– Dadme pluma y papel y os mostrare -ofrecio Eduardo, y bosquejo a la luz de las velas una tosca formacion de batalla-. Ahi tienes, ?ves? -Senalo con la pluma-. Hay tres alas, o batallas, como las llamamos. La vanguardia, el centro y la retaguardia, con hombres adicionales en reserva, pues de lo contrario no podriamos reorganizarnos si se debilita la linea. -Eduardo volvio a senalar con la pluma-. Will Hastings comandara la retaguardia… alli. Y yo comandare ese ala.

Dick se inclino, asintio.

– Pero si tomas el centro…

– No es el centro, idiota -interrumpio Thomas Grey con desden-. El tomara la vanguardia.

– Pues no creas que las confundo -dijo Dick, ofendido-. El senalo el centro, Tom.

– Tiene razon, Tom, senale el centro -confirmo Eduardo, y Thomas lo miro con incertidumbre. Temia atraer los sarcasmos de su padrastro si se equivocaba, pero estaba orgulloso de sus conocimientos militares y aventuro una cauta objecion.

– Pero la vanguardia conduce el ataque, puede determinar el resultado de la batalla. Si no la comandais lord Hastings ni tu, ?quien, entonces? ?Lord Howard?

– No. -Goteaba tinta de la pluma de Eduardo, borroneando las lineas de batalla. Siguiendo su mirada, Francis y los chicos Grey vieron que el observaba a su hermano-. Me propongo confiarle la vanguardia a Dickon.

Ricardo se volvio al oir su nombre. Sonrio, pero solo el parecia no estar afectado por la asombrosa declaracion de Eduardo. No era una sorpresa para los hombres, pero Francis noto que tampoco los tranquilizaba. John Howard lucia aun mas taciturno que de costumbre. Will Hastings tambien revelaba ciertas reservas y Jorge, en un momento de descuido, miro a Ricardo con innegable envidia.

Si Ricardo se oponia a que le confiaran el mando de la vanguardia en la que seria su primera batalla, no lo demostro. El y Eduardo intercambiaban sonrisas, con una satisfaccion que solo ellos parecian compartir.

– Y York obtendra la victoria -predijo Ricardo, con tanta conviccion y certeza que Francis habria sentido una pizca de envidia si no recordara el semblante de Ricardo durante la misa de tinieblas.

– Dios mediante, Ricardo -le recordo la duquesa de York.

Aceptando la reprimenda, Ricardo se persigno y volvio a guardar el medallon de plata en su jubon.

– Creo que el Senor velara por York -le aseguro a su madre, y miro a Eduardo con una sonrisa-. Y yo cuidare esa vanguardia, Ned.

Eduardo asintio lentamente.

– Se que lo haras, Dickon -dijo, y lanzo una carcajada-. ?Mas te vale, hermanito, por el bien de todos!

Capitulo 27

Barnet Heath

Abril de 1471

Visperas de Pascua. Al norte de ia aldea de Barnet, el ejercito del conde de Warwick se habia desplegado en formacion de combate a lo largo del brezal de Gladmore. Warwick habia reunido doce mil hombres bajo su ensena del Baculo Enramado; segun la informacion que poseia, el ejercito de su primo no sumaba mas de nueve mil efectivos. Habia entregado el centro a su veterano hermano y ahora Juan estaba en posicion sobre la carretera que unia San Albano con Barnet. A la izquierda de Juan se hallaba el ala que estaba bajo el mando del duque de Exeter y se estiraba al este del camino hasta la hondonada profunda y pantanosa que se extendia hasta Hadley Wood. Al oeste del camino estaba acampada la vanguardia lancasteriana, que seria conducida por el conde de Oxford, cunado de Warwick. Y mientras su ejercito se repartia por el brezal, Warwick instalo un puesto de mando detras de las lineas, para supervisar la batalla y controlar las decisivas reservas.

La luz del dia se demoraba mas de la cuenta, y brillantes pinceladas carmesies tenian el cielo del campamento. Desde la entrada de la tienda, Juan Neville contemplaba los espectaculares colores del ocaso, que lograban contener la oscuridad. Habia una curiosa rigidez en su pose, como si todas sus energias, toda su vitalidad, se concentraran en una extrana suspension del espiritu, como si todo su ser estuviera absorto en el intimo afan de observar los resabios de luz que se borraban del firmamento.

Warwick miraba a su hermano desde la cama. Le habria gustado saber que pensaba Johnny durante esta silenciosa vigilia en visperas de la batalla. No, pamplinas. ?Para que mentirse a si mismo? No queria saberlo y no se proponia preguntar. Si preguntaba, corria el riesgo de que Juan le respondiera.

?Por Dios, esperaba no tener tan mal aspecto como Johnny! ?Su hermano habia tenido ese aspecto en Pontcfract, mientras sus desconcertados hombres aguardaban la orden que nunca impartio, la orden que habria dictado la sentencia de muerte para Ned, Dickon y el valeroso pero imprudente punado que los habia seguido? ?O era la carta, la carta que Ned le habia enviado a Johnny, en Coventry? Warwick solo sabia que era de puno y letra de Ned y Johnny se habia puesto gris al leerla, como alguien que sufriera una herida que se negaba a sanar, que se infectaba hasta contaminar la medula y la sangre, hasta que el cuerpo era un guinapo putrefacto en garras de una enfermedad mortifera.

El ofrecimiento de Ned. Ni siquiera necesitaba que se lo dijeran. Lo sabia. Si en su desesperacion el se hubiera entregado, solo le habrian perdonado la vida. Nada mas. Perderia todo el resto. Pero Ned, al perdonarle la vida, se jactaria de su magnanimidad, de su misericordia. Si, habria obtenido un indulto. Ned se habria encargado de ello. Johnny, en cambio… Johnny habria obtenido el perdon.

– ?Dick? -Warwick alzo la cabeza. Juan habia dejado de mirar el crepusculo, habia cerrado la entrada de la tienda. Viendo que contaba con la atencion de Warwick, comento-: Lo he pensado un poco. Se por experiencia que a los soldados comunes les fastidia que sus senores tengan tan facil acceso a los caballos durante una batalla. Aunque saben que sus comandantes pelean a pie, igual que ellos, tambien saben que los caballos siempre estan a su alcance por si los necesitan. Si, se lo que vas a decirme… Que a menudo se necesitan monturas para reunir a los hombres o reagrupar las fuerzas. Pero tambien se usan para la retirada si la batalla es desfavorable. - Concluyo sin rodeos-: No podemos costearnos esa duda, hermano. Muchos de nuestros hombres no creen que seamos sinceramente leales a Lancaster. Me temo que no esten muy dispuestos a pelear por nosotros si sospechan que podriamos huir en caso de que la fortuna favorezca a York.

– Lo que quieres decir, Johnny, es que gran parte de nuestros aliados lancasterianos creen que cualquiera de nosotros dos podria cambiar de bando en el momento oportuno -dijo Warwick con amargura, y Juan asintio imperceptiblemente.

– Si, tambien eso -murmuro.

– Y bien, ?que tienes en mente?

– Yo desplazaria a gran parte de los caballos a buena distancia del campo de batalla, para que no queden dudas sobre nuestro compromiso.

Warwick reflexiono en silencio. Juan no lo apremio, y se conformo con esperar. Al fin Warwick asintio.

– Si, tienes cierta razon. Ordenare que amarren a los caballos en Wrotham Wood. No es la primera vez que actuo asi para tranquilizar a mis hombres. Una vez mate a mi caballo para mostrarles que estaba dispuesto a triunfar o perecer en el intento. Un gesto melodramatico, si, pero impidio una desbandada. ?Recuerdas, Johnny?

– Si -dijo Juan, y sonrio levemente-. Me lo has contado tantas veces que se me ha grabado en el cerebro. La escaramuza del cruce de Ferrybridge, donde murio Clifford.

– Si, esa batalla -dijo Warwick deprisa, casi agresivamente-. Fue el dia anterior a Towton. Pude contener a mis hombres hasta que Ned envio refuerzos que vadearon el rio para ayudarnos.

Habia dicho «Ned» a proposito, y de pronto monto en colera, con una furia intensa y difusa que no perdonaba a nadie, ni siquiera a Juan. Solo era consciente de la brumosa determinacion de no pasar la vispera de la batalla huyendo de fantasmas, eludiendo espectros.

Juan no dijo nada. Tampoco demostraba nada con su expresion. Aun se lo veia compuesto, cansado y distante, como habia estado desde que se habia reunido con Warwick en Coventry, diez dias atras.

El furor candente que habia fulminado a Warwick tan abruptamente como un rayo estival solo dejo recuerdos chamuscados. Estuvo a punto de romper la implacable barrera de silencio que los separaba.

Miro a Juan, pensando en los demas. Su hermano Jorge, que se habia pasado a York por la promesa de un

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