de Eduardo. En cambio, se estrellaron contra el flanco de Juan Neville.
Los hombres de Montagu fueron cogidos por sorpresa. En la niebla arremolinada, no era facil distinguir el estandarte de los recien llegados. Para esos hombres asustados, parecia relucir como un sol radiante, el Sol de York. Al grito de «?Emboscada!», la guardia de arqueros lanzo una lluvia de flechas sobre los jinetes e infantes que habian aparecido de pronto.
Los caballos relincharon, recularon. Los hombres de Oxford retrocedieron, sangrando, aturdidos. Oxford maldecia como un descosido. Ese hideputa Montagu los traicionaba. Se habia pasado al bando de York, tal como habian temido. Los gritos de traicion se repetian en las filas. Acometieron contra el ala de Montagu, y ahora los hombres morian por error.
Ricardo habia despachado a otro mensajero, que aguardaba resollando frente a Eduardo.
– Soy Matt Fletcher, Vuestra Gracia. Mi senor de Gloucester me pide que os informe que la vanguardia aun resiste.
Alguien le entrego una petaca a Eduardo. La acepto, apuro varios tragos, derramandose agua en la cara y la armadura, lavando la sangre.
– ?Como esta el, en verdad?
El joven vacilo.
– La lucha es brutal, Vuestra Gracia. Pero no cedemos terreno… -Recordo las empinadas cuestas del barranco y anadio-: Hasta ahora.
Eduardo asintio.
– Dile a Gloucester que la linea de Montagu se esta debilitando. Se que le pido demasiado, pero si puede resistir un poco mas…
– Se lo dire, Vuestra Gracia -resollo Matt, y Eduardo se dispuso a alejarse, pero se detuvo y volvio a mirar al muchacho.
– Y dile tambien que se cuide… por amor de Dios, y por el mio.
Ambos lo oyeron al mismo tiempo, un bullicio creciente, maldiciones de hombres atemorizados, gritos de traicion, relinchos de caballos moribundos. Habia una subita actividad a la izquierda, entre las filas de Montagu. Salian hombres de la niebla; la linea estaba vacilando.
John Howard se aproximo a la carrera, con asombrosa rapidez, dadas su corpulencia y su armadura. Gesticulaba freneticamente.
– ?Vuestra Gracia! ?Montagu esta disparando contra Oxford!
– ?La Estrella Fugaz de Oxford! ?Santo Jesus! -Eduardo alzo la visera; Matt entrevio ardientes ojos azules, dientes blancos. Aun no entendia lo que pasaba, pero Eduardo aparentemente si, y sintio un latido de emocion cuando Eduardo rio con salvaje euforia, lanzo una maldicion exultante. Eduardo se volvio hacia Howard, aferrandole los hombros-. ?Ahora, John! Ahora usare mis reservas. Ahora es el turno de York.
La niebla persistia, aun tapaba el sol, pero Ricardo estaba empapado de sudor. Se sentia afiebrado, casi no tenia voz. El brazo izquierdo ya no sangraba, pero palpitaba tanto que empezo a temer que estuviera quebrado. El brazo derecho le dolia casi con igual intensidad; su espada era un peso muerto, y solo la blandia por mera fuerza de voluntad. Sus hombres estaban tan extenuados como el, y temian que los empujaran hacia el barranco. No habia recibido mas mensajes de Eduardo, no sabia lo que sucedia en el resto del campo. Habia perdido la percepcion del tiempo; no sabia cuantas horas habian transcurrido desde que habian salido del pantano gris para enfrentarse a Exeter.
Un hombre arremetio contra el, blandiendo esa mortifera maza con cadenas conocida como «rociador de agua bendita». Ricardo cedio terreno, recibio un raspon en el hombro que lo hizo tambalearse y hundio la espada en la brigantina de cota de malla, bajo las costillas. El impacto de la estocada le entumecio el brazo. Su apreton se debilito, la espada se inclino peligrosamente.
Delante de el, uno de sus hombres cayo, mareado de fatiga. Ricardo se detuvo y el soldado lo miro con aturdimiento, lo reconocio.
– Milord… no puedo…
– No hables -grazno Ricardo. Tosio y los musculos de la garganta se le cerraron dolorosamente-. Descansa… conten el aliento. Luego te uniras a nosotros.
El hombre logro ponerse de pie, esbozo una sonrisa fantasmal.
– No quiero… no quiero tener…
Ricardo no llego a saber que queria decirle. El hombre resoplo, llevandose las manos a la garganta, hacia el asta de la flecha. La sangre del moribundo los salpico a ambos. Ricardo retrocedio, combatio un ataque de nauseas. Se habia mordido el labio inferior, sintio el gusto de la sangre y se atraganto. El hombre cayo a sus pies, entre convulsiones. Ricardo temblo, retrocedio.
En la tercera hora, la linea de Exeter empezo a debilitarse. Retrocedia, lentamente al principio, y cada vez mas deprisa. Los hombres de Ricardo encontraron una ultima reserva de fuerzas, arremetieron, gritando por York. Los lancasterianos eran presa de la confusion, y ya no oponian resistencia. Solo pensaban en huir, y los hombres rompian filas, se desperdigaban.
La niebla se disipaba al fin. A su izquierda, Ricardo vio hombres que usaban los colores de York. Entonces comprendio: la vanguardia se habia unido con el centro. Ned habia abierto una brecha en el ala de Johnny.
El Sol de York resplandecia en el estandarte blanco y dorado. La blanca y brunida armadura de Eduardo estaba embadurnada de tierra, abollada y mellada, oscurecida por la sangre de otros. Se acerco; los hombres le cedieron el paso. Al llegar a Ricardo, alzo la visera. Ricardo vio que sonreia.
Ricardo no sentia euforia, dicha ni alivio. Todavia no. Solo aturdimiento, una fatiga del cuerpo y la mente que jamas habia experimentado. Lentamente dejo la espada en el suelo, dejo que la hoja ensangrentada tocara la hierba.
El brazal astillado de Ricardo yacia en el suelo de la tienda del cirujano. Francis y Rob se inclinaban sobre el, desatando las correas y hebillas que ajustaban el lado derecho de la coraza, desanudando las pretinas de los hombros. Ya no estaban habituados a oficiar de escuderos y se entorpecian uno al otro, tirando con atolondramiento para quitar el peto y los abollados guardabrazos. Demasiado cansado para quejarse, Ricardo sufria estas atenciones en silencio, y solto un suspiro de alivio cuando al fin pudo respirar sin restricciones.
Francis trajo una casulla que habian ido a buscar a la tienda de Ricardo, le ayudo a ponersela sobre el jubon acolchado. El cirujano estaba de rodillas, examinando la herida, ahora cubierta de sangre coagulada. Ricardo se convulsiono de dolor y acepto con gratitud la petaca de vino que le ofrecia Rob.
– ?Han enviado hombres a recobrar los cuerpos?
Rob asintio.
– Han encontrado a Parr, pero aun no han hallado a Huddleston. -Hizo una pausa, murmuro-: Fue un golpe fulminante y limpio, Dickon. Eso es algo.
Ricardo abrio los ojos, arqueo la boca.
– No mucho, Rob. Diantre, no mucho.
Bebio demasiado, se atraganto. El cirujano vertia miel en la herida para limpiarla; mientras la tanteaba, habia vuelto a sangrar. Ricardo cayo hacia atras, volvio a cerrar los ojos.
Una sombra lo cubrio. Abrio los ojos mientras Will Hastings entraba en la tienda.
– ?Hay noticias sobre Warwick o Johnny Neville, Will? -pregunto tensamente.
Will sacudio la cabeza.
– Sabemos que Oxford huyo del campo cuando los hombres de Montagu dispararon contra el, y he oido decir que Exeter ha muerto, aunque hasta ahora es solo un rumor. Aun no hay noticias de Warwick ni Montagu. -Se le acerco, bajo la voz-. Anthony Woodville recibio una estocada en la greba. Cojeara un tiempo, pero solo eso… lamentablemente.
Ricardo sonrio languidamente y jadeo cuando el escalpelo del cirujano volvio a resbalar.
– ?Santo Dios, hombre, ten cuidado! -rugio, y el cirujano murmuro una disculpa, le puso una copa en la mano.
– Agrimonia: por favor, Vuestra Gracia, bebedlo.