utilizados por la inteligencia britanica para efectuar operaciones encubiertas. Operan con la Resistencia francesa, transportando agentes desde Inglaterra y sacando a otros. Este es el aparato perfecto para esa clase de trabajo.
– Bien, en ese caso es mio -dijo Schellenberg.
– Pero, general… -empezo a decir Koenig.
Schellenberg extrajo del bolsillo la directiva del Fuhrer.
– Lea esto, por favor.
Koenig asi lo hizo. Se la devolvio y se puso firmes, entrechocando los talones.
– A sus ordenes, general.
– Bien -dijo Schellenberg volviendose a mirar a Asa-, ?cuales son sus necesidades?
– Bueno, evidentemente, quiero probarlo. Acostumbrarme al cacharro, aunque no creo que eso sea ningun problema.
– ?Alguna otra cosa?
– Si, tambien quisiera que se le colocaran los distintivos de la RAF para el vuelo hacia Inglaterra, aunque debiera hacerse de modo temporal, como si fuera una lona que pudiera despegarse con facilidad, para volver a convertirlo en un avion de la Luftwaffe en el camino de regreso.
– Eso es facil de solucionar -dijo Koenig.
– Excelente -le dijo Schellenberg-. El
– Desde luego, general -asintio Koenig.
– Disfrute mientras pueda -anadio Schellenberg mirando a Asa-. Le he pedido ala Luftwaffe que nos preste un Fieseler Stork. Volaremos a Chernay y manana mismo inspeccionaremos el campo de aterrizaje. Mientras estamos alli tambien me gustaria echarle un vistazo a ese
– ?Y quiere que sea yo el que pilote?
– No se preocupe, hijo -le dijo Devlin cuando Schellenberg ya se marchaba-. Tenemos toda nuestra confianza depositada en usted.
En Londres, Dougal Munro se encontraba trabajando en su mesa de despacho cuando entro Jack Carter.
– ?Que hay, Jack?
– He recibido un informe medico de la hermana Maria Palmer, senor. Es sobre Steiner.
– ?Y cual es la opinion de la hermana?
– Todavia no esta recuperado del todo. Queda una infeccion residual. Me pidio que la ayudara a conseguir algo de ese nuevo medicamento maravilloso, la penicilina. Al parecer, lo cura todo, pero hay muy poco suministro.
– Entonces, consigasela, Jack, consigala.
– Muy bien, senor. Estoy seguro de que podre hacerlo.
Ya en la puerta, vacilo antes de salir, y Munro pregunto con impaciencia:
– Por el amor de Dios, ?que ocurre ahora, Jack? Estoy metido en el trabajo hasta las orejas, y entre mis preocupaciones no es la mas pequena una reunion que debe celebrarse a las tres en el cuartel general del estado mayor de las fuerzas aliadas, presidida por el propio general Eisenhower.
– Bueno, se trata del asunto Steiner, senor. Quiero decir que ya lo tenemos donde queriamos, instalado en el priorato. ?Que sucedera ahora?
– Liam Devlin, si es a el a quien eligen finalmente para realizar el trabajo, no va a lanzarse en paracaidas manana por la noche, para caer en el patio del priorato de St. Mary, y, si lo hiciera asi, ?que? La unica forma que tendriamos de vigilar mejor a Steiner seria acostandolo con un policia militar, y eso no serviria de nada.
– Entonces, ?nos limitamos a esperar, senor?
– Pues claro que si. Si ellos intentan hacer algo, necesitaran semanas para organizado, pero eso no importa. Despues de todo, tenemos a Vargas en el bolsillo. Si ocurre cualquier cosa, seremos los primeros en saberlo.
– Muy bien, senor.
Cuando Carter abrio la puerta, Munro anadio:
– Disponemos de todo el tiempo del mundo, Jack. Lo mismo que Steiner.
Aquella noche, cuando Steiner entro en la capilla lo hizo escoltado por el teniente Benson y un cabo de la policia. La capilla estaba fria y humeda, con un aspecto un tanto fantasmagorico debido a las velas encendidas en el altar y la luz roja de la lampara del sagrario. Instintivamente, introdujo las puntas de los dedos en el agua bendita, como una especie de regresion a su ninez, avanzo y se sento en el extremo de un banco, junto a dos monjas, dispuesto a esperar su turno. La madre superiora salio del confesionario, le sonrio al verle y paso de largo. Una de las monjas entro. AI cabo de un rato salio y fue sustituida por la otra.
Cuando le llego el turno, Steiner entro y se arrodillo; la oscuridad le parecio sorprendentemente reconfortante. Vacilo, sin saber que decir, pero el fantasma de la ninez volvio a surgir y dijo casi automaticamente:
– Bendigame, padre.
El padre Martin se dio cuenta en seguida de quien se trataba.
– Que el Senor Jesus te bendiga y te ayude a confesar tus pecados.
– Maldita sea, padre -exploto Steiner de pronto-. Ni siquiera se por que estoy aqui. Quiza solo queria salir de aquella habitacion.
– Oh, estoy seguro de que Dios te perdonara por eso, hijo. -Steiner sintio el loco deseo de echarse a reir. El anciano anadio-: ?Hay algo que quieras decirme? ?Alguna cosa?
Y de repente, sin premeditacion, Steiner se encontro diciendo:
– Mi padre…, mataron a mi padre y lo colgaron de un garfio como si fuera un trozo de carne.
– ?Quien hizo eso, hijo mio?
– La Gestapo…, la maldita Gestapo. -Steiner apenas si podia respirar, y sentia la garganta seca y los ojos calientes-. Odio, eso es lo que siento, y sed de venganza. Deseo vengarme. Pero ?de que le sirve eso a un hombre como usted, padre? ?Acaso no soy culpable de un gran pecado?
– Que nuestro Senor Jesucristo te absuelva -dijo el padre Martin con voz serena-, y yo, por su autoridad, te absuelvo de todos tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espiritu Santo amen.
– Pero padre, no ha comprendido -dijo Kurt Steiner-. Yo ya no puedo rezar.
– Esta bien, hijo mio -le dijo el padre Martin-… Yo rezare por ti.
7
El vuelo desde Berlin hasta Cap de la Hague duro poco mas de tres horas. Asa trazo un rumbo que les llevo sobre partes de Holanda, Belgica y luego Francia. Se acercaron a Chernay desde el mar. Era un pequeno lugar de aspecto desolador. Alli no habia ni siquiera torre de control, sino solo una pista de hierba, con una manga conica a modo de veleta en un extremo, tres viejos hangares de antes de la guerra y varias cabanas que parecian un anadido hecho por la Luftwaffe. Tambien habia una bomba de combustible.
Asa se dirigio a ellos por la radio.
– Aqui el Stork esperado desde Gatow.
– Control de Chernay -dijo una voz-. Concedido permiso para aterrizar. Viento del sudeste, fuerza tres a cuatro y refrescando.
– Parece que este se lo toma en serio -comento Asa por encima del hombro-. Bien, alla vamos.
Hizo un aterrizaje perfecto y dirigio el aparato hacia los hangares, donde habia esperando media docena de hombres, con monos de la Luftwaffe. Cuando Schellenberg y Devlin descendieron, un sargento aparecio por la puerta de la cabana de la que sobresalia una antena de radio, y corrio hacia ellos.
Vio en seguida el uniforme de Schellenberg y se cuadro entrechocando los talones… -General.
– ?Como se llama?
– Leber, general. Sargento de vuelo.