Tremayne asintio con la cabeza.

– ?Justamente! ?Y a que distancia sucedio eso?

– A la altura de la escalinata de Horseferry Stairs. Se cruzaron con un transbordador que iba a atracar. El pobre crio se enredaria en los cabos poco despues.

– ?Sabian quien era el nino muerto?

Walters torcio el gesto de repente, adoptando un aire entre la ira y la pena.

– No, senor; al principio no. Hay miles de ninos que viven en el rio de una manera u otra.

– ?Trabajo en el caso despues de eso, senor Walters?

– No, senor. Lo llevo principalmente el propio senor Durban. Y el senor Orme.

– Gracias. Le ruego que permanezca en el estrado por si mi docto amigo, sir Oliver, desea preguntarle alguna cosa.

Tremayne cruzo el entarimado de regreso a su sitio, invitando a Rathbone con un ademan.

Rathbone se puso de pie, le dio las gracias y camino con parsimonia hasta el centro de la sala. Luego levanto la vista hacia el estrado donde Walters aguardaba con el semblante severo y aprensivo.

– Buenos dias, senor Walters -comenzo-. No lo entretendre mucho tiempo. Permitame que lo felicite por el maravilloso trabajo que la Policia Fluvial lleva a cabo para todos nosotros. Tengo entendido que en los casi tres cuartos de siglo transcurridos desde que existe, ustedes han reducido la criminalidad en el rio de un modo asombroso. De hecho resuelven mas del noventa por ciento de los delitos a los que se enfrentan, ?no es asi?

Walters se irguio y parecio crecer unos centimetros.

– Si, senor. Gracias, senor.

– Tienen sobrados motivos para estar orgullosos. Prestan un gran servicio a Su Majestad y al pueblo de Londres. ?Tengo razon al pensar que el asesinato de este nino suscito una profunda ira en usted?

– Si, senor, la tiene. No solo lo habian asesinado; a juzgar por las quemaduras en los brazos y el torso, tambien lo habian torturado.

Walters tenia la tez cenicienta y la voz ronca, como si tuviera la garganta seca.

– Que atrocidad -concordo Rathbone. Todo iba saliendo tal como deseaba. Walters era un testigo muy bien dispuesto-. ?El senor Durban quedo afectado de igual manera? -prosiguio-. ?O quiza seria mas correcto preguntar como fue la reaccion del senor Durban cuando vio el cadaver del nino con un tajo en el cuello que le habia dejado la cabeza medio colgando y las senales de deliberada tortura en sus carnes?

Walters hizo una mueca de repulsa ante tan crudas palabras. Cerro los ojos como si retrocediera en el tiempo hasta aquella escena espantosa.

– Lloro, senor -dijo en voz baja-. Juro que encontraria a quien lo habia hecho y que lo veria colgar hasta que tambien tuviera la cabeza medio arrancada del cuerpo. Nunca volveria hacerle algo asi a otro nino.

– Me figuro que todos podemos comprender como se sintio. -Rathbone hablaba muy bajo, pero el timbre de su voz llegaba hasta el ultimo asiento del silencioso tribunal. Sabia que lord Justice Sullivan le estaba mirando fijamente como si se hubiese vuelto loco. Probablemente se estaria preguntando si debia recordar a Rathbone a que parte representaba-. ?Y el comandante Durban se ocupo personalmente del caso, con la ayuda del senor Orme, ha dicho usted? El senor Orme, segun tengo entendido, era su mano derecha.

– Si, senor, todavia es el segundo al mando, senor -corroboro Walters.

– Justo lo que pensaba. Estos sucesos que refiere ocurrieron hace cosa de ano y medio. Y acabamos de iniciar la vista. ?Abandono el caso el senor Durban?

Walters se puso rojo de indignacion.

– ?No, senor! El senor Durban trabajo en el dia y noche hasta que tuvo que encargarse de otras cosas, y entonces continuo haciendolo en su tiempo libre. Jamas se dio por vencido.

Rathbone bajo mas la voz, si bien asegurandose de que cada una de sus palabras llegaba a oidos del jurado y a los bancos donde el publico permanecia sentado, sobrecogido y en silencio.

– ?Esta diciendo que el senor Durban estaba tan entregado al caso como para dedicarle su tiempo libre, hasta que la tragedia de su temprana muerte interrumpio su empeno por encontrar a la persona que habia torturado y luego matado a ese nino?

– Si, senor, asi es. Y luego, el senor Monk lo retomo cuando encontro las notas que el senor Durban dejo -dijo Walters con actitud desafiante.

– Gracias. -Rathbone levanto la mano para impedir cualquier otra revelacion-. Llegaremos al senor Monk en su debido momento. Puede prestar declaracion en persona, si fuere preciso. Lo ha dejado todo muy claro, senor Walters. No tengo mas preguntas que hacerle.

Tremayne nego con la cabeza, el semblante un tanto tenso, ocultando cierto desasosiego.

El juez dio las gracias a Walters y lo autorizo a retirarse.

Tremayne llamo a su testigo siguiente: el medico forense que habia examinado el cuerpo del nino. Era un hombre delgado y cansado, con entradas en el pelo rubio rojizo y una voz sorprendentemente buena, pese a que de vez en cuando tenia que detenerse a estornudar y sonarse. Saltaba a la vista que estaba acostumbrado a comparecer ante los tribunales. Tenia todas las respuestas en la punta de la lengua y les explico el estado del cuerpo del nino con brevedad y precision. Tremayne no tuvo que apuntarle nada. Evito los terminos cientificos para describir el cuerpo debilitado, que aun se estaba desarrollando, apenas comenzando a mostrar signos de pubertad. Expuso con sencillez como eran las marcas de las quemaduras que, a su entender, solo podia haber causado algo como la punta de un cigarro encendido. Por ultimo les conto que le habian cortado el cuello con tanta violencia que la herida llegaba hasta la espina dorsal, de modo que la cabeza apenas estaba sujeta al tronco. Expresado con tan poco afectado lenguaje resultaba infinitamente mas atroz. No habia pasion ni indignacion en su discurso, estaba todo en sus ojos y en la rigidez de su cuerpo al agarrar la baranda del estrado.

A Rathbone le costo trabajo hablar con el. La tactica legal se esfumo. Se hallaba cara a cara con la descarnada realidad del crimen, como si el forense hubiese traido el olor de la morgue consigo, la sangre, el acido fenico y el agua corriente, y nada pudiera quitar el recuerdo.

Rathbone se planto en medio del entarimado con todos los ojos de la sala puestos en el y de pronto se pregunto si realmente sabia lo que estaba haciendo. Aquel hombre no podia agregar nada que le resultara util. Sin embargo, no hacerle siquiera una sola pregunta haria evidente que iba desacertado. Jamas debia permitir que Tremayne viera la menor flaqueza. Tremayne quiza tuviera el aspecto de un dandi, un poeta o un sonador atrapado por casualidad en el lugar equivocado, pero eso era un espejismo. Su mente era tan afilada como una navaja de afeitar y oleria la debilidad igual que un tiburon olfatea la sangre en el agua.

– Resulta patente que quedo muy conmovido por este caso en concreto, senor -dijo Rathbone con suma gravedad-. ?Es posible que fuese uno de los mas angustiantes que usted haya visto?

– Lo fue -confirmo el forense.

– ?Le parecio que el senor Durban se angustiaba en la misma medida que usted?

– Si, senor. Cualquier hombre civilizado lo haria. -El forense lo miro con desagrado, como si Rathbone careciera de decoro-. El senor Monk, despues de el, tambien quedo profundamente alterado, por si iba a preguntarlo -agrego.

– Tenia previsto hacerlo -admitio Rathbone-. Como bien dice, es una ferocidad, y ademas contra un nino que obviamente ya habia sufrido lo suyo. Gracias.

Se volvio.

– ?Es cuanto va a preguntarme? -le interpelo el forense, levantando la voz en tono desafiante.

– Si, gracias -respondio Rathbone, insinuando una sonrisa-. Salvo si mi muy respetable amigo tiene algo que anadir, puede usted retirarse.

A continuacion Tremayne llamo a Orme. Tenia mucha presencia y no parecia nervioso. Mantuvo las manos a los lados, sin agarrarse a la baranda excepto al subir los peldanos del estrado, donde se irguio con aplomo, poniendose de cara a Tremayne con el semblante tan inexpresivo como pudo.

Rathbone supo de inmediato que le resultaria dificil desmoronarlo y fue consciente de que si lo conseguia y los jurados se percataban, no se lo perdonarian. Les echo un vistazo por primera vez. Acto seguido deseo haberse mantenido firme en su proposito de no hacerlo. En su mayoria eran hombres de mediana edad, lo bastante mayores para tener hijos de la edad de la victima. Estaban sentados con fria formalidad, vistiendo sus sobrios mejores trajes, palidos e infelices. La sociedad les habia encomendado no solo la ponderacion de los hechos sino tambien el enfrentarse al horror y obrar en consecuencia por el bien comun. Si tenian la impresion de estar siendo

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