne amaba y entendia la ley. Rathbone no estaba para nada seguro de si era una feliz coincidencia o una pura desventura tenerlo como adversario.
El primer testigo al que llamo Tremayne fue Walters de la Policia Fluvial, un hombre afable de complexion robusta que habia sacado brillo a los botones de su uniforme hasta hacerlos resplandecer. Subio los empinados peldanos curvos del estrado y presto juramento.
En el banquillo, situado mas arriba, enfrente del juez y a un lado del jurado, Jericho Phillips estaba sentado entre dos guardias imperterritos. Se le veia muy sobrio, casi como si estuviese asustado. ?Lo haria para impresionar al jurado o realmente pensaba que Rathbone le fallaria? Rathbone confiaba en que fuera lo segundo. Guardaria la apariencia sin correr el riesgo de bajar la guardia y ponerse en evidencia.
Rathbone escucho lo que el policia fluvial tenia que decir. Seria una estupidez que el abogado defensor cuestionara los hechos; aquella no era la tactica que se proponia utilizar. Por el momento, lo unico que debia hacer era tomar nota.
Tremayne era inteligente, encantador, privilegiado de nacimiento y tal vez un poco indolente. Iba a llevarse una desagradable sorpresa.
– Recibimos aviso en la Comisaria de Wapping -estaba diciendo Walters-. Unos gabarreros habian encontrado un cuerpo y opinaban que debiamos ir a echarle un vistazo.
– ?Eso es habitual, senor Walters? -pregunto Tremayne-. Me figuro que, por desgracia, se encuentran muchos cuerpos en el rio.
– Si, senor, asi es. Pero en este caso no se trataba de un accidente. Le habian rajado la garganta de oreja a oreja -respondio Walters con gravedad. No levanto la vista hacia Phillips pero, a juzgar por la rigidez de sus hombros y el modo en que miraba fijamente a Tremayne, resulto patente que le habian dicho que no lo hiciera.
Tremayne era muy cuidadoso.
– ?Podria haber sucedido por accidente? -pregunto.
La voz de Walters dejo traslucir su impaciencia.
– Dificilmente, senor. Aparte del tajo en la garganta y de que no era mas que un nino, tenia marcas de quemaduras en los brazos, como de cigarro. Nos avisaron porque pensaban que lo habian asesinado.
– ?Como sabe eso, senor Walters?
Rathbone sonrio para sus adentros. Tremayne estaba nervioso, incluso creyendo que su acusacion era irrefutable, pues de lo contrario no se mostraria tan pedante. Esperaba que Rathbone lo atacara a cada oportunidad. Ahora bien, careceria de sentido objetar alegando que se trataba de un testimonio de oidas. Haria que Rathbone pareciera desesperado puesto que la respuesta era obvia.
Lord Justice Sullivan tambien torcio los labios en un amago de sonrisa. Leia el pensamiento de ambos letrados y los entendia. Por primera vez desde que comenzara la vista brillo una chispa de interes en sus ojos. Intuia un duelo entre iguales, no la ejecucion con que habia contado encontrarse.
– Lo se porque fue lo que dijeron cuando nos pidieron que acudieramos -contesto Walters impasiblemente.
– Gracias. ?A quien se refiere cuando dice «nos»? Es decir, ?quien acudio de la Policia Fluvial?
– El senor Durban y yo, senor.
– ?Y el senor Durban era el oficial al mando, el jefe de la Policia Fluvial en Wapping?
– Si, senor.
Rathbone se planteo si preguntar por que no estaba testificando Durban aunque, por descontado, lo sabia de sobras, pero no asi el jurado.
Lord Justice Sullivan se le adelanto. Se inclino hacia delante, adoptando una expresion de amable curiosidad.
– Senor Tremayne, ?prestara declaracion el comandante Durban?
– No, senoria -respondio Tremayne con pesadumbre-. Lamento decir que el senor Durban fallecio a finales del ano pasado, dando su vida para salvar la de otros. Por eso he llamado al senor Walters.
– Entiendo. Por favor, prosiga -ordeno Sullivan.
– Gracias, senoria. Senor Walters, tenga la bondad de explicar al Tribunal adonde fueron en respuesta al aviso y que encontraron alli.
– Si, senor. -Walters enderezo los hombros-. Bajamos hasta Limehouse Reach, mas o menos a la altura de Cuckold's Point, donde habia una barcaza, un transbordador y un par de gabarras fondeados y a la espera. Una de las gabarras habia recogido el cuerpo de un nino que tendria doce o trece anos de edad. El barquero lo habia visto y dado la alarma. Por supuesto, no se puede detener una gabarra, y mucho menos toda una hilada, de golpe y porrazo, por asi decir. De manera que recorrieron un minimo de cien metros antes de echar el ancla y ver que habian cogido. -Fue bajando la voz porque lo estaba embargando la emocion-. El pobre crio estaba hecho un desastre. La garganta cortada al traves, de lado a lado; y lo habian golpeado y arrastrado, asi que era un milagro que conservara la cabeza en su sitio. Se habia enredado en unos cabos, pues de lo contrario la marea se lo habria llevado consigo, claro esta, y no lo habriamos encontrado hasta que el mar y los peces no hubiesen dejado de el mas que los huesos.
En lo alto de su asiento Sullivan hizo una mueca de dolor y cerro los ojos. Rathbone se pregunto si alguno de los jurados habria visto ese gesto de repugnancia o reparado en que Sullivan estaba mas palido de lo normal.
– Aja, ya entiendo. -Tremayne dio la maxima importancia a la tragedia, demorandose a fin de asegurarse de que el tribunal tambien tuviera tiempo de detenerse en ella-. ?Que hicieron ustedes como resultado de tal descubrimiento?
– Pedimos que nos dijeran que habia ocurrido exactamente, donde estaban cuando calculaban que la gabarra habia tropezado con el cuerpo, cuanto tiempo lo habian arrastrado sin que se percataran…
Sullivan fruncio el ceno y miro con severidad a Tremayne.
Tremayne se dio cuenta.
– Senor Walters, si no sabian que el cuerpo estaba enredado en las cuerdas, ?como podian estimar la distancia que lo habian arrastrado?
Divertido por la ironia del argumento y la precision de Tremayne, Rathbone disimulo una sonrisa; si ahora le veian mostrar otra cosa que no fuera horror o compasion, luego se le volveria en contra.
– Contando a partir de la ultima vez en que alguien tendria que haberlo visto, senor -dijo Walters muy serio-. Cualquiera que se cruzara por la popa tenia que verlo.