meses, en el cuarenta, amparandose en la regulacion 18B.

– ?En la prision de Brixton? Eso tuvo que haber sido toda una conmocion para el -comento Devlin.

– El resto es incluso mas triste. Tuvieron que vender terrenos. Se quedaron sin sirvientes. Solo estaban ellos dos, dependiendo el uno del otro, en una vieja casa que se desmoronaba. Podria ser perfecto. Echemos un vistazo al mapa del Canal. -Se acercaron a la mesa de mapas-. Aqui, en Francia, en Cap de la Hague y Chernay. Antes habia aqui un club aereo. Dispone de una pista de aterrizaje que solo utiliza la Luftwaffe en casos de emergencia, para repostar y esas cosas. Solo hay media docena de hombres y es perfecto para nuestros propositos, porque solo se encuentra a poco menos de cincuenta kilometros del chateau de Belle Ile, donde tendra lugar la conferencia del Fuhrer.

– ?A que distancia de nuestros amigos, en las marismas de Romney?

– A unos doscientos treinta kilometros, la mayor parte del trayecto sobre el mar.

– Estupendo -asintio Devlin-, a excepcion de una sola cosa. ?Estaran dispuestos los Shaw a ser activados de nuevo?

– ?No podria Vargas encargarse de averiguarlo?

– Como ya le dije antes, Vargas podria echarlo todo a perder. Eso seria exactamente lo que desearia la inteligencia britanica. La oportunidad de detener a todos los que pudieran. -Devlin sacudio la cabeza con un gesto negativo-. No, los Shaw tendran que esperar a que yo llegue alli, lo mismo que todo lo demas. Si estan dispuestos a participar, entonces entraremos en accion.

– Pero ?como se comunicara con ellos? -pregunto Ilse.

– Es posible que todavia tengan esa radio y yo puedo manejar uno de esos trastos. En el cuarenta y uno, cuando el Abwehr me recluto para ir a Irlanda, pase por el habitual cursillo de radio y morse.

– ?Y si no la tienen?

– Entonces pedire una, la tomare prestada o la robare -contesto Devlin echandose a reir-. ?Jesus, general! Se preocupa usted demasiado.

Shaw vio un conejo y se llevo la escopeta al hombro, pero ya era demasiado tarde y fallo el tiro. Lanzo una maldicion, se saco un frasco del bolsillo y tomo un trago.Nell gimio, dirigiendole una mirada de ansiedad. En esta zona, los juncos eran casi tan altos como un hombre, y el agua gorgoteaba en las grietas del terreno, deslizandose hacia el mar. El paisaje era de la desolacion mas completa; el cielo tenia un aspecto negruzco, cubierto por nubes hinchadas, y lluvioso. Cuando empezo a llover, Lavinia aparecio montada a caballo, avanzando a lo largo de un dique, en su direccion.

– Hola, querido -le saludo, tirando de las riendas-, He escuchado tu disparo.

– Ultimamente parece que no soy capaz ni de darle a una pared de ladrillos. -Volvio a llevarse el frasco a los labios e hizo un gesto senalando lo que les rodeaba-. Fijate…, un mundo muerto, Lavinia. Todo esta condenadamente muerto, incluido yo mismo. Si al menos sucediera algo…, cualquier cosa.

Y se volvio a llevar el frasco a los labios.

Asa Vaughan cerro el expediente y levanto la mirada. Schellenberg se inclino hacia el, desde el otro lado de la mesa, y le ofrecio un cigarrillo.

– ?Que le parece?

– ?Por que yo?

– Porque me han dicho que es usted un gran piloto capaz de volar en cualquier cosa.

– Habitualmente, los halagos le pueden llevar a uno a cualquier parte, general, pero examinemos esto. Cuando entre a formar parte de las SS, digamos que «inducido», el trato fue que solo actuaria contra los rusos. Para mi quedo bien claro que no tendria que participar en ningun acto que fuera en detrimento de la causa de mi pais.

Devlin, sentado junto a la ventana, se echo a reir duramente.

– Que cantidad de sandeces, hijo. Si creyo usted eso, habria sido capaz de creer en cualquier otra tonteria. A usted le tuvieron metido entre la espada y la pared desde el momento en que le pusieron ese uniforme.

– Me temo que tiene toda la razon, capitan -dijo Schellenberg-. Con esa clase de argumentacion no llegaria muy lejos con elReichsfuhrer.

Ya me lo imagino -dijo Asa con una expresion taciturna en su rostro.

– ?Cual es su problema? -pregunto Devlin-. ?Donde preferiria estar? ?Otra vez en el frente oriental o aqui? Ademas, no tiene alternativa. Nieguese y ese viejo cabron de Himmler le enviara en un santiamen a un campo de concentracion.

– Parece que no hay nada que oponer, excepto un pequeno detalle -le dijo Asa-. Si me atrapan en Inglaterra llevando este uniforme, me encontrare con el consejo de guerra mas rapidamente constituido de toda la historia de Estados Unidos y de ahi al peloton de fusilamiento.

– No, no le sucedera eso, hijo -dijo Devlin-. Le ahorcaran. Nada de pelotones de fusilamiento. Pero hablemos ahora del vuelo. ?Cree que podria hacerlo?

– No veo ninguna razon para que no se pueda. Si voy a tener que hacerlo, necesito conocer la aproximacion al canal de la Mancha desde Inglaterra. Por lo que puedo ver, tendria que volar sobre el agua durante la mayor parte del tiempo y girar hacia el continente en los ultimos kilometros.

– Exactamente -asintio Schellenberg.

– En cuanto a esa casa, Shaw Place, significaria un aterrizaje nocturno. Pero incluso con luna necesitaria de algun tipo de guia para orientarme. -Asintio con un gesto, pensando en ello-. Cuando era un muchacho, en California, mi instructor de vuelo era un tipo que habia volado con la escuadrilla Lafayette, en Francia. Recuerdo que me contaba como en aquellos tiempos en que las cosas eran mucho mas primitivas, utilizaban a menudo unas pocas lamparas de bicicleta, colocadas en el campo e invertidas, dispuestas en forma de L al reves, con el cruce en la parte por donde soplara el viento, ir -Es un metodo muy sencillo -dijo Devlin.

– En cuanto al avion, tendria que ser pequeno. Algo asi como un Fieseler Stork.

– Si, bien, confio en que eso se este solucionando -dijo Schellenberg-. He hablado con el oficial al mando del Ala Aerea Enemiga. Se hallan estacionados en Hildorf, a solo un par de horas en coche desde Berlin, y nos esperan por la manana. En su opinion, cree poder encontrarnos un avion adecuado.

– Supongo que asi sera -dijo Asa levantandose-. ?Que viene ahora?

– Ahora vamos a comer, hijo -le contesto Devlin-. Lo mejor que puede ofrecer el mercado negro. Luego regresara conmigo al apartamento defrau Huber, y ambos compartiremos la habitacion libre. No se preocupe, dispone de camas gemelas.

La capilla del priorato de St. Mary de las Hermanitas de la Piedad era fria y humeda y olia a cera e incienso. En el confesionario, el padre Frank Martin espero a que se hubiera marchado la hermana cuya confesion acababa de escuchar. Despues apago las luces y salio.

Era el sacerdote que estaba a cargo de St. Patrick, a dos calles de distancia, y con esa responsabilidad se incluia el ser el padre confesor del priorato. Tenia setenta y seis anos y era un hombre pequeno y fragil, con el cabello muy blanco. De no haber sido por la guerra, le habrian jubilado ya, pero eso era como todo lo demas en estos ultimos tiempos, habia que poner todas las manos a la obra.

Entro en la sacristia, se quito el alba y doblo cuidadosamente la estola de color violeta. Se puso el abrigo, pensando en lo pesado que resultaba trabajar hasta las primeras horas de la noche, pero finalmente se impusieron la compasion y la caridad cristianas. En aquellos momentos habia dieciocho pacientes, siete de ellos en fase terminal. No estaria nada mal volver a darse una vuelta por las salas. No las habia visitado desde primeras horas de la tarde y eso no le parecia suficiente.

Se dispuso a salir por la capilla cuando vio a la madre superiora, la hermana Maria Palmer, dedicada a fregar el suelo, una tarea humilde que se habia impuesto ella misma para recordar lo que consideraba como su mayor debilidad: el pecado de orgullo.

El padre Martin se detuvo al verla y sacudio la cabeza.

– Es usted demasiado dura consigo misma.

– No lo suficiente -dijo ella-. Me alegro de verle. Se ha producido un cambio desde que estuvo aqui antes. Nos han vuelto a traer a un prisionero de guerra aleman.

– ?De veras?

Salieron de la capilla por la entrada del vestibulo.

– Si, un oficial de la Luftwaffe recientemente herido, pero que ya esta recuperandose. Un tal coronel Kurt Steiner. Lo han colocado en el piso de arriba, como los otros que habiamos tenido.

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