terciopelo que habia conocido mejores tiempos y un par de gastados pantalones de pana, del mismo tipo que llevaban los campesinos de la granja.
Tenia el rostro lleno de arrugas, y necesitaba un buen afeitado.
– ?Si,
– ?Es usted quien esta al cuidado de esto? -pregunto Schellenberg.
– Si,
– ?Vive usted aqui, con su esposa?
– Cuando ella esta aqui, si,
– ?Comprende lo que dicen? -le pregunto Devlin a Asa.
– Ni una palabra. No hablo frances.
– Supongo que se paso todo el tiempo jugando al futbol. El general y yo, en cambio, como hombres de intelecto y estudio que somos, podemos comprender todo lo que dice el viejo chiflado. Se lo traducire cuando sea necesario.
– Desearia inspeccionar el lugar -dijo Schellenberg.
Paso junto a Dissard y entro en un gran vestibulo, empedrado con losas de granito, con alguna que otra alfombra. Habia una chimenea enorme en un lado, y una escalera que conducia al primer piso, lo bastante ancha como para que cupiera un regimiento.
– ?Es usted de las SS,
– Pensaba que eso seria evidente -contesto Schellenberg.
– Pero el lugar ya ha sido inspeccionado,
– ?Recuerda usted su nombre?
– Dijo que era un mayor. -El anciano fruncio el ceno, como tratando de recordar. Anadio-? Tenia mal un lado de la cara.
– ?Era Berger? -pregunto Schellenberg con calina-. ?Fue ese el nombre?
– En efecto,
– ?Que esta ocurriendo? -pregunto Asa.
– Nos esta diciendo que alguien ha estado aqui antes que nosotros. Un mayor de las SS llamado Berger -le informo Devlin.
– ?Le conoce usted?
– Oh, intimamente, sobre todo la nariz, pero eso se lo explicare mas tarde.
– Entonces sabra usted que este lugar se necesitara en un proximo futuro -dijo Schellenberg-. Le agradeceria que nos acompanara para hacerle una visita.
– El
– ?De veras? -replico Schellenberg con sequedad-. Esta bien, empecemos. Sera mejor subir y luego ir bajando.
El anciano miro la escalera que se extendia ante ellos. Habia innumerables dormitorios, algunos de ellos con camas doseladas, los muebles envueltos en sabanas, con dos puertas conduciendo hacia alas separadas; todo tan en desuso y durante tanto tiempo que habia una gruesa capa de polvo en el suelo.
– Madre de Dios, ?y asi es como viven los ricos? -pregunto Devlin bajando, despues del recorrido-, ?Ha visto lo mucho que hay que andar antes de llegar al cuarto de bano?
Schellenberg observo una puerta situada en un extremo del rellano, por encima de la entrada.
– ?A donde conduce?
– Se lo mostrare,
Se encontraron en una galeria larga y oscura por encima de una enorme sala. El techo tenia vigas de roble arqueadas. Por debajo se veia una gran chimenea, de aspecto medieval, y delante de ella una enorme mesa de roble rodeada por sillas de respaldo alto. Habia estandartes de batalla colgando sobre la chimenea.
– ?Que son esas banderas? -pregunto Schellenberg cuando ya bajaban la escalera.
– Recuerdos de guerra,
– ?De veras? -pregunto Devlin-. Pues yo siempre pense que esa batalla la habian perdido.
Schellenberg contemplo el salon y luego abrio la marcha, pasando por entre las hojas abiertas de altas puertas de roble, para regresar al vestibulo de entrada.
– Ya he visto suficiente. ?Que le dijo el mayor Berger?
– Que volveria,
Schellenberg le puso una mano en el hombro.
– Nadie debe saber que hemos estado aqui, amigo mio, y especialmente no debe saberlo el mayor Berger.
– Se trata de una cuestion del maximo secreto y de una considerable importancia -le dijo Schellenberg.
– Comprendo,
– Si llegara a saberse el hecho de que hemos estado aqui, la fuente de esa informacion seria evidente -dijo al tiempo que le daba unas suaves palmaditas en la espalda, con la mano enguantada-. Y eso seria muy malo para usted.
El anciano estaba realmente asustado.
Salieron al patio, subieron al vehiculo y se alejaron.
– Walter -dijo Devlin al cabo de un rato-, cuando quiere, puede ser un frio y sangriento bastardo.
– Solo cuando es necesario -dijo Schellenberg y, volviendose a mirar a Asa, le pregunto-: ?Podemos regresar a Berlin esta noche?
La luz ya se estaba desvaneciendo, y unas nubes oscuras avanzaban hacia el mar, llevando la lluvia consigo.
– Es posible -contesto Asa-, si tenemos suerte. Pero puede que tengamos que pasar la noche en Chernay y despegar a primera hora de la manana.
– ?Que perspectiva! -exclamo Devlin subiendose el cuello del abrigo y encendiendo un cigarrillo-. En fin, que le vamos a hacer, esto es el encanto de la guerra.
A la tarde siguiente, Devlin fue llevado a los estudios cinematograficos UFA, para su cita con el maquillador jefe. Karl Schneider tenia poco menos de cincuenta anos, era un hombre alto, de hombros anchos, que mas parecia un estibador de los muelles que cualquier otra cosa.
Examino una fotografia tamano pasaporte que Devlin se habia tomado.
– ?Y dice que esto es lo que tienen los del otro lado? -pregunto.
– Algo muy parecido.
– No es gran cosa cuando se trata de un policia buscando un rostro entre la multitud. ?Cuando partira usted?
En ese momento, Devlin tomo la decision por si mismo, por Schellenberg y por todos los demas.
– Digamos que dentro de dos o tres dias.
– ?Y durante cuanto tiempo estara fuera?
– Diez dias como maximo. ?Puede hacer algo?
– Oh, si -asintio Schneider-. Uno puede cambiar la configuracion del rostro poniendose almohadillas de mejilla en la boca y toda una serie de cosas, pero no creo que en su caso sea necesario. No soporta usted mucho peso, amigo mio, no hay mucha carne en sus huesos.
– Todo debido a la mala vida -dijo Devlin.
– Su cabello… -siguio diciendo Schneider, ignorando la broma-, es oscuro y ondulado y lo lleva largo. Creo que la clave sera lo que le haga en el cabello. ?Que papel tiene intencion de representar?