– ?Forma parte del equipo de policias? -pregunto el hombre tras haber echado una ojeada intrigada a la ropa de Adamsberg.

– Si. Un colega dice que no esta usted de acuerdo con los vecinos respecto a Pierre Vaudel. No se como se llama.

– Ya lo he dicho veinte veces. Me llamo Emile Feuillant.

– Emile -repitio Adamsberg para fijar bien el nombre.

– ?No lo escribe? Los otros lo han apuntado. Y es normal, si no volverian a hacer cien veces las mismas preguntas. Y eso que los maderos se repiten. Eso es algo que siempre me ha dado que pensar: ?por que los maderos lo repiten todo? Les dices: «El viernes por la noche estaba en el Perroquet». Y el madero contesta: «?Donde estabas el viernes por la noche?». ?Para que sirve, si no es para acabar con los nervios de uno?

– Sirve para acabar con los nervios de uno. Para que el tipo deje a un lado el Perroquet y les diga lo que ellos quieren oir.

– Ya, es normal al fin y al cabo. Se entiende.

Normal, no normal. Emile parecia disponer las cosas a cada lado de esa linea divisoria. A juzgar por la mirada con que lo examinaba, Adamsberg no estaba seguro de que Emile lo clasificara como normal.

– ?Todo el mundo le tiene miedo aqui?

– Salvo la senora Bourlant, la vecina de al lado. Oiga, que tengo a mis espaldas ciento treinta y ocho peleas callejeras, sin contar las de la infancia. O sea que ya me dira.

– ?Por eso dice usted lo contrario que sus vecinos? ?Porque usted no les gusta?

La pregunta sorprendio a Emile.

– A mi me la suda gustar o no. Lo que pasa es que se mucho mas que ellos sobre Vaudel. No les reprocho nada, es normal que me tengan miedo. Soy un violento de la peor calana. Es lo que decia Vaudel -anadio con una leve risa, descubriendo dos dientes que le faltaban-. Exageraba, porque yo nunca mate a nadie. En cambio, en lo referente a todo lo demas tenia razon.

Emile saco un paquete de tabaco de pipa y se lio un cigarrillo con habilidad.

– En lo referente a todo lo demas, ?cuantos anos ha pasado en chirona?

– Once anos y medio en siete veces. Eso te quema. En fin, desde que pase los cincuenta estoy mejor. Alguna pelea aqui y alli, pero nada mas. Me ha costado caro, eso si: ni mujer, ni hijos. Me gustan los crios, pero no quise. Y es que, claro, cuando uno se lia a hostias con todo lo que se mueve, asi, sin razon, mejor no correr ese riesgo. Es normal. Eso era otro punto en comun con Vaudel. El tampoco queria hijos. Bueno, no lo decia asi. Decia: «Nada de descendencia, Emile». Pero aun asi le encasquetaron uno.

– ?Sabe por que?

Emile dio una calada, miro asombrado a Adamsberg.

– Pues porque no habia tomado precauciones.

– No, ?por que no queria descendencia?

– No queria. Lo que me pregunto yo es que va a ser de mi ahora. Sin trabajo, sin techo. Me alojaba en el cobertizo.

– ?Vaudel no le tenia miedo?

– No le tenia miedo ni a la muerte. Decia que el unico defecto de la muerte es que es demasiado larga.

– ?Nunca tuvo usted ganas de pegarle?

– A veces, al principio. Pero preferia echar una partida de cinco en raya. Le ensene yo. Un hombre que no sabe jugar a las cinco en raya no imaginaba ni que existiera. Venia al caer la noche, encendia el fuego y servia un par de copas de licor de guindas. El licor de guindas es especial, me lo enseno el. Nos sentabamos a la mesa y empezabamos.

– ?Quien ganaba?

– Cada dos por tres, el. Porque era un listo. Ademas se habia inventado un cinco en raya especial, en hojas de un metro de largo. Espero que se imagine usted la dificultad.

– Si.

– Bueno. Se planteaba incluso agrandarlo, pero me opuse.

– ?Bebian mucho juntos?

– Solo los dos licores de guindas, no pasaba de ahi. Lo que echo en falta son los bigaros que comiamos de aperitivo. Los encargaba todos los viernes, Teniamos cada uno nuestro pinchito. Yo el de la bola azul, el el de la bola naranja, nunca cambiabamos. Decia que me sentiria…

Emile se froto la nariz torcida en pos de la palabra. Adamsberg conocia esa busqueda de vocabulario.

– Que me sentiria nostalgico cuando el muriera. Yo me reia: no echo de menos a nadie. Pero tenia razon, era un listo. Me siento nostalgico.

Adamsberg tuvo la impresion de que Emile asumia con bastante orgullo ese estado complejo y esa palabra nueva para honrarlo.

– Cuando pega a alguien, ?esta usted borracho?

– No, precisamente, ese es el problema. A veces, bebo despues, para que se me pase la irritacion de la pelea. No crea que no lo he consultado. Ya lo creo que he visto medicos, por las buenas o por las malas, una decena al menos. Ninguno encontro nada. Buscaron en mi padre y en mi madre, nada. Fui un nino feliz. Por eso decia Vaudel: «No hay nada que hacer, Emile, es una cuestion de ralea». ?Sabe que es una ralea?

– Mas o menos.

– Pero ?concretamente?

– No.

– Pues yo si, lo he mirado. Es una mala semilla que pulula. Asi que ya ve. Por eso, el y yo, no servia de nada que trataramos de vivir como los demas. Por nuestra ralea.

– ?Vaudel tambien?

– Pues claro -dijo Emile con aire contrariado, como si Adamsberg no hiciera ningun esfuerzo por entender-. Lo que me pregunto es que va a ser de mi.

– ?De que ralea?

Emile se limpiaba las unas con la punta de una cerilla, preocupado.

– No -dijo moviendo la cabeza-. No queria que se hablara de eso.

– ?Que hacia usted, Emile, en la noche del sabado al domingo?

– Ya se lo he dicho, estaba en el Perroquet.

Emile lanzo una gran sonrisa provocadora y lanzo la cerilla a lo lejos. Emile no tenia nada de un medio subnormal.

– ?Y aparte?

– Lleve a mi madre a un restaurante. Siempre el mismo, cerca de Chartres, he dado el nombre y todo lo demas a sus colegas. Se lo diran. La llevo alli todos los sabados. Le dire de paso que a mi madre no le he pegado nunca. Dios, solo faltaria. Y le dire mas: mi madre me adora. Es normal, en cierto sentido.

– Pero su madre no se acuesta a las cuatro de la madrugada, ?o si? Usted volvio a las cinco.

– Si, y no vi la luz. El siempre dormia dejando todas las luces encendidas.

– ?A que hora dejo a su madre?

– A las diez en punto. Luego, como todos los sabados, fui a ver a mi perro.

Emile se saco la cartera, y le enseno una foto sucia.

– Este -dijo-. Todo redondo, cabria en mi bolsillo delantero como un canguro. Cuando estuve en chirona por tercera vez, mi hermana declaro que ya no queria cuidar al perro, y lo regalo. Pero yo sabia donde estaba, en casa de los primos Gerault, cerca de Chateaudun. Despues del restaurante, cojo la camioneta y voy a verlo con regalos, carne y cosas. El lo sabe, me espera en la oscuridad, salta la verja, y pasamos la noche juntos en la camioneta. Llueva o sople viento. Sabe que siempre voy a verlo. Y eso que es asi de pequeno.

Las manos de Emile formaban una bola del tamano de una pelota.

– ?Hay caballos en esa granja?

– Gerault se dedica sobre todo a las vacas, tres cuartos lecheras, un cuarto para carne. Pero hay algunos caballos.

– ?Quien lo sabe?

– ?Que voy a ver al perro?

– Si, Emile. No estamos hablando del ganado. ?Lo sabia Vaudel?

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